Feminismo vecinal o cómo una escuela de adultos de barrio “nos abrió los ojos a otras vidas”

Alejandro Luque

15 de mayo de 2022 22:09 h

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Yo tenía pocos años/ cuando salí del colegio/ Y regresé a los 40/ con ilusión y deseo./ Esto es un centro de adultos/ ese nombre te pusieron/ Tenían que haberte puesto/ Colegio de los deseos”. Dos mujeres bailan sevillanas en un viejo vídeo doméstico de 1991, al son de esta letra, y resumen en apenas 30 segundos una de las historias más conmovedoras de la Sevilla de la época, recién rescatada por el proyecto de recuperación de la memoria La Digitalizadora.

El escenario es el barrio de San Diego-Los Carteros, donde en los primeros años 70 el cura de la parroquia, Rafael Hernández, se alía con un pedagogo, Manolo Collado, para impulsar el movimiento vecinal. Para empezar, hacen una encuesta casa por casa con la ayuda de voluntarios para descubrir que los índices de analfabetismo femenino están por encima del 60 por ciento.

La gente se juntaba para conseguir cosas específicas. ¿Qué hay que hacer? La parroquia, la Asociación de Vecinos, la CNT, los ecologistas… Gente que podría tener muchas divergencias en un debate, demuestran poder unirse por una causa"

Uno de los objetivos primordiales que se plantean es hacer feminismo de barrio y empoderar a las vecinas, para lo cual Collado involucra a dos chicas del barrio, Amparo y Charo. Su primer logro es que les cedan el local de la peña flamenca del barrio de Los Carteros para reunirse. El segundo, publicar en 1984 un libro con anécdotas y testimonios de vecinas, titulado Los Carteros: una experiencia de educación de adultos, que La Digitalizadora ha escaneado y publicado en este espacio.

Las niña... en casa

“Al colegio iban los niños, a las niñas nos decían las madres que nos quedábamos en casa. Y eso me revenchinaba”, recuerda Carmen Vázquez, una de las protagonistas de aquella aventura. “Yo quería aprender, pero al colegio solo podían ir mis dos hermanos, y como el tercero era chico, me tenía que quedar yo con él. Cuando pudimos empezar a estudiar, fue una liberación. ¡Al menos salíamos de casa!”.

Por su parte, Amparo Huertas explica que “mi niña tenía seis niños y vivía con una pensión. Y mi madre no podía ayudarla más, porque trabajaba. Ahí llegué a la conclusión de que, adonde no llegaba el brazo de mi madre tenía que llegar el mío. Hasta que un día oí pasar un megáfono que hablaba algo de un centro de adultos”.

Por fin, después de mucho pulso, consiguen abrir por las tardes el colegio público Hermanos Machado para ofrecer lo que llamarán El comedor educativo. El Ayuntamiento, con Antonio Rodríguez Almodóvar como primer teniente de alcalde, empieza a ver con buenos ojos el movimiento y proporciona pequeñas subvenciones.

A partir de ahí, se emprende un trabajo integral que incluye debates sobre la autoestima femenina, los cuidados, el azote de las drogas o la información sobre el sida. “Salir fuera a tomar algo con las amigas era impensable para las mujeres de mi edad”, evoca Luisa Gómez, una de las alumnas del centro. “Te disponían al caminito, ese es el que hay, y ese es el que tienes que hacer. Para mí el centro fue importante porque nos abrió los ojos a otras vidas. El conocimiento te da seguridad, mientras que el desconocimiento y el miedo te van apalancando”.

Al mismo tiempo, los centros de adultos de Andalucía eran convocados para trabajar en el borrador de la Ley de Educación de Adultos.

El principio de la libertad

“Se trataba, pues, de un modelo educativo que entendía que la participación y cogestión formaban parte del proceso educativo. De ahí las numerosas asambleas que se conservan grabadas en su colección de vídeos”, afirma Óscar Clemente, miembro de La Digitalizadora. Como curiosidad, el centro de adultos de San Diego-Los Carteros, que llegó a contar cada tarde con la presencia de 200 alumnos, obtuvo un reconocimiento de la UNESCO junto a los demás centros educativos de Andalucía como ejemplo de buenas prácticas. “No fue solo aprender matemáticas, ni lengua ni sociales ni ciencia. Fue aprender también a vivir la vida”, subraya Luisa Gómez. “Más que maestras, eran amigas, nos abrieron los ojos. Nos enseñaron a reivindicarnos, a pedir las cosas. Ahí empezó la libertad nuestra. Nos lanzaron: ya éramos capaces de salir a cualquier sitio”.  

No fue solo aprender matemáticas, ni lengua ni sociales ni ciencia. Fue aprender también a vivir la vida", subraya Luisa Gómez

Por otro lado, cuando el Ayuntamiento de Sevilla decidió poner un centro cívico en la rotonda de Pino Montano, se limitó a construir el inmueble y lo dejó cerrado. Los vecinos, bien coordinados, dieron una patada a la puerta y empezaron a dar clase sin esperar más bendiciones institucionales. El colegio sigue funcionando en la actualidad en ese centro cívico del barrio al que se mudó en 1993.

“San Diego es un ejemplo de transversalidad de las luchas de la época”, explica Clemente. “La gente se juntaba para conseguir cosas específicas. ¿Qué hay que hacer? La parroquia, la Asociación de Vecinos, la CNT, los ecologistas… Gente que podría tener muchas divergencias en un debate, demuestran poder unirse por una causa”.       

Como nota curiosa, cabe destacar que Amparo Huertas pasó de ser alumna del Centro de Adultos como estudiante de COU a ejercer actualmente como directora. Las sevillanas de otra Amparo, de apellido Pérez, siguen siendo, 30 años después, todo un himno de aquella experiencia: “No me digas que soy torpe/ Es que no pude estudiar/ Tuve que salir muy joven/ a la calle a trabajar/ No quiero sobresalientes ni los notables tampoco/ Yo quiero buenos amigos y aprender de todo un poco/ Hoy después de algunos años/ Yo sacaré el graduado/ No se puede comparar con los momentos pasados”.

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