Escribir un libro puede ser una bajada a los infiernos, una experiencia de la que resulta difícil salir indemne. Que se lo digan a Mónica G. Álvarez (Valladolid, 1979), periodista de La Vanguardia y colaboradora habitual de varios espacios radiofónicos, que nunca ha dudado en zambullirse en el lado más oscuro de la condición humana y que ha promocionado su nuevo trabajo en Andalucía. Lo hizo con Guardianas nazis. El lado femenino del mal (2012), Las caras del mal (2015) y Amor y horror nazi. Historias reales en los campos de concentración (2018), y vuelve a hacerlo con Noche y niebla en los campos nazis (Espasa), la historia de once españolas supervivientes de aquel horror.
“En uno de los capítulos de Guardianas aparecían cuatro españolas deportadas”, recuerda la autora. “Hace un par de años, mi editora me llamó para animarme a seguir investigando en esa línea. Y acepté pese a la reticencia inicial, porque son libros con un peaje emocional grande, y los acabo fastidiadilla”.
Lo primero que sorprende de un trabajo como este es cuánto se ha escatimado a las mujeres su lugar en la Historia. “Siempre se ha primado al hombre por encima de la mujer, y en la Historia es donde más destaca esa diferencia. Hemos sido ninguneadas en general, y con el tema del Holocausto mucho más”, lamenta Álvarez. “En la Resistencia francesa la mujer tuvo una labor fundamental, tanto como mecanógrafas como informantes, enfermeras, enlaces de correos, guías por los Pirineos… toda una Historia que ha sido silenciada durante décadas”.
Defensa de valores esenciales
Un silencio que contrasta con las durísimas experiencias recogidas. “Cuando llegan a los campos de concentración, son torturadas, aún más por ser mujeres. Los guardianes sentían especial animadversión hacia quien no pensase como ellos, y los episodios de violencia sexual eran constantes”, explica Álvarez. “Ellas son mártires de la libertad. Tenían ideales políticos muy concretos, socialistas y comunistas, pero también por los Derechos Humanos. Luchaban por la democracia, la justicia, la diversidad y el feminismo en una época muy difícil. Estaban dispuestas a todo por defender unos valores esenciales”.
Lo curioso es que en su país, España, no han tenido el reconocimiento que habrían merecido. “Han sido mayormente homenajeadas en Francia, entre ellas Conchita Grangé, Mercedes Núñez, Neus Catalá… Algunas tienen calles rotuladas con sus nombres, y a Neus la Generalitat le dedicó un homenaje, pero a nivel gubernamental ha habido muy poca actividad en este sentido, ya sea porque no han querido o porque han preferido mirar para otro lado. Creo que habría que hacerlo, porque la historia no solo la construyen los héroes, también los seres anónimos”.
Entre los nombres incluidos en el volumen, Álvarez distinguiría “dos tipos de mujeres: están las que nunca se atrevieron a hablar de su experiencia, por miedo, tristeza o depresión, como Olvido Fanjul, que perdió a su primer marido en la URSS, la arrestaron en Leningrado y le arrebataron a su hijo recién nacido. Era de Gijón, logró sobrevivir gracias a la solidaridad de sus compañeras, pero al volver a España la rechaza su familia. Cuando al final se quiso atrever a hablar, sus hijos pensaban que se le había ido la cabeza. Le decían: ‘no te preocupes, mamá, todo está bien…’ Luego, cuando estas testigos se iban a la tumba, los hijos se sentían culpables”.
400 españolas
“Luego hay gente como Elisa Garrido, que nunca contó detalles a nadie, intentó ocultar todo lo que había padecido, entre otras cosas un vaciamiento de útero después de una violación. O Alfonsina Bueno, que tras lograr reencontrarse con su familia, construyó en su cabeza un mundo idílico, alejado de todos los padecimientos que conoció”, añade Álvarez. Pero también hay mujeres como Neus, Conchita, Violeta Friedman, que superan el trauma y salen del campo de concentración con la pistola cargada de palabras. Deciden elevar su voz y destinan su tiempo a la divulgación de estas terribles experiencias, con el fin de ayudar a las generaciones venideras e inculcarles valores de respeto y tolerancia. Ambas posturas, el silencio y la voz alzada, son respetables“.
Los números son contundentes: entre las 132.000 mujeres capturadas de cuarenta países que padecieron el campo de concentración de Ravensbrück, había 400 españolas con nacionalidad francesa. “Algunas se quedaron hasta el final, otras fueron destinadas a otros campos de concentración como mano de obra esclava: Mauthausen, Saarbrücken, HASAG-Leipzig, Bergen-Belsen… La primera en entrar, Olvido, lo hizo a principios del año 43, y fue una de las últimas en ser liberadas. Muchas estuvieron encerradas uno o dos años”, agrega la escritora.
Un rescate que ha necesitado una labor de documentación fuera de lo común. “En el caso de Neus o Mercedes fue más fácil, porque ya habían contado muchas cosas. De las que no se había escrito nada, era todo más complicado. Uno de los propósitos que me impuse fue escribir solo de aquellas personas de las que hubiera suficiente información para hacer algo veraz, y dispusiéramos de testimonios de las familias para cubrir lagunas. Con ello he conseguido reparar algunos errores de nombres y años, y ofrecer una documentación más veraz y contrastada de lo que teníamos”, afirma Álvarez.
“Fastidiadilla”, pero con la satisfacción de haber arrojado luz sobre una zona oscurecida de la Historia, Mónica G. Álvarez sabe que sus pesquisas en las páginas más negras de la Historia de la Humanidad no acaban aquí. “Este libro será, seguramente, un punto y seguido. Aún hay mucha información por sacar a la luz. Hago un parón, tomo aire y me recompongo. Mientras tanto, sigo con mi trabajo en prensa sobre sucesos y crímenes”.