Juan Bonilla y Nahui Olin, la creadora a la que ningunearon por posar desnuda
Comenta Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, 1966) que este ha sido el año que menos artículos ha publicado en su vida y que menos bolos ha tenido. Como a la mayoría de sus compañeros de letras, desde el mes de marzo toda su agenda empezó a verse cancelada a velocidad de vértigo, y todavía sigue sin recuperarse. Por eso, la concesión del Premio Nacional de Narrativa a su novela Totalidad sexual del cosmos (Seix Barral) ha tenido para él mucho de bálsamo, más allá de los 20.000 euros de su dotación. “Creo que echaron cuentas y decidieron dármelo para compensar”, bromea.
“El premio me hace ilusión porque no me lo esperaba para nada, ni siquiera sabía que se fallaba”, explica Bonilla. “El libro salió el año pasado y pasó bastante desapercibido, apenas tuvo una o dos reseñas. En cuanto al Nacional, cuando me comunicaron que lo había ganado fui a ver la lista de los premiados y vi que el primero había sido nuestro paisano José Luis Acquaroni, a quien hoy no leen ni sus herederos, así que no se me voló la cabeza. Para colmo, fui al kiosco de la Mari, y como no me felicitó, acabé de entender que no era tan importante”.
Totalidad sexual del cosmos gira en torno a la figura de Carmen Mondragón, artísticamente conocida como Nahui Olin, una poeta y pintora mexicana que llamó la atención de Bonilla por muchas razones. “Dentro de las vanguardias hay docenas de vidas que me parecen interesantes, pero no voy a escribir novelas sobre todas ellas. El caso de Nahui Olin mezcla una vida apasionante con una obra muy personal, pero el detonante fue la figura de un investigador, el restaurador Tomás Zurián, que se enamora nada más verla en una foto y se pasa la vida tratando de saber más sobre ella”.
Una feminista peculiar
En efecto, sin restar mérito a la producción de Nahui Olin, resulta imposible abordar su figura sin aludir a un aspecto físico que poseía un magnetismo irresistible, con unos ojos muy claros y un cabello rubio más que llamativo. “Es un componente más de su personalidad, como también a Toulouse-Lautrec le influyó en otro sentido el físico que tenía. El rostro de mi personaje es en ese sentido tan importante como el hecho de que naciera en el seno de una familia bien de México, que pudo exiliarse en París, o que hubiera sido educada en la mejor escuela de su país, San Cosme, que llamaban ‘de las escuelas finas’”.
Consciente debió de ser la artista de la fuerza de su físico, ya que lo exhibió con una generosidad casi narcisista sin dejar de militar en un feminismo muy particular. “Ella se implicó, fue la primera mujer sindicalista de México, pero también se discutió si su actitud entraba dentro de los cánones, o si ayudaba a la igualdad esa hipersexualización de la que hacía gala, posando desnuda en las revistas o para pintores. Yo la veo como un lobo solitario, cuya lucha individual era que la dejaran hacer lo que le diera la gana. Y luego me interesa especialmente que no distinguía entre baja y alta cultura: para ella era el mismo movimiento artístico posar para Ovaciones –la Interviú de la época– que para Diego Rivera. El suyo es un desafío no solo de género, sino también contra el patriarcado cultural”.
Nahui Olin pagó “un precio muy alto” por aquellos posados. “Si en algún momento tuvo alguna posibilidad en el cerrado mundo cultural de una sociedad que se llamaba a sí misma revolucionaria; si pudo ser algo más que la hija de o la compañera de, cuando se descorcha la botella de champán ya no tiene posibilidad de que le hagan caso. Baste decir que una antología de 1930 reunió a 110 poetas mujeres mexicanas, y no está ella. Por aquellos años se hace también una exposición de medio centenar de pintores mexicanos, y Nahui tampoco aparece. Se la apartó, no se la tuvo en consideración, se la consideró extraña al mundo cultural a pesar de que saludaba a Rivera, a Tamayo y a Gorostiza. La única exposición que hizo fue en San Sebastián, y porque se trajo ella misma los cuadros. En México hizo una de fotografías como si fuera la autora, siendo la modelo”, agrega Bonilla.
Riqueza recuperada
“Ante ese silencio, decide desaparecer y pasa 40 años esperando a que alguien se fijara en ella. Y llega Tomás Zurián, quien, según decía, la descubre el mismo día que ella muere. Eso la convierte aún más en una historia de fantasmas”, subraya el escritor, quien cree que el acto de justicia poética que pueda suponer la reivindicación de Nahui Olin “es más bien una forma de redimirnos a nosotros mismos. La vida pasa solo cuando estás vivo, lo que queda luego son solo nombres propios y anécdotas. Si les podemos dar un poco más de vida mediante la literatura, no es poca cosa”.
Para Bonilla, “se trata de que no renunciemos a una riqueza heredada que estaba oculta y por fin sale a la luz. Piensa en Góngora: pasaron años sin que nadie lo leyera, hasta que se volvió un nombre fundamental del canon. Es un patrimonio que logramos recuperar, no lo hacemos solo por rescatar a alguien del olvido”.
También este año, Bonilla presentó su monumental antología de poesía vanguardista latinoamericana Tierra negra con alas (Fundación Lara) en colaboración con Juan Manuel Bonet. “Que la vanguardia en España haya quedado reducida a los pobres ultraístas y al 27, y en América a los nombres sagrados de Girondo, Vallejo, el primer Borges y el segundo Neruda, nos parece un derroche. Si alguna medalla podemos ponernos Bonet y yo es la de reivindicar esa doble vía, la de esas obras, que todavía tienen vigencia y potencia, y la de sus vidas, que han sido la sustancia de mis dos últimas novelas”.
Después de abordar la figura de Vladimir Maiakovski en su novela Prohibido entrar sin pantalones, y la de Nahui Olin en Totalidad sexual del cosmos, Juan Bonilla trabaja en la figura de Agustín García Calvo, “aunque es una figura complicada de meter en una novela, y yo no sirvo para el ensayo. No llego, no tengo formación académica, se me dan fatal las notas al pie y las citas bibliográficas”, apostilla.
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