Tras el éxito de su anterior libro de relatos, La isla de los conejos, que fue objeto de varias ediciones y traducciones, eran muchos los ojos que estaban puestos en Elvira Navarro. La escritora onubense, destacada como una de las voces más sólidas de la narrativa española del momento, ha respondido a esas expectativas con Las voces de Adriana (Random House), una novela en la que aborda el tema universal del duelo y la ausencia desde una perspectiva actual.
“Cuando publicas cuentos, no esperas nada, no te haces grandes ilusiones: es un género que se lee poco, vas muy tranquila en ese sentido. Pero tal vez por eso, la repercusión de La isla de los conejos fue una gran sorpresa”, explica. “Una novela es otra cosa, pero la verdad es que yo nunca pienso en los lectores. Creo que el deber de un escritor es pensar en el texto”.
Además, añade Navarro, “no existe eso que llamamos lectores. Hay personas muy diferentes que se acercan a lo que escribimos de manera diferente. Pero lo que yo quiero contar responde a una pulsión interna, es el propio texto el que te va llamando. Tú eres como el médico que tiene que escuchar por dónde te lleva, porque la escritura genera sus propias dinámicas, sus propias leyes, y tienes que saber descifrarlas”.
Un falso desapego
¿Y adónde llevó el texto esta vez a Elvira Navarro? Para empezar, al personaje de la Adriana del título, una chica que cuida de su padre enfermo y se siente estancada. El hecho de espiar la vida de los demás a través de una app de citas no la ayuda a sentirse más integrada. Por otro lado, va a fundir su discurso con el de una abuela y una madre difuntas que, como personajes de tragedia clásica, narran unos hechos terribles.
“Esa parte final fue la primera que escribí”, revela la autora. “Cuando la terminé, me di cuenta de que era demasiado dura, y estuve un tiempo esperando un contexto, una especie de pasillo que nos llevara hasta ella. Necesitaban un cierto entonarse, como cuando sientes que tienes que tomarte unas copitas antes de ir a la discoteca”.
Así pues, la historia de Adriana se construyó como ese pasillo previo, pero la onubense hubo de pulir mucho para que el resultado final tuviera la redondez con que llegó a la imprenta. “De las 300 páginas iniciales se quedó en 143 para que el puzle encajara bien”, recuerda.
En las páginas de Las voces de Adriana hay una reflexión de fondo compartida con muchos otros autores de la generación de Navarro. Esa idea de que la familia ha dejado de ser lo que era, un modelo tradicional severamente cuestionado por parte de los jóvenes. No obstante, la escritora cree que la sensación de desapego hacia los mayores que parece dominar estas relaciones “no es más que una apariencia en la mayoría de los casos. Los lazos familiares no se deshacen con facilidad si no han pasado cosas graves, si tu familia te ha querido lo suficiente. Ante los familiares estamos obligados a estar unidos de una determinada manera, uno no se divorcia fácilmente de esa institución”.
Lejos en la experiencia
Lo que sí valora positivamente Navarro es que los roles tradicionales hayan desaparecido, o al menos estén en seria crisis. “Antes esos roles estaban muy definidos, porque el hombre era el que estaba obligado a traer el pan y la mujer a cuidar de la casa. Todo eso ha sido dinamitado para bien, pero hay algo que como sociedad no hemos sabido resolver: el cuidado de los mayores”.
“Eso, junto a la conciliación del trabajo con los hijos, está haciendo que la gente viva muy desquiciada”, prosigue la autora de otros títulos como La ciudad en invierno, La ciudad feliz, Los últimos días de Adelaida García Morales o La trabajadora. “Las residencias de ancianos son una solución triste, de hecho, es algo traumático para muchos”.
Lo que tiene claro Elvira Navarro es que la literatura no es la llamada a resolver estos problemas, sino, a lo sumo, señalarlos. “¿Cómo vas a dar la solución a un problema del que sabes lo mismo que los demás?”, se pregunta. “Hoy los intelectuales ya no son esas personas que sentenciaban cada vez que abrían la boca. Esa reverencia a la autoridad viene quizá de la España católica, pero todo eso ha cambiado también: hoy todas las voces se han igualado”.
En el caso de sus libros, tiene claro que desea “plantear estas cosas desde la experiencia humana, no desde un punto de vista intelectual. La literatura va lejos, pero sobre todo en la experiencia. Y un escritor no es necesariamente un intelectual, a veces incluso está reñida una cosa con la otra. La literatura se hace de lo concreto, y lo concreto no obedece nunca a moldes. El mundo de las ideas es siempre abstracto, y de hecho no sé si es bueno tener muchas. La literatura no va de explicar, va de señalar”.
Miedo a la muerte
Por otro lado, la novelista cree que se habla poco de algo tan presente en la sociedad como el proceso de envejecimiento, a menudo contemplado con indiferencia total. “No queremos mirar lo que nos espera, y además despreciamos a quienes ingresan en esa edad. Mira lo que ocurrió con las residencias de ancianos durante la pandemia, la salvajada más grave de las perpetradas en España desde los atentados de Atocha”.
“Los rituales de hoy son sintomáticos de una sociedad que no asume el deterioro o la muerte, frente al culto a la juventud y a la novedad”, agrega Navarro. “Hay mucho miedo a la muerte, y la obsesión por los gimnasios y por comer bien son una prueba más”.
Por último, cuando se le pregunta por su condición de andaluza periférica que ha logrado triunfar en su oficio, asegura que “ya no importa tanto ser o no de provincias, porque ya no hay centros, o el centro está en todas partes. Está en lo virtual. Ahora ha dejado de tener sentido ir a la capital para darse a conocer, solo necesitas conexión a internet”.