Juliette Binoche (París, 1964) cree que el acto político más importante de un actor es elegir un papel. Eso no quita que a ella le guste defender bien alto su perfil ecologista y feminista también en las entrevistas, lo que la convierte en una de las actrices más cotizadas por los medios en los festivales de cine.
Este año, Binoche presenta en San Sebastián dos películas dirigidas por mujeres tan reputadas y aplaudidas como ella: Vision, de la japonesa Naomi Kawase, y High Life, de Claire Denis. En la primera interpreta a una escritora que viaja a los bosques de Osaka para encontrar una hierba medicinal que crece cada 1.000 años y cura el dolor humano. Pronto se descubre que el viaje es más bien un regreso y que, en lugar de buscar algo nuevo, llega para reencontrarse con su pasado.
La francesa recibe a los periodistas con unos minutos de retraso porque saborea cada respuesta como si fuese la primera, soltando por el camino dardos de ironía y encandilando a toda la sala. Binoche no se corta al hablar del me too, movimiento al que contribuyó con su experiencia de acoso y abuso sexual cuando era joven, o de la “pasividad suicida” del ser humano con la naturaleza en las siguientes preguntas planteadas por un grupo de medios.
La directora Naomi Kawase utiliza la naturaleza de una manera simbólica. ¿Existe en Vision un mensaje ecologista?Vision
La naturaleza es simbólica, pero no solamente. Cuando estaba en Yoshino, cerca de Nara, que es la región de donde proviene Naomi, sentía una emoción muy especial. Quizá es porque vivo en la ciudad y muchas veces estoy desconectada de la naturaleza por estar en coches, aviones, trenes y hoteles.
Creo que nos ocurre a todos los que vivimos en ciudades, que son construcciones de los hombres, y por eso necesitamos volver a entroncar con esa otra parte dentro de nosotros mismos que encontramos en la naturaleza. Porque, si no hacemos algo de forma urgente, estamos abocados a un futuro un poco negro. Ya lo estamos cuando hay tantos cataclismos y fenómenos naturales. Lo contaminamos todo, jugamos con el entorno como si fuésemos niños avariciosos y la naturaleza nuestro juguete.
Por lo tanto es urgente, tenemos que cambiar de actitud y si no lo hacemos puede que nos encontremos con esa sexta extinción de la humanidad y del planeta. Hay que dejar de ser actores y abandonar esa pasividad suicida en la que vivimos. Tenemos que despertar nosotros mismos y tenemos que provocar que despierten también los políticos y quienes toman decisiones.
Dice su personaje que hay una parte agresiva del cerebro que ha evolucionado muy lentamente. ¿Es trasladable al momento actual, con toda la xenofobia, los nacionalismos y aumento de las desigualdades? ¿Estamos evolucionando muy despacio?
Para mí esa es una de las imágenes que más me emociona. Creo que todos tenemos una forma animal que nos lleva a querer conquistar cosas, a la agresividad y hay que hacer que eso cambie. Ella se dirige a la parte femenina del chico en esa escena, a esa parte femenina que deben tener todos los hombres.
Es uno de los temas fundamentales de la vida, la diferencia entre el ser y el estar: tenemos que darle la vuelta y llegar al ser. La experiencia y el tiempo ayudan, pero tenemos que hacerlo rápido porque las cosas se está acelerando, los movimientos así lo indican y hay que cambiar la inercia. Ese movimiento se ve ahora con las mujeres, y también con la naturaleza y el medio ambiente, hay que dejar de ser pasivos para ser activos. Ahí tenemos un papel que jugar los actores, los medios de comunicación y los políticos.
Sobre el movimiento de las mujeres, usted ha contribuido con sus relatos de abuso y acoso. En cambio, las actrices francesas publicaron un manifiesto contra el puritanismo del me too. ¿Qué opina? me too
Creo que son movimientos necesarios. Hacen falta olas para que puedan moverse los barcos y la conciencia necesita también esas olas. No es un fin en sí mismo, pero creo que el hecho de que expresemos lo que está ocurriendo detrás de las puertas y que lo expresen las mujeres es una necesidad. Lo femenino es necesario. Lo femenino ha esperado con paciencia, pero ahora hay una impaciencia de querer y desear.
Nos hemos visto soslayadas desde hace milenios y por ello es necesario que artistas, tanto hombres y mujeres, puedan expresarse al respecto. Ese deseo de paridad. Por ejemplo, en los festivales debe haber paridad en el comité de selección. Luego lo que debe imperar es el arte, no que haya más películas de hombres o de mujeres, eso es otra cuestión. Habrá gustos y colores de unos y otros, pero es cierto que eso lo va a seleccionar alguien y ahí sí que tiene que haber paridad.
En cuanto al me too, yo creo que es un movimiento para que las mujeres hablen y expresen esos problemas vinculados a la violencia. Para mí es importante decirlo.
Sin embargo, las dos películas que presenta son de mujeres cineastas. ¿Este cambio se nota en la calidad de los papeles que le llegan como actriz veterana?
Que haya directoras no es es bueno solo para los actores, es bueno para el mundo. Lo que haría también falta es que haya realizadores y directores en lugares como África para escuchar a esa población; no pueden estar mudos, hay que oírles para escuchar su relación y cambiar su vida.
Sobre estas dos directoras, cuando dije sí a Naomi (Kawase), no había guion. Decidí viajar con ella sin saber adónde. Me pasó también en High Life, de Claire Denis, donde tampoco el guion estaba terminado. Es una forma de ir a la aventura con alguien a quien admiras. Es cierto que no conoces la finalidad de la película, porque naturalmente lo interesante para un actor es el proceso.
En esta película el amor se presenta de una forma muy sutil, casi sin cortejo. ¿Cree que los orientales tienen una forma de acercarse al amor en el cine diferente a la de los occidentales? ¿Menos violenta?
En el caso de esta película, creo que ninguno de los personajes se siente feliz. Ella tiene ese pasado que la perturba, una culpabilidad constante. Él también está preocupado por la naturaleza, los dos lo están. El caso es que están viviendo esa situación complicada, y por eso todo sucede tan despacio.
Ya cuando hablamos de intimidad, si comparamos entre oriental y occidental, creo que es lo mismo, no creo que haya tantísimas diferencias. Puede que haya diferencias en cómo aborda un hombre a una mujer en un contexto oriental. Bueno, yo no debo decirlo porque nunca he estado con un japonés (ríe). Pero a fin de cuentas seguimos hablando de un hombre y una mujer que se encuentran, se tocan, donde hay tacto y hay palabras.
Ha trabajado con Kawase y ahora prepara una película con Koreeda. ¿Cómo se dan los rodajes entre equipos con una cultura tan diferente?
La verdad que estoy encantada, siempre ha sido un placer inmenso rodar con directores de otro lado del planeta, me genera curiosidad y siempre he sido curiosa. Cuando decides trabajar con alguien, el guion es importante, pero Koreeda cree que él no dirige a los actores, sino que le gusta observarlos. No está en un pedestal dando órdenes. Observa la humanidad de cada persona y la captura con su cámara, y a mí eso me conmueve.
No creo que eso venga dado por el hecho de que sea japonés. Yo he tenido la suerte de que, como hablo inglés, muy pronto me abrí fronteras y trabajé con directores internacionales, y eso es un regalo que me ha ofrecido muchísimas oportunidades interesante. Creo que lo que nos une a la gente no son las culturas o las tradiciones, sino las sensibilidades. Y los actores deben estar más allá de las fronteras terrestres. Los artistas somos políticos sin fronteras.
¿Debe entonces el actor usar su altavoz para denunciar injusticias o, por el contrario, es una decisión personal?
Creo que el elegir las películas que uno hace es ya de por sí un mensaje, desde el principio. Es un acto político. Y tiene que haber coherencia entre las películas que eliges y cómo actúas en la vida.
Ha protagonizado varias películas sobre la pérdida de un ser querido. ¿Cómo es la preparación psicológica? ¿Es duro desprenderse de ese poso?
Por ejemplo, antes del rodaje de Azul, una amiga mía perdió a un hijo de 12 años. Durante dos años estuvimos hablando mucho de ello y eso me sirvió de preparación, inconscientemente. Cuando rodé, conecté con él, con Justine, y no me sentí infeliz, incluso casi feliz. En el filme no viví una pérdida sino una conexión más allá.
Los actores tenemos que encontrar vidas paralelas para actuar, vidas que no son forzosamente lo que está escrito en el guion. Porque eso nos alimenta de una forma mucho más misteriosa y hace que funcione la historia. Hay que actuar con el interior de uno, con sus emociones. Hay que crear. Y cada vez es diferente. Actuar es una experiencia de vida que alimenta el alma y alimenta la película. Para mí es crucial crear y aportar mi grano de arena. Si no, me aburro.