Olivier Schrauwen, dibujante: “No estoy preocupado con la IA, espero que me ayude en las tareas más mecánicas”
A sus 46 años, Olivier Schrauwen (Brujas, Bélgica, 1976) es una joven leyenda del cómic europeo. La fuerte personalidad de todos sus trabajos, su búsqueda de nuevas formas de expresión en el ámbito de la viñeta, le han valido elogios de todas partes, incluso de vacas sagradas como Art Spiegelman, quien aseguró que era el autor más original con el que había tropezado desde Chris Ware o Ben Katchor. El hombre que estos días visita Málaga y Sevilla invitado por la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales de la Consejería de Cultura y Deporte, barba de tres días, mirada tímida, viene con nueva obra bajo el brazo, Domingo Flamenco, publicada en España, como las anteriores, por Fulgencio Pimentel.
Aunque es originario de un país con una gigantesca tradición de cómics, Schrauwen asegura que ese hecho no ha pesado tanto en su vocación como el entorno en el que creció. “Para la gente joven de mi generación, todo ese esplendor del cómic belga pertenece al pasado”, dice. “En mi caso, fue más determinante el hecho de que mi padre fuera un gran coleccionista de cómics. Si hubiera pertenecido a otra familia, tal vez habría sido distinto para mí”.
Lo cierto es que, desde sus primeros títulos, como Mi pequeño, El hombre que se dejó crecer la barba, Mowgli en el espejo o Grises, se ponía de manifiesto un autor llamado a tantear, y en su caso mover, los límites del género. Lo que no significa, dicho sea de paso, que Schrauwen esté dispuesto a aceptar el calificativo de vanguardista. “No creo que lo sea. Intento crear cómic que sean accesibles para todos, incluso para aquellas personas que no son lectoras habituales. Sí es cierto que siempre trato de encontrar nuevas vías, pero para divertirme a mí mismo. Las fronteras en el proceso de creación son limitadoras, y yo intento a menudo romperlas, pero por simple diversión”.
El burgués interior
Por otro lado, frente al cómic entendido como simple evasión o entretenimiento, Olivier Schrauwen juega con frecuencia a abrir ventanas a la extrañeza, e incluso a la incomodidad del lector, aunque siempre con enorme sutileza. “Es evidente que no busco el puro entretenimiento. Intento llegar a cosas a través de mi experiencia vital, y hacer algo con ellas. ¿Epatar al burgués? No diría eso, yo creo que mi trabajo consiste más bien en una seducción, incluso del burgués que vive en mí”.
La obra del dibujante alcanzó una de sus cimas con Arsène Schrauwen, una alucinante recreación de la peripecia de su abuelo en el Congo, para continuar con la ciencia ficción rayana en el humor absurdo de Vidas paralelas y en la degradación de un pirata sin el menor asidero moral de Guy, retrato de un bebedor. Ahora regresa con Domingo Flamenco, el relato en forma de corriente de conciencia, de un día en la vida de su primo Thibault, entre soledad, alcohol, drogas y aburrimiento existencial, que acaba siendo un espejo de nuestro tiempo, incluso más allá de las intenciones iniciales del autor. “En este libro he intentado ser específico con el lugar, una pequeña zona de Bélgica, y exacto con las fechas, el otoño de 2017, pero el resultado es universal. No empecé la historia con una idea preconcebida, simplemente fue desarrollándose. Y al final la obra ha acabado siendo más oscura de lo que imaginaba”.
Como tantos otros artistas de la viñeta, Olivier Schrauwen se gana la vida compaginando los proyectos personales con otros trabajos afines, como la animación, aunque todavía no se ha lanzado nunca a llevar sus cómics a ese campo. “Creo que mis libros son muy específicos, nunca he querido llevarlos al cine, aunque actualmente estoy intentando hacer una mezcla de animación y película normal que tiene una relación específica con ese medio. Pero nada que ver con mis cómics; creo que para llevarlos a la pantalla tendría que repensar mucho, desde el principio, la forma de contar esas historias”.
Un personaje robótico
Otro de los espectros en los que se mueve el artista flamenco es el musical, algo que guarda más relación con eso de dibujar historietas de lo que podría pensarse. “Invierto mucho tiempo investigando, mirando programas de ordenador con muchas líneas, fragmentos melódicos, y pensando en cómo organizarlos. Y mis cómics los hago también de ese modo, trabajo con distintas capas y lo abordo de forma abstracta, nunca hago un desarrollo literal”.
Cuando se le pregunta qué está leyendo en este momento, afirma que anda absorto en los libros de María Medem. “Ya que venía a España, me apetecía ver cosas que se hacen aquí, y lo de María me gusta mucho, como en general todo lo que publica nuestra editorial, Fulgencio Pimentel”, asevera. “Cuando yo era joven apenas se sabía nada de lo que se hacía en el cómic español, pero poco a poco va siendo más conocido, en parte gracias al Graf de Barcelona, que diría que atrae a un perfil de público similar al de Flandes. Hoy la gente joven de mi país está más familiarizada con la producción de esta zona”.
Y queda para el final la pregunta inevitable en estos tiempos: ¿teme que la Inteligencia artificial venga a quitarle el trabajo? “En absoluto, no solo no estoy preocupado para nada por ello, sino que lo encuentro divertido. Espero, incluso, que me pueda ayudar con trabajos superficiales o más mecánicos, como colorear. He estado viendo algunos programas, por si veía algo útil, pero la verdad es que todavía no lo he encontrado. En todo caso, no tengo ningún problema en abrazar la tecnología”.
Bien mirado, una obra como Arsène Schrauwen solo podría haberla hecho él. ¿O se imagina una máquina produciéndola? “No crear”, ríe. “El personaje principal es muy robótico, ¿eh? Quién sabe, quién sabe”.
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