Miguel Antílopez: “Un artista es un tío que quiere arreglar el mundo, pero tiene su cuarto patas arriba”

Alejandro Luque

23 de enero de 2022 21:20 h

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En los últimos años, son muchos los libros que han surgido de los juegos y ocurrencias en las redes sociales, desde estados de whatsapp a entradas de twitter. El debut como escritor de Miguel Ángel Márquez, conocido como fundador del dúo cómico-musical Antílopez, no ha sido una excepción. “Me gusta poner cositas en las redes sociales, frases, aforismos, poemas, críticas… Hasta que me vino la idea de componer un libro”, explica. “De hecho, en 2017 estuve a punto de sacarlo, y ahora me alegro de haberlo pospuesto hasta ahora, porque he conseguido reunir un material más fino, dentro de que digo muchas tonterías”.

El producto final lleva por título El poeta hijo de su madre, acaba de ver la luz en el sello El Paseo, y su contenido puede ser leído como una gavilla de piezas independientes, pero con una coherencia muy clara: todos giran en torno a un personaje, trasunto del autor, que cumplidos ya los 30 años sigue viviendo en casa de su madre. Y registra, cómo no, las frases que las madres en esa situación suelen pronunciar, como “¿Tú te crees que esto es un hotel?”, “Vaya 30 años metidos en los huevos” o “A ver cuándo te buscas un trabajito”.

De hecho, El poeta hijo de su madre se mueve entre el pensamiento grave y profundo de su inspirado protagonista y la amenaza, siempre latente, de que su madre abra la puerta en cualquier momento y suelte algunas de esas frases que, de tan tópicas, se vuelven hilarantes sobre el papel. “El poeta, el artista en general, es un tío que quiere arreglar el mundo, pero tiene su cuarto patas arriba”, sentencia Márquez, quien ha querido en cierto modo rendir homenaje a las sufridas madres de los creadores, y también reflexionar sobre las conductas que unen a unas y a otros.

Operación Triunfo

También influyó en el proceso de escritura el trabajo de Márquez como guionista del espacio Abierto hasta las dos de RNE. “Allí me inventé una sección que consistía en imaginar qué dirían los cuñados de la gente célebre, ya fuera Nietzsche o John Lennon, inmediatamente después de alguna frase inmortal de estos. Por ejemplo, que el hermano de Yoko Ono oyera alguna genialidad de Lennon y respondiera: ‘Cuñado, no te lo vas a creer, pero he aparcado en la puerta’. Entonces empecé a preguntarme qué diría la madre del genio en cuestión. Y ahí fue tomando forma todo”.     

 “El capullo de mi hijo me ha estereotipado”, dice el autor que pensó su madre al leer el libro, pero también entiende que “las madres de los que nos dedicamos al arte son protectoras hasta que les demostramos que somos capaces de ganarnos la vida, aunque a veces tarden en darse cuenta de ello. A uno de mis guitarristas, que acompañaba también a Alejandro Sanz, la suya todavía le decía: ¿por qué no te apuntas a Operación Triunfo?”

Para Márquez, hay un gen de pitbull en las madres que las vuelve protectoras en extremo, más allá de la clase social a la que pertenezcan. “Mi madre es leída, pedantona, pero estoy seguro de que cualquier que no lo sea se comporta igual. Hasta las madres ricas tendrán actitudes parecidas: no mandarán a los hijos a tirar la basura, porque eso lo hará el mayordomo, pero seguro que en algún momento le dicen algo como: ‘Si sigues así, vas a ser un desgraciado en la vida’”.

Claro que la guerrilla psicológica que libran poeta y madre es convenientemente exagerada en el libro, hecha caricatura. Buscando el efecto cómico en el hecho de que el primero busque la palabra más bella y la madre irrumpa diciendo que por un número no les ha tocado el cupón. “Con Antílopez me ocurría que mi madre no veía seriedad, no teníamos el postureo típico del frontman o del crooner, más bien somos todo lo contrario, nunca nos hemos tomado en serio. Pero poco a poco le he ido haciendo entender lo que nosotros mismos íbamos descubriendo, el desencanto con la industria, cómo le hemos visto el cartón a las cosas”.

La degeneración de la calidad

Por otro lado, recuerda que “los primeros conciertos en locales piojosos no la animaban mucho, pero cuando actuamos en el Lope de Vega y vino Vigorra, y gente del carnaval y de la política, y un catedrático de música como Vicente Sanchís, ya empezó a sentirse guay y quiere venir con nosotros a todos lados”, comenta. “No es que ellas no hayan tenido sueños hippies o inquietudes artísticas, claro que sí. Pero supongo que cuando tienes hijos, algo pasa en la cabeza que solo piensas en sobreproteger a la criatura”.

Claro que también hay situaciones que no tienen nada que ver con la creación, y dan juego humorístico de la misma manera: ese primer desamor que te rompe el corazón y al que ella responde que “la única que te va a querer siempre es tu madre”, o esos otros romances en los que en cambio todo se resume en “¿Tú estás bien con ella? Eso es lo importante”.

Así es como Márquez va jugando con las palabras, surfeando sobre la ironía y, sobre todo, tomando muchas notas que luego lee y relee para pulir lo que venga, sea un poema o una canción. Lector confeso de Benedetti, Jaime Sabines o Pessoa, pero también de un filósofo joven como Ernesto Castro, el músico y escritor cree que lo de escribir pensamientos o brevedades a vuelapluma no es nuevo: “Ya lo hacía Voltaire, y el 99 por ciento de lo que publicaba era buenísimo”, afirma. “Lo nuevo es la degeneración de la calidad, ya no se sabe si la gente compra arte iluminador, con sentido de la belleza y del buen gusto, o lo hace como cuando compra pizza buscando en Google: lo primero que aparece es el pizzero más rápido, con mayor cantidad y más barato, da igual si la pisa es indigesta o si el tío ha estudiado en Italia. No saben que lo bueno empieza a partir de la página 3”.

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