¿Cuidan los franceses mejor el flamenco?

Manuel Martín Martín, crítico y estudioso del flamenco, recorre con los ojos el auditorio François Mitterand de Mont-de-Marsan. Hace 30 años, presentó aquí mismo nada menos que a Paco de Lucía y a Camarón de la Isla, y desde entonces no había vuelto a pisar estos pagos. Ha llovido mucho desde entonces sobre la localidad francesa y sobre su festival flamenco, y para bien: hoy es una de las citas consolidadas en la agenda mundial del arte jondo, y para muchos un ejemplo de cómo hacer bien las cosas, incluso en España.

“Considero a Mont-de-Marsan como el auténtico embajador del flamenco en el extranjero, ya que acoge el clasicismo sin perder la referencia de la evolución”, explica Martín Martín. “La ciudad lo vive con una intensidad sorprendente durante las 24 horas del día y aborda con total fruición la didáctica histórica y tipológica sin olvidar la enseñanza para todos los niveles. Mont- de-Marsan parece en estos días la novena provincia andaluza donde toman lo jondo como seña de identidad propia”.

El festival, cuya 31ª edición será clausurada en la noche de este sábado, ha visto pasar en los últimos cuatro días a Eva Yerbabuena, Diego del Morao, María Terremoto, Mercedes Ruiz, María Moreno, José Valencia, Antonio Rey, Joaquín Grilo, Inés Bacán, Olga Pericet… Todo ello, sumado a espectáculos de calle y amateur, exposiciones, conferencias, proyecciones, encuentros con artistas, ofertas didácticas y muchos otros reclamos. Toda una ciudad volcada en el cante, el toque y el baile.

Claves del éxito

La suya ha sido no obstante una andadura larga y una evolución progresiva. Y mucho puede contar de su historia el sevillano Javier Puga, que dirigió la cita durante 24 ediciones. “Recuerdo que al principio tuvieron muchos problemas organizativos, porque el flamenco no es un medio fácil si no estás metido a fondo en él”, explica. “Yo me incorporé en el año 90 haciendo un poco de ayudante de producción, de traductor, de todo. Eran los años del imperio de Antonio Pulpón, y por aquí venían a golpe de chequera Camarón, Paco, la familia Fernández, la familia Montoya… Quedé seducido por el festival a pesar de sus carencias, seguí vinculado a él y desde el 96 hasta el 2009 fui su director artístico”.

Para Puga, son varias las claves del éxito de Mont-de-Marsan y otros prestigiosos festivales del sur de Francia como Nimes o Béziers. “Para empezar, Francia es un país de cultura, no todos los franceses son cultos pero hay un nivel desde hace siglos. Es un público ilustrado, que siempre tiene las orejas y el sentimiento abiertos a todo, y eso es muy difícil de encontrar. Y es un país muy receptivo, una tierra de acogida de la cultura de todo el mundo”, comenta. “En el caso del flamenco, esto se remonta al siglo XIX, a la exposición universal de París. Pero además, no olvidemos que en el sur, tanto en el este como en el oeste, hay muchísimas familias de origen español, republicanos que vinieron para salvar su vida durante la Guerra Civil. Por eso estas ciudades están también muy volcadas hacia el mundo taurino, y aunque haya quien no lo admita, el flamenco y los toros han ido siempre de la mano”.

Así fue como estas convocatorias, año tras año, fueron ganando en seguimiento, calidad y profesionalidad. “A partir del tercer o cuarto festival, los oles que se escuchaban no tenían nada que envidiar a los que se oyen en Sevilla o Jerez”, evoca Puga, quien también recuerda que fue muy importante la implicación institucional. “Todas las instituciones están volcadas a nivel nacional, regional y local, todo el mundo va en la misma dirección, no hay batallas políticas extrañas. Todo el mundo quiere que la cosa funcione”, asegura.

Otra clave es el trato a los artistas: “Aquí han pasado de no ser demasiado meticulosos a tener un cuidado exquisito que los artistas agradecen. Recordemos que Mont-de-Marsan está movido por técnicos de cultura del departamento de Las Landas, a los que en el fondo les traía sin cuidado el flamenco: ahora no, ya están implicados. Es importante que un artista suba a un escenario con ánimo, motivación y ganas de comerse el mundo, y eso se consigue cuidando los detalles desde que sale de su casa”, dice. “Sin artistas no hay arte. Y no basta con la inercia. Sabemos que las cosas que no se cuidan, decaen”.

La mala praxis de “todo gratis”

Y cómo no, está la cuestión del dinero. Mont-de-Marsan ha contado siempre con patrocinios de grandes empresas privadas –durante unos años, por ejemplo, la tabacalera francesa aportaba importantes sumas para promocionar sus cigarrillos Gitanes– y la taquilla siempre ha funcionado. “A principios de los 80, en España se instaló la mala praxis del todo gratis. Pero el público debe pagar algo para valorar las cosas. Lo que pueda, pero tiene que pagar”.

Una idea con la que coincide al cien por cien Fernando González-Caballos, antropólogo, periodista y productor con muchos mont-de-marsan a sus espaldas. “La cultura del todo gratis ha hecho un gran mal, porque los que hacemos cultura no vivimos del aire”, asevera. “Ahora las instituciones en Andalucía nos exigen el modelo mixto caché-taquilla, cuando no directamente la taquilla. Pero con un público acostumbrado a no pagar, diles ahora que se rasquen el bolsillo. Revertir la costumbre es complicado. Por el contrario, la gente en Francia está educada para guardar una parte de su sueldo para libros, conciertos, teatro”.

Francia, trampolín

Para González-Caballos, la cosa viene de muy largo. “Francia es el gran trampolín. Fue la puerta de salida de los artistas flamencos desde el siglo XIX, y quienes han triunfado en el mundo han empezado haciéndolo en Francia y teniendo una presencia continuada en el país vecino: desde Camarón y Paco, Antonio Gades, Cristina Hoyos, Menes o Fernanda y Bernarda, a más jóvenes como Rocío Molina, Israel Galván o Rocío Márquez, pasando por El Cabrero, que durante muchos años tuvo un público fiel francés. No fue sólo una cosa de los festivales, es por ese sistema cultural y educativo con el que nosotros ni soñamos”.

Pero también hay una claridad de ideas que a menudo se echa de menos en España. “Un festival como Mont-de-Marsan tiene una estabilidad que no tiene la Bienal. El autoproclamado mayor festival del mundo no sabe aún qué presupuesto va a tener para el año que viene, pero los franceses sí lo saben. Lo triste del caso es que les cuesta lo mismo hacerlo mal que bien”, subraya el productor. “En muchas cosas nos llevan una ventaja sideral. Rocío Molina, por ejemplo, es residente en el teatro Chaillot, pero nos resulta imposible imaginarnos que Aurelian Bory tuviera residencia en el Maestranza. Y deberíamos preguntarnos por qué. Si no somos capaces de establecer sinergias entre Ayuntamientos, Diputaciones y Junta, ¿cómo las vamos a tener con el extranjero?”.

Sin menospreciar la hegemonía andaluza como cuna de lo jondo, lo cierto es que cada vez son más las voces que afirman que hay que aprender mucho de los modelos franceses. Y que incluso, en determinados aspectos, son más cuidadosos que los españoles con este patrimonio inmaterial reconocido por la Unesco. Con el poco tiempo que le dejan sus obligaciones, Chema Blanco, actual director del festival de Nimes, va más allá y zanja la cuestión en un suspiro: “El flamenco lo inventaron los franceses y existe gracias a ellos”.