Tras moverse en distintos géneros, de la fantasía a la novela negra, a Juan Ramón Biedma (Sevilla, 1962) le pedía el cuerpo escribir sobre un escenario y un momento histórico muy particulares: la capital hispalense durante los primeros meses de la sublevación militar de Franco. “Sevilla en retaguardia es un tema un poco olvidado, incluso para los propios sevillanos. He tenido que investigar a fondo, encontrando muchas puertas cerradas y muchas sorpresas”, explica el autor. El resultado es Crisanta (Alianza Editorial), una trama que gira en torno al robo de un tríptico del siglo XV firmado por Jan Van Eyck.
Biedma asegura que quería huir de la típica narración sobre la Guerra Civil, para lo cual pensó en “esas historias que tanto me apasionan, las de aquel cine de transición del mudo al sonoro”, dice. “Imaginé a Josef von Sternberg dirigiendo a Marlene Dietrich por la Sevilla de la época, e pensé que el lector podría entrar al trapo. Había nacido Crisanta”.
El personaje central es “esa estraperlista que fueron muchas de nuestras abuelas, la mía por ejemplo”, en este caso dedicada a las obras de arte que van sustrayendo los expoliadores del momento. “Ella hace de marchante para que esas piezas lleguen a manos de coleccionistas privados, cuando da con un tríptico de gran valor que podría suponerle la libertad. Entonces se sumerge en una búsqueda que termina en las entrañas de la catedral”.
Ciudad muerta
En el laborioso proceso antes mencionado, Biedma ha topado, sobre todo, con “la tendencia a la evasión del andaluz, esa propensión al olvido para, entre otras cosas, seguir viviendo”. Pero escarbando en el pasado, ha encontrado detalles tan asombrosos –y útiles para su novela– como el hecho de que el parque de María Luisa fuera el campamento militar donde se alojaban a las tropas marroquíes, mientras a los italianos y a los alemanes se les trataba a cuerpo de rey. O que el Pabellón de Brasil de la Exposición de 1929 fuera reciclado en centro de tortura de la Falange. O que el viejo cine Jáuregui se convirtiera en una prisión porque no había suficientes cárceles para tantas detenciones como hubo en aquellos meses de 1936.
En este terrible escenario, Biedma ha tenido la idea de desarrollar una novela de fantasmas. “Me sirvo de los géneros para contar lo que quiero contar, aunque siempre hablo de gente sometida a los giros de timón del destino, y del mal en sus diversas manifestaciones”, prosigue el novelista. “También me gusta llevar a mis personajes a través de distintos estamentos sociales. En el caso de Crisanta, lo sobrenatural, lo fantasmal, me parecía la metáfora perfecta para contar una Sevilla que crepitaba de tanto muerto. Se calcula que hubo unos 6.000 al margen de los ejecutados por el poder judicial y por el poder policial. Gente que tal vez nunca supo por qué se les había sacado de sus casas y habían sido fusilados en un callejón”.
Como suele suceder en estos casos, la ficción novelesca se entrelaza con el pasado histórico, y acaba conectando con la realidad. Así, mientras terminaba de escribir Crisanta, Juan Ramón Biedma asistía a través de las noticias a la salida de los restos de Queipo de Llano de la Basílica de la Macarena. “Recuerdo que por las calles o en el autobús se escuchaban comentarios del tipo: ¿Qué necesidad había de eso? De hecho, uno de los fines de mi novela es contar lo que supuso aquel virrey que tuvo poder absoluto, incluso al margen de la camarilla de militares africanistas, y que hizo y deshizo como le vino en gana”.
Barbaridades en las ondas
“Todos sabemos de las soflamas que lanzaba Queipo desde Radio Sevilla, animando entre otras cosas a la legión y a los regulares a violar a las mujeres del bando republicano. Pero también descubrí que el propio Estado Mayor lanzó una orden a los medios de comunicación exigiendo que antes de publicar la reseña de lo que decía este militar, se pusieran en contacto con ellos. Es decir, su propia camarilla impuso un filtro, lo que nos da una idea de cómo serían aquellos mensajes que no nos han llegado, qué barbaridades diría”.
Al igual que en una novela como El imán y la brújula se ocupó de los años 20 y 30, y en La lluvia y la mazmorra abordaba la dictadura de Primo de Rivera, Biedma pretende seguir explorando esa época difícil y controvertida de la historia de España. “Quizá lo próximo sea la posguerra, los años de la hambruna”, anuncia. “Crisanta no tendrá continuidad por diversos motivos, pero sí me gustaría que algunos de los personajes que aparecen en la novela vuelvan a asomar en futuras entregas”.
El sevillano, que asegura haberse inspirado también en los relatos y artículos de Manuel Chaves Nogales –“cuenta como nadie la represión en el mundo rural, aquellos escuadrones de caballistas financiados por los caciques que hacían partidas para exterminar a la resistencia”– cree que la realidad de la contienda supera a cualquier ficción. “La Sevilla de Queipo era mucho más terrorífica que el Londres victoriano. Lo extraño es que, durante el día, la vida podía ser incluso apacible, la gente iba a la tasca, aún no había carestías… Lo malo venía al caer la noche”.