Juliette Binoche (París, 1964) pasó por Málaga un día especial. Llueve por primera vez en muchos meses y ella, en lugar de fruncir el ceño porque el día pinte gris, sonríe y lo celebra: “Es un regalo de los dioses, lo necesitamos”, dice, despreocupada por que cuatro gotas parezcan cambiarlo todo, hasta los planes calculados al milímetro, en una ciudad sedienta.
Sentada bajo la tenue luz del salón de un céntrico hotel malagueño, vestida con elegante traje de chaqueta, Binoche confirma con sus gestos, con lo que dice y con lo que calla, que es el tipo de estrella que parece ser. A su alrededor se mueven los demás como en órbitas concéntricas mientras ella mantiene el brillo, afable y a ratos divertida.
Sus acompañantes subrayan su aura: una mujer que le coloca el pelo, un hombre que tapa un foco que le roba la luz, y que ahora se acerca a poner límite: última pregunta. “Rápido, no se preocupe: pregúnteme más cosas”, dirá ella luego, aprovechando que el otro ha vuelto a alejarse. También es firme para defender su territorio, que hoy es el de las palabras: no quiere fotos durante la entrevista porque la desconcentran de las respuestas, a las que da forma con paciencia y precisión. Sólo admite la presencia del periodista y de la intérprete que hoy la acompaña, Isabel Moyano.
La actriz francesa es lo más parecido que puede haber a una estrella del cine europeo, o del “cine de autor”, sea lo que sea eso. A sus sesenta años, en su filmografía hay obras de David Cronenberg, Jean Luc Godard, André Techiné, Louis Malle, Isabel Coixet o Leos Carax, y un puñado de papeles de los que perduran: el de Julie, la compositora doliente por la muerte de su hija y su marido en un accidente de coche, en Tres Colores: Azul (Krzysztof Kieslowski, 1993); el de enfermera en un monasterio toscano en la Segunda Guerra Mundial, en El Paciente Inglés (Anthony Minghella, 1993); el de mujer sufriente en Caché (Michael Haneke, 2005).
Binoche es la única actriz con un Oscar, un César, un Bafta y los premios de interpretación de los tres grandes festivales de cine europeos: Cannes, Venecia y Berlín. En 2022 recogió el Premio Donostia del Festival de San Sebastián y el año pasado el Goya Internacional. Y ahora pasó por Málaga para recoger otro de manos de su amiga Ángela Molina: el Premio Honorífico del Festival de Cine Francés, organizado por la Alianza Francesa, que reconoce así a una figura “imprescindible” para el desarrollo del cine en francés y la difusión de la cultura francesa.
Toda esta retahíla de premios ha reforzado la conciencia de que su ascendente conlleva una gran responsabilidad. Somos “políticos sin fronteras”, ha dicho en alguna ocasión. Su trabajo, dice, tiene la “suerte de cambiar vidas”, porque es una suerte de terapia sanadora del alma. Juliette Binoche eligió ser actriz porque no podía ser otra cosa.
El otro día repasé su discurso al recoger el Goya internacional en 2023. Dijo usted cosas muy bonitas y profundas sobre el oficio de interpretar. Dijo que era un reconocimiento al ardiente deseo que la invade, pero no le pertenece. “Sólo soy un instrumento de este ardiente deseo, una herramienta”. ¿De qué es herramienta un actor o una actriz? ¿De dónde sale su pulsión por actuar?
[Sonríe, duda. Mastica la respuesta] No lo puedo explicar. Pero puedo decir que he sido educada en una familia de artistas que había vivido la guerra y emigrado desde Polonia… Mis abuelos lo perdieron todo. Y el deseo de mi madre de ser artista era muy muy fuerte. Ese deseo no se cumplió del todo, porque tuvo a sus hijos bastante pronto. Y cuando nos proponía, por ejemplo, ir a un concierto, leer un libro o hacer teatro, yo siempre decía que sí. Para mí era una solución a mi incapacidad para entrar en la dinámica escolar, desde el punto de visto académico. Yo no fui al colegio al mismo tiempo que todos, ni aprendí a leer a la vez… Estaba apartada. ¡Y aquello supuso una puerta abierta a un mundo libre! Divertido, libre... De creación… Podía… ¡Ah! Ser libre. Fueron las circunstancias de mi educación, pero también mi sed de vivir, y el haber tenido una infancia difícil, lo que provocó que la salida hacia una vía artística fuera un medio de sobrevivir y expresar cosas que no habían sido expresadas antes. En las infancias difíciles, de sufrimiento, eso es absolutamente necesario.
Usted es actriz, pero también canta, pinta y escribe poesía. ¿El intérprete es también un autor?
Sí, por supuesto. Es la continuación de la escritura. El autor escribe a partir de una sensación, de una emoción, de una idea que viene y que desciende a su corazón por la escritura. Y un intérprete recoge lo escrito y lo mueve a través de su corazón hacia la cámara.
Si echa la vista atrás, tiene una carrera plena: premios, trabajos con los directores y directoras más prestigiosos, con papeles que muchos recuerdan, y el respeto de la industria. ¿Siempre eligió por dónde quería ir?
Hace falta trabajar con la intuición, con aquello que es importante en tu corazón. Puedes decir no a cosas que parecen magníficas, brillantes, pero debe haber un verdadero vínculo con el deseo, con aquello que es importante en el fondo del corazón. No puedes dejar de decidir. Porque después no hay lamentos. ¡No hay arrepentimiento! Si has elegido a partir de una sensación verdadera, entonces no puedes nunca dudar de la finalidad de lo que has hecho.
A usted le llegó una decisión importante cuando tuvo que elegir entre Parque Jurásico y Tres Colores: Azul. Son casi paradigma de sendas maneras de entender el cine. Pero ha explicado en alguna ocasión que ya se había comprometido con Kieslowski. ¿Cree que hubiese cambiado su carrera si la decisión, en ese cruce de caminos, hubiese sido otra?
No, porque ¡en Parque Jurásico lo importante eran los dinosaurios, mientras que en Azul eran las personas! ¡Y elegí a las personas! Incluso aunque me gusten mucho a los animales. A ver, si no hubiera tenido otra cosa que hacer, ¡claro que lo hubiera hecho! ¡Me hubiese divertido mucho trabajando con Spielberg! Esperar diez horas en la caravana, salir y preguntar si todo va bien… [gesticula, ríe a carcajadas].
Dice que le interesan los papeles en los que el personaje se transforma. Y a usted, ¿cómo le influyen sus personajes?
Una película es una inmersión. En un universo, en sus circunstancias, en una historia, en personas, en la amistad, en situaciones emocionales… Así que eso a la fuerza te hace reflexionar y evolucionar. Mire, hay diferencias entre la terapia y la forma artística. En terapia intentamos modificar un comportamiento. En un papel, el actor, cuando ve que hay un comportamiento así da las gracias. Son dos cosas diferentes, pero no están totalmente separadas, porque se trata de psicología. No estudiamos psicología, pero tenemos una relación con su esencia, con la experiencia psicológica. De alguna forma, me provoca una reflexión el fondo de las cosas.
¿En qué sentido?
Cuando hice la película con John Boorman [Un país en África, 2004], trabajé con una coach norteamericana, negra, sobre el racismo, sobre mi personaje. Y yo me decía: “Juliette, yo no soy racista”. Pero al trabajar con el personaje, y con el coach, me di cuenta de que tenía un fondo racista del que no era consciente. ¡Voilà!
Dice el festival que usted es una figura “imprescindible” para el desarrollo del cine en francés, y es casi un lugar común calificarla como una de las grandes estrellas del “cine de autor”. ¿Se siente usted representante de una manera de hacer cine? ¿De una forma de entender la cultura? ¿Qué responsabilidad supone eso?
Yo creo que todos los actores y actrices son responsables de sus elecciones y tienen una responsabilidad de lo que emanan hacia la conciencia de la gente. Es una acción importante, y hay que saber ser responsable de eso. Esto lo siento desde hace bastante tiempo, no hacer elecciones marcadas solo por lo que nos gusta, porque es necesario ser conscientes que esas elecciones tendrán una repercusión. Ahora, a veces intento no pensar mucho en ello, porque lo importante es vivir de manera libre. Si estamos siempre pensando siempre en nuestra imagen, en una representación, dejamos de ser artistas. Para eso, hagamos una Inteligencia Artificial y me multiplico en mis entrevistas. ¡No! Hay que cuestionarse, cambiar, porque los valores de hoy no son los de mañana. Por eso, a veces cuando las entrevistas me dicen “usted dijo esto o aquello”, yo les digo que no, que no lo dije o lo pongo en cuestión, porque no nos parecemos a lo que seremos dentro de diez o veinte años.
Hace apenas unos meses suscribió un manifiesto exigiendo más medidas contra la violencia sexual ejercida contra las mujeres en el cine, coincidiendo con la última edición del festival de Cannes, cuando nueve mujeres acusaron a Alain Sarde, un reputado productor. ¿Qué parte del iceberg hemos conocido hasta ahora y qué puede hacer la industria para atajar estas conductas?
Hay cosas que se tienen que hacer ya. Lo primero es que se apliquen las leyes, porque hay muchísimos casos que no llegan a juzgarse. Creo que en España las leyes se han modificado de forma muy firme, y hay menos abusos sexuales en el ámbito familiar. En Francia es mucho más laxo, había un momento en el que se pensaba como si todo estuviera permitido, también en el cine. Creo que hay una toma de conciencia, que es dura para los hombres, que se sienten perdidos y atacados, pero creo que es importante que se den cuenta de que hay cosas que no son tolerables. Estamos obligados a remover la conciencia para evolucionar.