Javier Coronilla, el hombre que hace llorar a los robots

Pedro Espinosa

Cádiz —

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La imaginación de Javier Coronilla (San Fernando (Cádiz), 1982) siempre ha volado alto. De hecho, de niño quería ser piloto de avión. Pero su vida profesional se ha quedado en tierra. Dejó los estudios universitarios de ingeniería para dedicarse a los “cacharros”, como él los llama, para disgusto inicial de su padre que, puestos a desear cosas para su hijo, siempre le insistía en que buscara un título, el que fuera, pero que estuviera firmado por el Rey. En las paredes del estudio de Coronilla no hay ninguna rúbrica monárquica de momento. Pero sí hay cabezas de animales, muñecos, párpados de monstruos y guiones de cine. Lleva ya muchos años dedicándose a la animatrónica, la especialidad de dar vida a todo tipo de criaturas. Le puso de nombre a su empresa Robots Can Cry. Porque él consigue que los robots lloren.

“El cine siempre me gustó y con otros dos colegas que estaban en la Escuela de Cine de Puerto Real montamos una productora que estuvo en películas rodadas en Cádiz como Alatriste o La carta esférica, e hicimos algún vídeoclip”, relata a modo de aventuras juveniles. “Les dábamos servicio a los equipos a cambio de que nos dejaran trabajar en algún departamento. Mis amigos se iban a dirección o producción, yo prefería el departamento de arte”.

Haciendo caso a las ansias paternales de un título firmado por el Rey, se matriculó en Ingeniería Mecánica en la Universidad de Cádiz. Supo pronto que no era lo suyo. “No iba a aprobar cálculo en la vida. Mi cabeza no daba para eso”, admite sin complejos. Su cabeza sí daba para crear en su mente criaturas de todo tipo a las que poder dar vida. Se fue a Madrid y allí una amiga italiana le abrió las puertas para otro viaje, en este caso a Londres, que sería fundamental en su carrera. Allí empezó a trabajar para Millenium FX, que hace Doctor Who, y el estudio de Neal Scanlan, encargado de crear los artefactos que aparecen en la saga Star Wars.

Puede presumir de haber contribuido a dar vida al monstruo de Un monstruo viene a verme, de Bayona

Coronilla reconoce que ahí fue la primera vez que sintió la importancia de su labor y el dulzor que dan los sueños cumplidos. “En el departamento éramos ocho personas y, claro que te sientes bien al ver que eres uno de los ocho, que terminas una película y que puedes dejar tus herramientas en el taller porque vas a volver para la próxima”. Su talento le llevó a ser reclamado también para el cine español. Por ejemplo, puede presumir de haber contribuido a dar vida al monstruo de Un monstruo viene a verme, de Bayona. “Te visitaré por las noches y sacudiré tus paredes hasta que te despiertes, y entonces te contaré tres historias y, cuando las haya terminado, tú me contarás una cuarta y será la verdad. Tu verdad”, amenaza el monstruo al niño protagonista en este guion en inglés que decora su oficina.

En la película, ese texto lo leía Liam Neeson, pero Coronilla le tiene especial afecto a este fragmento porque fue él mismo quien tuvo que leerlo para que el movimiento de la cara del monstruo fuera más realista. Justo arriba del texto, ha enmarcado una pieza metálica que sirvió para hacer uno de los párpados del monstruo.

El monstruo real que fue a ver a Coronilla fue el Brexit. Aquella abstracta ruptura política tuvo consecuencias concretas para él, porque añadió tantas dificultades burocráticas a su contratación en Londres que dejaron de llamarlo. Tuvo que reinventarse. Afortunadamente, siempre ha encontrado una salida al laberinto. Trabajó para Alex de la Iglesia en la serie 30 monedas, y ha encontrado en París nuevas posibilidades de trabajo, que le han llevado a trabajar en una película de hombres lobo para Netflix o en la nueva versión de los dibujos Marsupilami.

En París halló además un nuevo mercado por explorar. Fan declarado de Disney y sus parques, ha empezado a establecer los contactos para tratar de contribuir a hacer más realistas y conseguidas las criaturas que aparecen en sus atracciones. Sería otro paso más. Y, además, con Disney, que es como empezó todo. “La primera criatura animatrónica que apareció en el cine es el pajarito de Mary Poppins, de 1964”, revela. Y, por eso, le hizo especial ilusión formar parte en su momento de la revisión más reciente del clásico, El regreso de Mary Poppins, que protagonizó Emily Blunt en 2018. Y también por eso, en su local, una asociación de vecinos reconvertida en estudio, hay una barra donde luce un luminoso con el lema Mapo Club. Fue el nombre que, en homenaje a Mary Poppins, le pusieron a la primera empresa especializada en animatrónica que surgió de ese proyecto.

Por ese Mapo Club pasan de vez en cuando los padres de Coronilla preguntando por su nieto y orgullosos de que su hijo, aunque sin rúbrica del Rey, haya logrado tantos propósitos. También muchas veces vienen amigos de Coronilla igualmente innovadores y residentes en la bahía de Cádiz, como Javier León, de Leon Studio, referente de la animación en 3D y autor reciente de la última campaña publicitaria de la tienda de joyas de Tiffanys en Manhattan, o Daniel Quintero, de Itoosoft, que lleva 25 años innovando en software en tres dimensiones. Los tres, además, han maquinado un encuentro profesional que se celebrará en Cádiz el 22 de marzo. “Queremos que sea un encuentro técnico que fomente las sinergias de los que nos dedicamos a este sector, que, aunque hagamos cosas distintas, hemos conseguido grandes cosas desde aquí”.

Fan declarado de Disney y sus parques, ha empezado a establecer los contactos para tratar de contribuir a hacer más realistas y conseguidas las criaturas que aparecen en sus atracciones

Vendrán otros colegas cercanos, otros miembros del Mapo Club aunque vivan fuera de Cádiz, como el granadino Javier Fernández, de Industrial Light and Magic, responsable de las composiciones de algunos de los planos más emblemáticos de Star Wars, o el murciano Jaime Visedo, de The Third Floor, experto en narrativa visual y previsualización.

“En España es complicado que exista una industria de lo nuestro, pero sí tenemos muchos referentes en los que la gente joven se pueda fijar. Eso es lo que queremos aportar con nuestro encuentro en Cádiz”. Será como abrir a lo grande el Mapo Club. Una exhibición de lo lejos que puede llegar alguien que lleva desde niño soñando con volar.

 

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