A John Waters lo recibieron este sábado en Málaga con una pequeña fanfarria que interpretaba una versión charanguera de Una Chica Ye Ye. También había una gran pancarta berlanguiana (“Bienvenido Mr. Waters”) y decenas de admiradores. Se demoró cinco minutos de la hora prevista, y a alguien aquello le puso de los nervios. “¿Va a tardar mucho? ¡Es que me está entrando diarrea!”, exclamó. ¿Cómo sorprenderse por un comentario así, cuando estás esperando al director de Pink Flamingos? El comentario resume también el objetivo del Festival Cultura Basura, organizado por La Térmica de Málaga: celebrar la incorrección, el refinado mal gusto y la transgresión, personificada este sábado en el rey de todo esto: Mr. Waters.
“¿Se puede usar el mal gusto como arma política?”, le preguntaron nada más empezar. “Por supuesto. Hoy es difícil reírse del mal gusto en Estados Unidos, cuando tenemos un presidente que parece una broma. El mal gusto es un arma política que podemos usar políticamente contra esto”, soltó Waters, para quien lo verdaderamente trash es Trump repartiendo rollos de papel higiénico a los puertorriqueños. Waters defiende para Trump la medicina que dispensaban los yippies, aquellos jóvenes de la contracultura americana dedicados en cuerpo y alma a avergonzar al enemigo.
Con este hombre, las preguntas sobre la libertad de expresión y los límites del humor son obligadas. ¿Dónde están hoy esos límites? ¿Se han estrechado? ¿Ha ganado la corrección política? Waters no lo tiene claro: “Cuando hicimos nuestras primeras películas las censuraron, nos arrestaron… Hemos luchado contra la censura siempre. En cada juzgado me condenaron por Pink Flamingos, pero pagué la multa porque era más barato que los abogados. Y luego el MOMA empezó a proyectar Pink Flamingos…”. Waters ha acabado rodando una especie de versión infantil de su película más conocida.
Fascinado por Russ Meyer, las sesiones dobles de terror en el drive in, y las camp movies, este hombre de fino bigote en homenaje a Little Richard (así lo lleva desde que era un muchacho, y cree que si se afeita tendrá cicatriz) rodaba películas sólo para hacer reír a sus amigos. El uso político de la incorrección vino después. “Mi objetivo siempre fue causar problemas y hacer que la gente se riera”, contó ayer, antes de añadir una hermosa lección sobre el valor de la risa: “Es la mejor manera de vencer a tu enemigo: si consigues que se rían, al menos pararán y te escucharán. A la gente que me pegaba les hacía reír, y pensaban estaba chiflado”.
Por eso, fue él mismo el que se adelantó a lo que pudieran decir. Para que te etiqueten los demás, hazlo tú mismo. “Una vez me dijo un crítico: ”Nos has fastidiado llamándolo trash, porque nosotros queríamos llamarlo así. Pero tú lo hiciste primero y ahora no podemos“.
En todo este tiempo, Waters cree que algunas cosas han mejorado para la cultura queer, de la que también es abanderado: “Ahora los bares gay están cerrando, pero en cierto modo eso es progreso. No necesito ir a un bar gay, porque no siento que tenga que estar aislado. Siempre he sido contrario a la separación. Creo que todos deberíamos salir juntos”. Waters recordó lo que significaba ser gay cuando empezó a rodar: “Cuando yo era joven era ilegal. Cuando hicimos Pink Flamingos, Divine no podía salir con esos tintes de pelo si no quería que la apalizaran. Hoy puedes comprar esos tintes en la tienda de la esquina”.
Proyectos en el aire: una secuela de Hairspray y un film infantil
Hairspray Waters no dirige una película comercial desde 2004, y por lo que dijo este sábado, no está claro que vuelva a hacerlo: “Tenía un preacuerdo con HBO para hacer una secuela de Hairspray, me pagaban muy bien, pero finalmente no ocurrióHairspray; tenía una película para niños locos llamada Fruitcake, la escribí y me pagaron, pero aún no la han adaptado y no sé si va a pasar... Todavía estoy en Hollywood, aún me pagan. Ahora bien, el espíritu de cine independiente, películas que cuestan seis millones de dólares, ya no existe: o quieren de un millón, o de cien millones”.
La mala vibración de todo esto es que Hollywood lo eche a un costado justo cuando el mainstream ha domesticado el mal gusto y lo ha convertido en una etiqueta comercial. Por eso él se rebela. “Ahora Hollywood hace comedias trash de 100 millones de dólares que no son divertidas. Lo intentan demasiado en serio y así no funciona. Cuando leo que es una comedia estilo John Waters, normalmente odio esa película”, explica. Waters reescribió Pink Flamingos para niños: “Quité las partes asquerosas, e hice que los niños lo leyeran. Y los padres estaban acojonados: ”Dios mío, ¿ese niño va a hablar sobre follarse un pollo? Claro que no lo hacían. Fue mi reacción en el otro sentido, a que todo el mundo intente usar el mal gusto. Porque si lo intentas demasiado en serio no tiene gracia“.
Por todo eso, él sigue valorando lo auténticamente trash, lo que no es buscado, sino genuino, y cree que “las mejores películas trash no están hechas para hacer reír. Por ejemplo, Showgirls. Querían hacerla en serio. Esas son las más divertidas para mí: las que no puedes creer lo que están viendo tus ojos”.
Vestido con fascinante chaqueta azul y gafas de sol, Waters recorrió la exposición Bad Taste, donde lo mismo Ana Obregón es la Venus de Boticcelli, que Belén Esteban emula a la Marilyn de Warhol. Volverá este domingo con el evento estrella del festival: un encuentro con Alaska en el que hablarán de lo divino, lo humano y por supuesto, lo trash. Genio y figura, Waters cerró la rueda de prensa, breve pero intensa, explicando por qué llevaba aquellas gafas: “Y una última cosa: me gustaría añadir una cosa sobre el mal gusto: nunca llevaría gafas de sol en interior y de noche, a no ser que fuese Fellini. Pero me olvidé las gafas y estas están adaptadas. Quería explicarlo. No soy tan pretencioso como para llevar gafas de sol de noche y en interior”. Y se marchó, acompañado otra vez de la fanfarria y A quién le importa.