Buena parte de la vida de Beatriz Aragón (Cádiz, 1986) ha transcurrido entre los cacharros de limpiar y los cuadernos llenos de versos. Se define a sí misma como “poeta y limpiadora”, y no solo no esconde su orgullo de Kelly, sino que reflexiona en torno a él en su último libro, Wet floor, recién publicado por Libros de la Herida. Su voz se suma a la de compañeras de fatigas como Ana Geranios (Algeciras, 1988), camarera estival, quien en Verano sin vacaciones (Piedra Papel Libros) ha querido denunciar la precariedad de quienes trabajan mientras los demás descansan.
“La poesía es susceptible a todo y por tanto está en todas partes”, proclama Aragón. “Pero la poesía no solo le canta a lo bello, la belleza es subjetiva, para mí hay belleza por ejemplo en un tendedero de sábanas blancas, lo limpio es útil y nos gusta a todos y detrás de la belleza de lo limpio se esconde ese trabajo duro que es el que se cuenta en Wet floor. Podríamos decir que en el trabajo duro se puede encontrar la poesía aunque no siempre la belleza”, añade.
Geranios explica el doble castigo que puede llegar a ser trabajar para el descanso de los demás: “Los horarios de los camareros y camareras descuadran cualquier existencia. Me parece muy curioso que las personas que tienen puestos de funcionariado, que también prestan un servicio necesario a la sociedad, tengan turnos de ocho a tres o de nueve a dos y su rato para el desayuno incluido en la jornada laboral. ¿Por qué en unos trabajos se tienen en cuenta las necesidades básicas, vitales, de sus trabajadores y en otros no?”
La literatura de estas dos andaluzas emana de una de las patas más sólidas de la economía regional: el sector turístico, que representa el 12% del PIB andaluz y el 12,5% del empleo en la comunidad, en torno a 400.000 trabajadores. También es uno de los sectores más desregulados, donde más impera la economía sumergida, donde más presencia de inspectores de Trabajo reclaman los sindicatos, con sueldos más precarios y jornadas maratonianas. Andalucía tiene registrados 3.667 establecimientos hoteleros y 328.969 camas que hacer. Muchas páginas por escribir en esas habitaciones...
Para el descanso de los demás
“La hostelería no es necesaria más que como un negocio que genera empleo, es una actividad que enriquece solo a unos pocos”, agrega Geranios. “Las condiciones de trabajo de la hostelería son, de base, desastrosas para cualquier vida, ya que aunque se cumplan los convenios, los horarios y se pague un sueldo digno y las horas extra (cosa que ocurre en muy pocos establecimientos), trabajar cuando se debería estar comiendo o durmiendo va haciendo mella, desgastando, empobreciendo. En Verano sin vacaciones cuestiono lo innecesario de la hostería como se entiende actualmente, un sector en el que cualquiera se puede permitir tener un sirviente y darle órdenes por un ratito, de vez en cuando”, continúa la escritora.
Para las dos autoras, un verbo clave es visibilizar: “Lo más importante es señalar que hay alguien detrás de la limpieza, señalar lo que nos parece invisible, porque lo invisible es difícil de valorar (según parece). Visibilizar es importante en el caso de las limpiadoras antes que nada por dignificar su oficio y además de eso para poner en valor ese servicio que prestan en todos los ámbitos, pero creo que es más importante en el ámbito de lo social, no es menos una limpiadora que un abogado, pero nos lo sigue pareciendo. Luego están los derechos laborales y las condiciones salariales y ese tipo de cuestiones que pienso que están derivadas de la invisibilidad del oficio y de la baja estima que se le tiene a la profesión”.
Ana Geranios, por su parte, lamenta que “de la Costa del Sol solo se conocen las características de las vidas de quienes están de paso. Lo importante es que ellas estén bien: que lo encuentren todo limpio, que haya bares y aparcamientos disponibles, que puedan disfrutar del ocio nocturno y encontrar una hamaca en una playa, todo en un lugar seguro. La clase trabajadora, quien permite el funcionamiento de esta máquina imparable a cambio de su desgaste, no es tenida en cuenta, no existe. Las pajaritas y mandiles despersonalizan a toda una población que tiene necesidades propias, que se ven invisibilizadas por los protagonistas de sus ciudades y pueblos: los turistas. El mayor problema es que el territorio vital de las personas es expoliado, se les arrebata”.
Y agrega: “Es inadmisible que los barrios y ciudades no sean ya de sus habitantes, sino de los visitantes. Se trata de un problema heredado, representado en la premisa ‘la tierra de quien la trabaja’, una situación que es necesario revertir, por la dignidad y los derechos de la clase trabajadora. Cuanto más visibles seamos, más ruido hagamos, más espacio ocupemos, antes recuperaremos los derechos humanos de los que nos hemos visto privadas como clase: tiempo, derecho a vivienda, alimentación y descanso. No olvidemos que el trabajo es ‘un derecho’, no una obligación”.
Verse representadas
Pero, ¿son los libros, de poesía o de prosa, una buena herramienta para denunciar estos abusos? Para Beatriz Aragón no hay duda: “Es importante sacar a la poesía de esa cuota tan pequeña de lectores que tiene, pero eso no es tarea ni de un día ni de un solo poeta. Parece que la poesía es también la gran palabra invisible, pero una procura cuando escribe poesía que ese mensaje alcance a la mayoría de lectores, sean de poesía o no lo sean, y claro que confía en la labor de la poesía como idioma, como manera de contar, cantar al mundo, si no fuese así qué sentido tendría lanzar el mensaje”.
“Las obras literarias que están reivindicando cualquier tipo de desigualdad social están siendo tenidas muy en cuenta”, interviene Geranios. “Creo que es importante para el público lector de clase trabajadora encontrar un refugio en las expresiones culturales, sentirse representado, que su realidad permee en el arte. Prácticamente la totalidad de los personajes de clase trabajadora que protagonizan obras literarias o audiovisuales solo existen cuando les ocurre algo extraordinario, cuando cambian de vida, o si ostentan algún cargo de poder”, lamenta.
Por todo ello, la autora considera que “encontrarnos representadas es importante para sentir también que existimos, para generar debate y encuentros en torno a las historias que se cuentan. Exponer la realidad propia, compartir las inquietudes de cada una, es fundamental para poder cambiar lo que no nos gusta, lo injusto, lo inhumano”
Cuestionamiento y preocupación
Cabe subrayar que las autoras no se sienten solas, en absoluto. Hay muchas otras voces femeninas que se vienen sumando a ese clamor de la clase trabajadora desde una alta exigencia literaria. “Partimos de que Wet floor nace de una experiencia personal. Es algo que ha sucedido mientras trabajaba como limpiadora, cuando vives lo invisible es más fácil reconocerlo y ves cosas que posiblemente no hubiese visto si no lo hubiera vivido, no me he sentido sola porque todo empezó de forma natural y se convirtió en una denuncia a la par que un canto de amor a lo que hacíamos en las jornadas de trabajo. La poesía actual está poniendo el ojo cerquísima de lo cotidiano, de los oficios como la lavandería en el caso de Begoña Rueda por ejemplo, La mujer de enfrente de Carmen Camacho, así que me parece que no puedo sentirme sola porque no estamos solas, ni en un oficio ni en el otro”.
Una idea con la que concuerda Ana Geranios, para quien “la soledad no existe en la clase trabajadora, somos tantas, desde Luisa Carnés, pasando por Andrea Abreu, Laura Carneros, Azahara Alonso, Anna Pacheco, Ana Pinto, Begoña M. Rueda, Abraham Guerrero, Matilde Sanz, Aida Dos Santos, Hafsa Arrabal o Meryem El Mehdati, entre muchas otras, hemos querido expresarnos de forma sincera y compartir la miseria compartida, en un ejercicio de desahogo, pero también de justicia”.
Con sueldos brutos medios de 875 euros al mes en el caso de las kellys y unos 1.300 en el caso de los camareros estivales, hay más razones para quejarse que medios para hacerlo. “Hay muchas que no escriben, o que no han encontrado una editorial que quiera publicarlas pero que también están ahí”, agrega, antes de concluir con esta reflexión: “Hay muchas que no tienen tiempo, ganas o ilusión, pero que también están ahí. Cualquier ejercicio de resistencia cuenta, cualquier cuestionamiento y preocupación son fundamentales, mantienen viva la lucha. La clase trabajadora tiene muchas razones y también excusas para accionar cambios conjuntamente, tiene el poder para cambiar las cosas, y nadie puede arrebatárselo”.