Aunque ya había publicado en España algún título aislado, como El umbral de la sombra, sobre su admirado Giordano Bruno, fue a raíz de la salida a la luz de La utilidad de lo inútil (Acantilado) cuando Nuccio Ordine se convirtió en figura de culto entre los lectores de nuestro país, y de otra veintena de países de todo el mundo. Nacido en la localidad italiana de Diamante en 1958, este profesor de Literatura italiana de la Universidad de Calabria ha logrado llevar a todas partes su discurso humanista y anticapitalista, que se reforzó con su último título, Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal. Este sábado participa en la Feria del Libro de Granada.
Hace mucho tiempo que, en los autobuses en los que viajo, la única persona que lleva un libro en la mano soy yo. ¿Es grave?
Esta es una situación muy, muy grave. Es una realidad que no solo es española, es la misma música en todo el mundo. Hay un desprecio hacia la cultura, por el saber. La gente piensa que la dignidad del hombre está en el dinero que tenemos en el banco. Y no es así. La otra cosa es, claramente, el peligro de que las nuevas generaciones piensen que internet pueda ser el lugar para aprender y conocer. Es mentira. Mi posición es que Por ejemplo, el primer ministro italiano, Renzi, llega a Argentina en visita oficial, recita una poesía de Borges sobre la amistad… pero esa poesía no era de Borges.
Y sin embargo, el acceso al conocimiento por parte de los jóvenes ya se produce mayoritariamente a través de internet…
La culpa no es de los jóvenes, sino de la escuela y la universidad, que piensan que la educación moderna solo puede hacerse con la computadora, el móvil o la tablet. Eso es una tontería inmensa: la escuela moderna la hacen los buenos profesores. La función del profesor tendría que ser cambiar la vida de los estudiantes, no para que ganen el Nobel, sino para que entiendan que no se estudia para lograr un título, sino para intentar ser mejores.
Sin embargo, las universidades españolas se han convertido en máquinas expendedoras de títulos y oficinas de empleo, y se han olvidado de alentar las vocaciones. ¿También Italia sufre esa deriva?
No solo en Italia, en todo el mundo. La escuela y la universidad tienen como estrella polar el mercado, solo quieren formar profesionales. Y esto es una locura. Hemos olvidado que esas instituciones sirven sobre todo para formar ciudadanos, cultos, solidarios, que respetan la justicia, que respetan la solidaridad humana, el medio ambiente… Hoy todo esto queda en segundo lugar, ¿por qué? Porque todo es el provecho. Cuando un estudiante tiene que elegir una facultad, no piensa cuál es su pasión, sino qué disciplina me permite ganar dinero. Es una corrupción general de la sociedad.
¿Es ese el motivo por el cual cada vez se estudia menos el latín y el griego, y ha quedado arrinconada la Filosofía?
Esa es la locura mundial. La primera pregunta es siempre la misma, en todas partes: ¿Para qué sirve? ¿Para qué sirve estudiar música, filosofía, arte? En nuestra sociedad se piensa que las cosas útiles son solo las que producen ganancia. Es un error enorme. Hoy, en nuestra sociedad, tenemos necesidad de comprender que las cosas más útiles son las que nos permiten cultivar el espíritu, la humanidad. Vivimos en un mundo en el que otra regla muy fuerte es la idea de rapidez, de inmediatez. Pero tenemos que pensar que es la lentitud la que nos permite comprender, cultivar relaciones humanas. En mis libros hablo siempre de un texto maravilloso de Nietzsche, donde dice “para aprender, la lentitud es necesaria”. Hoy la lentitud es ir contracorriente, una forma de resistencia a la locura del presente. Quien hace cosas en tiempos reducidos es el mejor. Pero no es verdad. Eso es una manera de cultivar la superficialidad, la incapacidad de comprender el mundo, y de comprendernos a nosotros, que vivimos en él.
No hace mucho, Mathias Enard nos contaba que la literatura es una forma de devolver su complejidad al mundo. Frente a un mundo que quiere simplificarlo todo, aprender idiomas en tres días y cosas así, la literatura nos recuerda lo complejo y rico que es todo.Mathias Enard nos contaba
Claro, pero esa es la paradoja de la literatura. Puedes llegar a la complejidad a través de un medio que es la simplicidad. Recuerdo una página maravillosa de Cien años de soledad. El coronel José Aureliano Buendía regresa a Macondo tras hacer la revolución en toda Sudamérica, y empieza a fabricar pescaditos de oro. El oro con que le pagan, lo funde para hacer más. La madre se pregunta, pero en este comercio, ¿qué puede ganar? Él responde que no es el dinero lo que lo hace feliz, sino el placer del trabajo.
Antoine Compagnon me dijo una vez que los políticos de hoy solo leen los dossieres que les pasan sus secretarios en el coche, cuando van de una reunión a otra. ¿Usted lo cree también?
Sí, pero hay una cosa todavía peor. Hay muchos políticos que escriben libros, publicados por las editoriales más importantes. ¿Cuál es la paradoja? Que escriben muchos libros, pero no leen. ¿Cómo es posible eso? Es el nombre de la persona conocida, mediática, y no el contenido, lo que anima a esos editores.
Esto me recuerda también una frase de Eugenio Montale, el gran poeta italiano, que decía algo así como “Antes teníamos lectores, pero ahora se han puesto a escribir”. ¿La gente escribe hoy más que lee?
Es otra paradoja. Mucha gente escribe y poca lee. Es un símbolo de la decadencia de la cultura. Las librerías están invadidas de libros, libros de cómicos de la televisión, de cocineros, de futbolistas, de toda la gente mediática. El problema es que los buenos libros quedan sumergidos por los malos.
Se dice que también las nuevas series de televisión están apartando a lectores que antes llegaban a casa y se relajaban con un libro, y ahora desconectan con uno o dos episodios. Y al mismo tiempo, hay quien defiende que esos productos son el equivalente a Shakespeare o a los grandes contadores de historias. ¿Qué opina?
No puedo hablar mucho de esto, sinceramente no soy un gran espectador de televisión. Para mí, la televisión es normalmente la información, y más raramente una película de vez en cuando, después de trabajar. No tengo una verdadera competencia para emitir un juicio sobre ese fenómeno. Tengo amigos que me dicen que hay series muy, muy buenas. Pero entre una serie buena y un buen clásico de la novela, creo que éste es una ocasión para reflexionar, y recogerte en ti mismo. La televisión probablemente sea una dispersión de la atención, pero repito, no me siento competente…
Hoy hay una generación que prácticamente ha conocido el cine en la pantalla de su móvil, y lo mismo la literatura. Eso supone, claro está, una forma completamente distinta de acercarse a ambas artes, ¿no?
Claro. Hay hoy gente que trabaja en la neurociencia, que dice que leer un texto sobre una pantalla, o sobre el papel, es muy diferente. La lectura que haces con un libro en papel permite una manera de reflexionar más profunda. La pantalla no permite esto, porque tienes la posibilidad de hacer otras cosas al mismo tiempo: puedes mirar un comentario sobre el libro, otra nota, te llega en el mismo dispositivo un mensaje que te interrumpe la lectura… Hay estímulos continuos de distracción que impiden concentrarte. Don Quijote, podría decirse, es el mismo en pantalla o sobre un texto en papel. Pero nuestra manera de leerlo es diferente, y el riesgo es que no estemos conectados al texto más de diez minutos, condenados a hacer zapping como en los canales del televión. Por eso pienso que es mejor leer en papel.
Es curioso que en periodos de crisis, cuando más usuarios tienen las bibliotecas, los gobiernos reducen las partidas para comprar libros, limitan los horarios de atención al público… ¿Cómo se explica eso?
Cuando hay una crisis como la que estamos viviendo, económica y moral, se piensa que lo único importante es lo que produce dinero y permite comprar. Como si comprar fuera la llave para ser feliz. Victor Hugo respondió a eso en el XIX con un discurso maravilloso para decir: es verdad, el hombre tiene que pedir pan, pero si solo hace eso y no cultiva el espíritu, la Humanidad no tiene futuro. El mismo discurso, fuerte y claro, y conmovedor, lo hizo García Lorca cuando inauguró una biblioteca en Fuentevaqueros, y dijo: yo pediría un libro y medio pan. No un pan entero. Porque el libro es amor, y el amor es importante en la vida de los ciudadanos. No se puede cultivar solo el cuerpo. La felicidad del consumidor es momentánea.
Una amiga me contaba hace poco que con su pareja han renunciado a tener una biblioteca nutrida por una cuestión de espacio. ¿Se ha convertido eso en un lujo burgués?
Yo he encontrado una solución: vivo en una provincia, en Cosenza, en el campo, con una biblioteca de 22.000 volúmenes, toda la casa es biblioteca. Siempre he dicho que no a invitaciones en otras universidades, porque creo que el Adriano de la Yourcenar tenía razón. Mi primera patria son los libros. Y prefiero vivir en la periferia de Italia con ellos, que en una gran ciudad sin ellos. Es una forma de elegir una vida.