Mayte Gómez Molina aún no ha tenido tiempo de asimilar la noticia que le llegó esta semana hasta Karlsruhe, la ciudad alemana donde reside: el premio Nacional de Poesía Joven recaía sobre su Los trabajos sin Hércules, publicado por Hiperión. “No me lo esperaba, ni siquiera se me había pasado por la cabeza la posibilidad de ganarlo”, asegura. “Estoy feliz, con todo el componente surrealista que tiene la situación”.
Nacida en 1993, “en Madrid por accidente, pero soy de Granada por elección”, como le gusta decir, esta autora tuvo que emigrar hace un año después de pasar mucho tiempo buscando trabajo sin éxito en España. “Eché algún currículum en el extranjero, me llamaron de la universidad de aquí y me vine. A los sureños nos cuesta un poco hacernos a esto, pero es muy bonito, los alemanes son un poco fríos pero también hospitalarios, y al mismo tiempo extraño a mi familia. Al mismo tiempo, pienso que podía haber sido peor si me hubieran llamado de Noruega o Suecia, o Estados Unidos. Pero no somos la primera generación de españoles que ha tenido que marcharse”.
La información es relevante en tanto participa del espíritu de Los trabajos sin Hércules, un libro que al decir del jurado del Nacional integra “la tradición en una radiografía magistral de los problemas de la vida cotidiana”. Gómez Molina, que estudió Bellas Artes pero -afirma- no terminó porque nunca llegó a dibujar bien, hizo luego Comunicación Audiovisual hasta que una beca Fullbright le permitió cursar un master de Nuevos medios en Chicago. Hoy trabaja en un grupo de investigación de arte digital en 3D, algo que tiene más que ver con la poesía de lo que a primera vista pudiera parecer.
El teléfono en nuestra vida
“El trabajo audiovisual es una expresión más humana de lo que yo misma creía”, asevera. “La tecnología es un medio más para contar. A menudo crea un ambiente inmersivo como los libros de versos o la buena narrativa, tiene mucho de poético. Cuando leo textos científicos, de física o de biología, hay una parte mágica de la que se puede sacar mucha inspiración”.
De hecho, las nuevas tecnologías están presentes desde el principio del poemario, pero en forma de mensajes de rechazo de empresas en Linkedin. “Quería plasmar cómo una parte de tu identidad se vive en internet. Estamos mediados por el teléfono, que siempre está abierto, por más que pensemos a veces que lo digital no tiene que ver con lo real. Te llegan notificaciones que ni siquiera son fáciles de desactivar. Tenemos el móvil metido en nuestra vida, y no siempre de un modo positivo”.
La autora vincula este poemario con un documental que hizo con su madre, Mayte Molina, titulado Como ardilla en el agua, un homenaje a las madres y a la capacidad salvadora de la ficción que ganó el premio Panorama Andaluz en el Festival de Cine Europeo de Sevilla (Seff). “Me tomo la creación como una forma de exorcizar cosas que me apelan muchísimo. De lo personal se llega rápidamente a lo social”, afirma.
Una ira canalizada
En Los trabajos sin Hércules se habla de hiperproducción, de enganche al trabajo, de identificación con éste y de las dificultades de inserción laboral para la gente que tiene una cierta edad. Sin embargo, la autora niega que haya buscado una intención social: “Más bien escribía como catalizadora de mis amigos. Gente super valiosa, que ha pasado un montón de años formándose, y viven como tantos otros, sin trabajo o esclavizados por el trabajo. A través de mis poemas canalizo una ira que es la de más gente”.
Entre sus influencia, Gómez Molina cita sobre todo a una poeta estadounidense, Sharon Olds, cuyo libro El padre la impactó profundamente. “Es un libro que no habla del trabajo, sino de los cuidados a su padre que acabó muriendo, y supuso un gran cambio para mí. Tiene otros poemarios, pero me da miedo leer más de uno al año”, dice entre bromas y veras.
No obstante, la poeta subraya que una de sus mayores fuentes de inspiración es “hablar con la gente en la calle, en los bares. Te dicen cosas que sin darse cuenta son versos”. Respecto al lugar que cree ocupar en el panorama de la poesía española actual, dice que “como soy un poco diletante, todo esto que ha pasado supera en mucho mis expectativas. No esperaba nada y hasta me abruma un poco. En Andalucía hay buenísimas poetas, pero nunca me he movido demasiado en ese ámbito. Me encuentro entre fronteras y está bien, así no me tengo que casar con nadie. Estoy a gusto sintiéndome un poco hereje y en la linde de varias cosas. En una zona muy indeterminada, pero también de mucha libertad”.
La dotación del premio -30.000 euros- le parece “una abstracción. Pensar en más de 3.000 euros es para mí ser rica, de modo que no sé lo que haré con ese dinero. Me gustaría tal vez comprar algo de mis amigas artistas, para ayudarlas, y hacerle algún regalo a mis padres. No soy gastosa, lo que más me gusta del mundo es desayunar en un bar de viejos en Granada o en Chiclana, y poner el oído. Ahí la gente sí que dice cosas poéticas”.