Antonio Ortega, escritor: “A mí me salvó darme cuenta de que con un lápiz y un papel podía traspasar los muros de Polígono Sur”

Alejandro Luque

12 de septiembre de 2022 20:17 h

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En el lugar donde hoy se ubica el parque Guadaíra fue décadas atrás La Zúa. Antonio Ortega recuerda bien ese ramal del río Guadaíra que venía a ser “la playa de los pobres” rodeada de árboles frutales salvajes, hasta que poco a poco fue convirtiéndose en un muladar en el que todo el mundo arrojaba chatarra y escombros. Para el periodista y escritor, se trata de una buena metáfora de lo que se acabaría convirtiendo el Polígono Sur, el barrio en el que creció: un vertedero que durante los años 80 sería para los sevillanos sinónimo de droga, violencia y marginación.

Ortega (Sevilla, 1971) recrea ese mundo en la novela que tituló precisamente La Zúa, que conoció tres ediciones en el sello Libros en Huida y ahora es reeditada por Altramuz. Presentado esta semana en el ciclo Café Gitano entre Libros, el volumen surge de un hecho anecdótico: “Un día, a la salida del colegio, mi hijo Manuel oyó hablar a unos padres de que había habido un tiroteo en el Polígono Sur, y le impresionó que lo comentaran como algo normal”, comenta el autor. “Le di vueltas a aquello y sentí que tenía una deuda, una obligación: la de contar cómo los niños de este barrio fuimos víctimas de un sistema que encerró a la gente entre unos muros y luego llenó ese lugar de droga. Tenía que contar cómo la gente se volvió loca, recordar a aquellos padres que no entendían lo que estaba pasando y veían degradarse y morir a sus hijos”.

El autor se siente un privilegiado por haber vivido aquellos difíciles años sin caer en ninguna de aquellas trampas letales. “Yo tenía las mismas papeletas que todos los demás. Muchos de mis amigos sucumbieron a la droga, y de la generación anterior, casi todos. A mí me salvó la literatura, me di cuenta de que con un lápiz y a través de un papel yo podía traspasar aquellos muros”.

Mirada infantil

Para Antonio Ortega, uno de los factores que ha reducido al Polígono Sur a una serie de estereotipos negativos es que con frecuencia han hablado de él “con mucho mito, pero sin meterse allí para ver la verdad”. Por eso en La Zúa ha querido contar “cómo los políticos construyen un gueto habitado por familias de buenas personas, muchas de las cuales acaban abocadas a la delincuencia. Era gente procedente de lugares como el refugio Luca de Tena que pasó a las casitas bajas del Polígono Sur y de ahí a las Tres Mil Viviendas. Sevilla ha criticado mucho el barrio, hay quien incluso ha pedido mandar tanques durante la pandemia, pero lo cierto es que se trabaja mucho sobre políticas sociales y nada sobre normalización”.

Las Tres Mil "son el pulmón de Sevilla, porque todo el que no tiene una vivienda, consigue algo allí. El que no tiene trabajo, encuentra con qué ir tirando. Si toda esa gente se pusiera en el Ayuntamiento a exigir sus derechos, sería un clamor"

Entre otras cosas, el autor llama la atención sobre el hecho de que, hasta bien avanzada la década, no existiera en el código penal la circunstancia atenuante de los delitos cometidos bajo el efecto de sustancias tóxicas. “Cuando la droga sale de los muros del Polígono Sur, salta a las fiestas y el perfil social del adicto cambia, son los hijos de la gente bien los que consumen”.

La perspectiva que el escritor ha querido adoptar es una óptica infantil, “porque a los niños nunca se les pregunta”, asevera. “El punto de partida es autobiográfico, pero el perfil del protagonista está construido con la suma de perfiles de los chavales con los que conviví en aquellos años, a modo de homenaje. Se ha pintado a esa generación como los demonios, pero eran personas, víctimas”.        

Convivencia y arte    

El elemento gitano en aquella comunidad supuso, en palabras de Ortega, “una presencia muy positiva, que propició una convivencia extraordinaria. Nunca hubo allí conflictos entre gitanos y no gitanos, y de hecho muchos gitanos casaron a sus hijos con gente que no lo era. Además, quienes venían de los corrales de vecinos de Triana trasladaron su arte a los soportales de las Tres Mil. En esa época, quienes más manifestaban el flamenco eran los gitanos, pero todos los vecinos participaban. Ahí están los Amador, Bobote, Eléctrico, Caracafé… El compositor y guitarrista de Rocío Jurado, Melchor Santiago, también se crio en el barrio. Y La Herminia, Mari Vizárraga, La Tana... Y allí vivieron también Aurora Vargas y Juana la del Revuelo, el grupo Quilate, un montón de talento junto”, enumera.

Una energía que no siempre queda reflejada en los medios o en el cine, que una y otra vez difunden en su opinión lugares comunes. “El burro en el balcón del filme de Dominique Abel en Polígono Sur es mentira, porque todo el que ha vivido con animales sabe que un burro no puede subir una escalera. Pero se siguen potenciando esas miradas que no ayudan a entender mejor el barrio”.

Asimismo, Ortega señala que las Tres Mil Viviendas “son el pulmón de Sevilla, porque todo el que no tiene una vivienda, consigue algo allí. El que no tiene trabajo, encuentra con qué ir tirando. Si toda esa gente se pusiera en la puerta del Ayuntamiento a exigir sus derechos constitucionales, sería un clamor”.

 

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