“Aquí mienten todos”. 6 Mujeres 6 (Samarcanda) es el debut literario de Fernando Repiso y un viaje para “superar la decadencia” de una familia marchita que se aferra a los años, ya tan lejanos, de bonanza. Con esta novela, el autor sevillano desbroza las apariencias creando el desconcierto en una protocolaria reunión familiar.
6 Mujeres 6 es un manuscrito que combina la novela negra con la comedia. El cruce de géneros es de “las pocas cosas claras” que tenía el autor a la hora de configurar un texto que es una “tragicomedia pura y dura”. Porque para Repiso eso es la vida. “No se puede estar continuamente llorando ni riendo”. El toque de humor está “bien puesto y bien medido” a lo largo de casi 300 páginas para dar un respiro al lector ante tanta mezquindad.
Repiso presenta un texto que incomoda. Le gusta decir que la familia es “una molestia necesaria” y por eso muchos de sus lectores pasan las hojas con una “risa fría”. Es el reflejo de la toxicidad de unas relaciones con sus consanguíneos que quizás prefieran ignorar. Es más fácil dejarlo estar. A fin de cuentas a la familia no se la elige.
Lo que iba a ser una nueva conmemoración de la muerte de sus padres, Felipe y Lourdes, se convierte para las hermanas Silva en un salto al vacío. Y sin red. ¡Qué 21 de junio! Irene, Beatriz y Laura se juntan en la casa familiar donde todavía vive Gloria, la más pequeña, junto a Tita. Esta nonagenaria llegó a servir a la familia cuando todavía se le conocía como Felisa. Ahora, en estado vegetal, sobrevive. El encuentro es el preludio de un fin de semana de recuerdos, de inseguridades, de reproches y de mentiras. Y de mucho egoísmo.
6 Mujeres 6 deja al desnudo a las hermanas y muestra el camino de autodestrucción que han elegido para enfrentarse a la vida. Incapaces de reconocer sus derrotas, viven sin vivir. Están, duran, permanecen, pero no viven. Pura fachada. Igual que la casa donde transcurre casi toda la acción.
Con tres plantas y una azotea con un castillete, la vivienda familiar se sitúa en el barrio sevillano de Heliópolis. Es un casopolón que, sin embargo, se cae a pedazos. Sólo Irene sabe de la situación insostenible del inmueble, un pozo sin fondo de gastos, e idea un plan para venderlo. Tendrá que convencer a sus hermanas. A priori es un mero trámite ya que al ser la mayor “es la única que sabe de qué pie cojea cada una. Las manipula”. Necesita la aprobación y con el dinero pagar una residencia para la Tita y otra para la “distraída” Gloria. Pero no será fácil. Ya se sabe que cuando hay dinero de por medio, se olvidan los parentescos. “Siempre suele generar un cataclismo. Es el origen de cualquier desgracia familiar”.
La casa, ruinosa, “es el reflejo físico de la situación emocional de la familia” y las hermanas son los escombros que se amontonan en las plantas superiores ahora inhabitadas. El fin de semana sirve a Irene (la madre sustituta), a Beatriz (abogada enganchada a la cocaína), a Laura (ama de casa sumida en un tedio continuo y con un marido infiel y un hijo descarriado) y a Gloria (niña inmadura que vive del autoengaño) para escarbar en sus sentimientos. En su mecedora, inerte, está la Tita que se representa como “la memoria castrada de la familia”. La sexta mujer es Gema, la fallecida hermana gemela de Gloria, que otorga diversos pasajes fantasmagóricos a la novela. ¡Cómo será la vida de puta para sus hermanas, que esta se alegra de estar muerta!
Desvelada la intención de Irene de despojarse de la casa familiar, sólo queda la bronca. Su “suma perfección” queda en entredicho: “No quiere desvelar su incapacidad para gestionar el patrimonio de la familia”. Opta por el silencio y se cobija en su amigo Lino, que la ha estado ayudando económicamente. Hasta ahora.
Con la deuda pendiente y sin una decisión sobre la venta de la casa, la reunión se convierte en un thriller, con secuestro, pistola y güija incluidos, incendiado por las mentiras que esconden cada una de las hermanas. “Son unas fracasadas”. A pesar del pesimismo de Repiso, “no tenemos arreglo”, la trama otorga un resquicio de esperanza para cambiar el destino de esta familia. Siempre queda lugar para el arrepentimiento. Sólo hace falta escuchar honestamente y la voz llegará entre el ruido. Porque aunque vengan mal dadas “la familia es ese núcleo donde al final no estamos tan mal”.