Si tuviéramos que escribir la semblanza de Juan Peña 'El Lebrijano' al modo bíblico, relatando cada uno de los nombres que han jalonado una estirpe irrepetible ya hoy en el flamenco, no sabríamos -también al modo bíblico- dónde poner el alfa y el omega. En una carambola también irrepetible, se unían en él todos los inicios, y desgraciadamente hoy, los finales. El hijo de La Perrata, quedémonos con eso. Ahí se podría condensar mucho. Y explicar casi todo. El gitano rubio de ojos azules, aquel chaval que se arrancó a cantar empujado al escenario por La Paquera de Jerez -literalmente, “a puñetazos”, recordaba entre risas-; el gran renovador del cante flamenco junto con Morente y Camarón, es ya leyenda.
Murió Juan Peña El Lebrijano dejándonos mudos y poniendo la historia del flamenco ante el abismo. Temblando. ¿Quién vendrá a sustituir a estos genios? Es muy complicado mirar al futuro del cante el día en que El Lebrijano comienza a ser historia. Encadenando y superando contratiempos, con su “mala salud de hierro”, como gusta de explicarse a sí mismo Caballero Bonald, Juan Peña estaba en un momento dorado que sonaba a todo menos a retiro.
Fue el triunfador de la pasada Bienal de Flamenco (2014) con una gala de clausura de la que aún se escuchan esos ecos que demuestran que la edad en el Flamenco da más que quita; y que por encima de potencias, está el saber inoculado por estirpe y por años de carrera. Para esta edición del Festival sevillano que arrancará en septiembre con el luto aún negrísimo en sus crespones, le tenía reservada una participación especialísima: la dirección de un espectáculo basado en uno de sus discos más icónicos: “De Sevilla a Cádiz”, ese mágico espacio geográfico donde germina el cante de manera natural y donde hoy habita José Valencia, el continuador de una tradición que pondrá voz a este espectáculo ya tocado de pena.
Pero mucho más allá, Juan Peña El Lebrijano es ya hoy leyenda -con ese porte de gitano ilustre, esa sabiduría natural y su sentido de la lealtad que ha atravesado su paso por el cante, la vida y los amigo- gracias a sus grandes aportaciones al flamenco, fundamentales en el desarrollo de un arte que había heredado de manera natural como miembro de una aristocrática familia gitana.
Lección de creación contemporánea
Juan demostró que se puede ser innovador y ortodoxo, purista y renovador. Con un sentido del compás diríamos que matemático, se reservó estilos grandes: se escuchan hoy, en este día de recuerdo, sus cantes por soleá y seguiriya y uno siente que se le encoge literalmente el corazón. Empequeñece todo ante esa grandeza.
Lo que a muchos les puede parecer folclore andaluz fue, en realidad, una lección de creación contemporánea. La de un artista insatisfecho que no se conformó con lo que le vino dado. Fue el primero en introducir el flamenco en el Teatro Real de Madrid; se midió con la Orquesta de Tetuán para redescubrirnos los orígenes andalusíes del flamenco; capitaneó sin complejos los nuevos rumbos que el cante tomó a mediados de la década de los 70 y se aproximó, curioso, a muchos otros lenguajes. Lo que viene siendo, en definitiva, un creador.
Pero hoy es el día de recordar también al hombre, al amigo, al que cantó a Caballero Bonald, a Félix Grande, y quiso acercarse, ya recientemente, a Tagore. En El Lebrijano todo sonaba natural: lo más arcaico, lo ancestral del flamenco; y lo intelectual, aceptado sin histrionismos, sin pretensiones. Presumía de amigos: en los bautizos de su pueblo y en La Bodeguilla de La Moncloa. Recorría de punta a punta la vida y el género humano coleccionando afectos: Con Morente o con García Márquez.
Hasta su último día de vida le ha acompañado la frase que le garabateó el Nobel en una servilleta mientras almorzaban en algún punto de las Américas que tanto frecuentó: “Cuando El Lebrijano canta, se moja el agua”.
Hoy, parafraseando a Gabo, Juan Peña nos moja las miradas, se tornan acuosos los semblantes y llora el cante, tiembla el futuro del flamenco, se cruzan los dedos. ¿A dónde irán los genios? ¿Quiénes vendrán en su lugar? Incógnitas que se abren como abismos pero que nos dejan tan sólo la certeza de que la leyenda de El Lebrijano, su historia, es ya interminable.