María José y su marido, Manuel, son quizá los espectadores más fieles y ávidos del Festival de Cine Europeo de Sevilla (Seff). Este año verán una media de cuatro títulos diarios, dos películas por la mañana y otras dos por la tarde, hasta sumar una veintena. En otras ediciones llegaron a los cinco títulos diarios, “en total unas 28 o 30 películas”, pero ahora las energías no siempre acompañan: “Dejamos de asistir a la última sesión, porque nos quedábamos dormidos. Además, este año muchas sesiones de acreditados tenían todas las localidades vendidas”, explica.
Ella tiene 73 años, él 89. Afincados en la localidad sevillana de Tomares, cada mañana toman a primera hora el metro –“con los estudiantes de la UPO”, añaden– para no faltar a su cita con el Seff. Su pasión por el cine viene de largo. “Mi marido siempre fue muy cinéfilo, frecuentaba los cineclubs en su juventud”, comenta. “Luego hemos ido siempre a infinidad de festivales, a Benalmádena, a Portugal, cuando se proyectaban allí las películas que estaban prohibidas aquí”.
“En esta casa vemos cine desde por la mañana. Nos levantamos temprano y a las 9.00 ya estamos viendo alguna película de Filmin, especialmente clásicos en blanco y negro”, prosigue María José. Pero en concreto lo del cine europeo fue para ella un amor instantáneo: “En la primera edición, hace ahora 16 años, fuimos a ver una o dos películas, a ver cómo iba aquello. Me gustó tanto que, ya cuando me jubilé, dos años después, me fidelicé de manera frenética”.
Cine realista y social
La pareja guarda celosamente todos los programas desde entonces, y disfruta repasando de vez en cuando las mejores películas que han podido visionar en este tiempo. “A mí me gustan mucho las inglesas. Las francesas no tanto, ¡demasiado modernas a veces! Pero los ingleses saben hacer muy bien el cine realista y social. Mi marido en cambio es más heterodoxo, adora por ejemplo a Roy Andersson. Y con mis hijos, a los que les encanta también el cine, nos aconsejamos mutuamente películas, sobre todo de contenido político. Somos una familia muy politiquera”, ríe.
María José y Manuel son dos casos ejemplares que demuestran no sólo que hay un público para el cine de autor europeo, sino también que existe una necesidad de educar a los espectadores en formas de mirar diferentes a las que Hollywood nos tiene acostumbrados.
Siempre bajo sospecha de ser oscuros, complejos o aburridos, los filmes que se exhiben esta semana en el certamen sevillano merecen una oportunidad a juicio de la fiel espectadora tomareña: “Para mucha gente, todo lo que no sea cine comercial es difícil. Es cierto que los directores europeos no son tan evidentes, te invitan a sacar una simbología. Yo estudié Historia del Arte ya de mayor, y lo comparo con ver pintura abstracta: no ves las cosas a la primera, tienes que detenerte y sacar algo de lo que te están mostrando”.
El matrimonio no está solo en esta inquietud. Son otros muchos los que estudian minuciosamente los programas de mano y se sacan abonos para no perderse lo mejor de la producción europea anual. A Dani Muñoz, sevillano, el gusto por el cine le llevó a estudiar comunicación audiovisual, y ahora cumple como un espectador fiel y exigente. “Estuve muchos años viviendo en Madrid, y allí sí era frecuente ver cine independiente y en versión original. Aquí no lo es tanto, de modo que el Festival de Cine cubre bastante bien la falta de variedad de la cartelera”, afirma.
“Prueben una cosa distinta”
“Sobre todo, nos da la oportunidad de ver los trabajos de directores que, a pesar de ser reconocidos, no llegan a las salas comerciales, como Albert Serra, Bruno Dumont o Abel Ferrara. O que no se estrenarán hasta dentro de algún tiempo, como la nueva de Elia Suleiman, que está anunciada para febrero o marzo”, agrega Muñoz.
Su recomendación para los escépticos es “que prueben una cosa distinta. No es cierto que sea un cine aburrido, basta ver una película como La Gomera, que ha pasado este año por el festival, para ver que también hay cosas súper entretenidas. Se trata de descubrir otras miradas, autores españoles que no son famosos, un cine documental muy interesante… El cine americano llega a todo el mundo, sí, pero creo que el Festival de Sevilla se ha convertido en un referente para mucha gente”.
Eso en un tiempo en el que la propia figura del espectador de sala parece amenazada de extinción: “Con HBO y Netflix, ahora la gente sólo ve series. Todo tiene que estar montado rápido, se impone una narrativa muy determinada. Pero luego, cuando venimos al festival, se oyen por todos lados comentarios de gente a la que le ha sorprendido esta o aquella película, espectadores jóvenes o mayores que de otro modo no verían este cine jamás”.
Películas que desafían
“El Seff me ayuda a descubrir cosas que no encuentro ni por internet”, asevera Guillermo Echemendi, otro asiduo del certamen sevillano. Afincado en Valencia, dice que “vengo desde que estaba en la carrera, hace nueve años, y me considero casi más de festivales que de salas”. Cuando se le pregunta por los motivos de los espectadores para apoyar el cine europeo, responde: “No sé si buscamos algo en concreto, o si queremos encontrarnos con cosas que nos desafían. Ya sean filmografías que no estrenan habitualmente en España, como películas de bajo presupuesto que tampoco tienen fácil darse a conocer. Este año me ha gustado mucho Big, big, big o el ciclo de Pere Portabella, que me parece de los cineastas más interesantes de nuestro país”-
Sea como fuere, el cine europeo encuentra en Sevilla muchos baluartes en los que resistir. “Todo no va a ser JokerJoker”, concluye María José, a punto de tomar un día más el metro con su marido, hacia los cines Nervión. “Nosotros al menos ni siquiera hemos ido a verla. Mis hijos me dicen ‘mamá, dale una oportunidad, es muy buena’, pero a mí me gustan otras cosas”.