Para un poeta, reeditar un primer libro tiene algo de entrada en ese universo paralelo en el que, sostienen algunos científicos, el tiempo va hacia atrás. Y eso es lo que ha hecho Juan José Téllez (Algeciras, 1958) sometiéndose a la prueba de reeditar sus Crónicas urbanas cuarenta años después de que vieran la luz.
La idea surgió en una conversación con Carmen Moreno, editora del sello Cazador de Ratas, que se mostró encantada de rescatar este título completamente descatalogado. “No se trata de una obra imprescindible de la poesía española de los 70, pero la reedición sirve para comprobar el grado de conservación de estos poemas y si tenían o no fecha de caducidad”, dice el autor.
La sorpresa ha sido descubrir que los poemas no solo no habían envejecido, sino que se hallaban en un envidiable buen estado. “También sorprende comprobar que tampoco han variado las circunstancias que lo inspiraron”, añade Téllez refiriéndose a las inquietudes políticas y sociales que alientan estas Crónicas urbanas en plena Transición, llenas de fe en la capacidad transformadora de los versos. “Incluso algunas se han agravado, como sucede con la preocupación por las cuestiones medioambientales. Queda así demostrado que el periodismo caduca antes que la poesía”.
“El libro está escrito a partir de vivencias entre Algeciras, Cádiz y Madrid, tres dimensiones urbanas diferentes”, prosigue. “Yo venía de leer Taller de arquitectura, de José Agustín Goytisolo, y me sentía muy interesado en cuestiones de urbanismo. Con el tiempo hemos observado que la especulación de entonces vendría a ser una simple pachanga, por usar el símil futbolístico, comparada con la verdadera final de Copa que hemos vivido en materia especulativa”.
Crónicas urbanas fue editado en 1979 después de recibir el premio Bahía, que convocaba la revista del mismo nombre bajo la dirección de Manuel Fernández Mota. Con anterioridad, el poeta algecireño había publicado una primera gavilla de poemas, Historias del Desarrollo, pero considera estas Crónicas su primera entrega seria. “Aunque no existían las redes sociales, el esfuerzo de Fernández Mota permitió que llegara muy lejos, y me permitió el acceso a otros espacios creativos de habla hispana”, evoca Téllez.
Sobre el chaval que era en aquellas postrimerías de los 70, apunta que “se trataba de un crío de 20 años, y tenía que currar porque su padre acaba de morir. Pero yo lo que quería era ser rockero y periodista. Para lo de rockero tenía pocas facultades, relacionadas principalmente con mi mal oído, pero como dice Loquillo, el rock es más que nada una actitud, y yo sigo manteniéndola. Lo de periodista sí logré cumplirlo, y con el tiempo he podido hacer algunos de los reportajes que soñé con aquella edad”.
¿Qué ha perdido y qué ha ganado el poeta Téllez en las cuatro décadas transcurridas? “Me temo que pierdes frescura, desparpajo, audacia, cosas que están vinculadas al desconocimiento y a la testosterona, pero me gustó que ocurriera y me gusta reconocerlo en esos versos”, responde. “Lo seguro es que el autor procura no mirarse demasiado en el espejo, porque es cuando comprende que ya no tiene 20 años”.
En términos generales, Juan José Téllez lamenta también que “cuando el libro vio la luz había sueños y exigencia de derechos, y ahora hay pesadillas. Aquella gente, los de siempre, seguían ahí, nunca se habían marchado, el Franquismo los había empoderado. Pero los partidarios de esos sueños nos sentíamos con el viento de cola. Ahora tenemos el viento de frente otra vez”, agrega.
Lorca, el primer 'beatnik'
Las Crónicas urbanas fueron escritas bajo un fuerte influjo de los poetas de la llamada Beat Generation, muy en boga en los 70, entre los que destacaban Allen Ginsberg, Gregory Corso, Jack Kerouac o William Burroughs, “pero yo siempre he sostenido que el primer beatnik fue Lorca, y en esa estela se sitúan los demás”, señala Téllez. “También considero que Fernando Quiñones tenía algo de beat, por lo que aprendió traduciendo el poema Conquistador de Archibald MacLesih y la presencia de Ferlinghetti en uno de sus más emotivos retratos”.
También se hace notar en estas páginas “la música de Aute e Hilario Camacho como la de los Sex Pistols, una banda sonora que está muy presente a lo largo de todo el libro”, así como “el cine, las vivencias cotidianas, los billares que eran nuestra fiebre del sábado noche. Y el barrio, los diálogos entre el suburbio y el centro”, enumera el poeta.
Asimismo, Téllez celebra también “algunas ráfagas de feminismo militante” que asoman en sus poemas, “un movimiento emergente que era visto con sospechas incluso desde la izquierda, hasta que la igualdad fue plenamente asumida por los progresistas. Me alegra recordar que en el termómetro social que de algún modo era el libro apareciera la figura de la mujer y su lucha por el lugar que se le negaba”.
Mantener la calma
Con este libro, concluye este escritor y periodista, “me pasa como alguien dijo de los Rocking Boys: suena a otro tiempo, pero fue tu tiempo. La música me suena bien, aunque la letra quizá hubiera requerido más una reflexión que un grito. Pero eso lo pienso ahora”.
El volumen original se completa con una serie de textos de amigos de Téllez, entre los que destacan Felipe Benítez Reyes, Ana Rossetti o Jesús Melgar, entre otros, a los que invita, “en un ejercicio de narcisismo, a hacer un retrato de la época a través de los recuerdos que tenían conmigo”.
Cuando se le pregunta qué poesía saldrá de la pandemia de la COVID-19, Téllez especula con que “como en cualquier caso de desastre, convendría obedecer esa orden que leemos en muchas camisetas, Mantén la calma. La poesía debe hacerlo y extraer de esta situación sus esencias, no la superficie. Pero cada cual hace lo que le empuja. Esta situación nos ha hecho a todos partícipes de un acontecimiento que no teníamos previsto, y es un formidable frente de energía poética, pero será bueno hacerlo reposar”.
“Bienvenidos, pues, los panfletos emocionales, pero creo que esta pandemia se merece un Decamerón, como el que escribió Bocaccio en una situación similar. Necesitamos la urdimbre de una nueva estética, una manera de cantar las cosas que arraigue en la tradición, pero que descubra las palabras nuevas que necesitamos para un tiempo nuevo”.