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Miguel Hernández y Josefina Manresa, aniversarios de una vida marcada por la guerra

Josefina Manresa y Miguel Hernández

Ana Sola

2 de marzo de 2022 19:47 h

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“Tengo una alegría muy grande, nena. No se te hará antiguo el vestido…”. Un 3 de marzo de hace 85 años Miguel, el poeta de Orihuela, escribía estas palabras a Josefina, su novia, su musa, la guardiana de su recuerdo. Una vida marcada por la guerra que hizo que su historia de amor durase apenas siete años y que llevó a Miguel Hernández a escribir, entre otros, este poema durante su estancia en la cárcel, aunque se publicase tras su muerte.

Tristes guerras / si no es amor la empresa./Tristes. Tristes./ Tristes armas / si no son las palabras./ Tristes. Tristes./ Tristes hombres / si no mueren de amores./ Tristes. Tristes.

En unas semanas, el 28 de marzo, se cumplirán 80 años de la muerte de Miguel Hernández. La Diputación de Jaén, propietaria del legado del poeta, ha presentado hace unos días una revisión y actualización de la que está considerada la biografía más completa, escrita por José Luis Ferris, además habrá un programa especial de actividades promovido por la Fundación Legado Literario Miguel Hernández.

Sin embargo, en este mes de marzo, se conmemoran otros aniversarios que pasarán más desapercibidos y que marcaron la vida de Miguel y Josefina, el poeta y la modista, como su boda, la estancia en Jaén de la pareja en plena guerra civil o, ya en el siglo XXI, 75 años después de su muerte, la llegada a la provincia del legado, la herencia del poeta.

Jaén, 3 de marzo de 1937. Mi querida Josefina: Espérame. Voy dentro de cuatro días. Prepárate para nuestro casamiento. Vas a venir a Jaén conmigo

Así comenzaba la carta que Miguel Hernández escribió ese día a Josefina Manresa de su puño y letra, no a máquina como haría en otras ocasiones, desde el edificio del Comisariado de Jaén, localizado en el número 9 de la calle Llana, hoy Francisco Coello, 11.

Hacía casi cuatro años que eran novios. La ilusión de Miguel era haberse casado en el mes de enero de ese año. Así se lo habían prometido la pareja, pero la contienda, que comenzó en julio de 1936, lo aplazó y al final la boda se celebró con menos alegría de la prevista, “por el luto de mi casa y el dolor de la guerra”, según recordaba Josefina años después en un escrito que se puede consultar entre el legado digitalizado del poeta, junto a fotos de ambos en Jaén.

La pareja contrajo matrimonio a la una del mediodía del 9 de marzo de 1937, en el juzgado de Orihuela. “Por lo civil y ante Dios, porque eran las circunstancias de la guerra, no había medio de celebrarlo por la Iglesia”, dice Josefina. Y añade que como “como Franco declaró nulos estos matrimonios, tuvimos que pasar por la pena de casarnos otra vez en ‘artículo mortis’, el 4 de marzo de 1942”. Entonces, Miguel ya no se podía mover de la cama en la que estaba en la enfermería del Reformatorio de Adultos de Alicante. Moribundo a causa de la tuberculosis.

El día del enlace en Orihuela, en 1937, Miguel viste el uniforme caqui verdoso de su época en el Quinto Regimiento. Josefina, un sencillo traje de fiesta. De la familia de ella solo fue a la boda una hermana de su padre, guardia civil asesinado por milicianos en el mes de agosto. “A Miguel le brotaba la alegría. A mí, además de la alegría la tristeza, pues tenía presente el recuerdo de la pérdida de mi padre y a mi madre que me la dejaba enferma”.

La celebración tuvo lugar en la casa de los padres del poeta. Una comida de arroz con costra que hizo su madre. A los postres, poniéndose Miguel de pie, recitó las poesías que tenía escritas de “Viento del pueblo”.

Vientos del pueblo me llevan, / vientos del pueblo me arrastran, / me esparcen el corazón / y me aventan la garganta.

El 12 de marzo de ese mismo año llegan a Jaén. Miguel estaba allí destinado como comisario en el organismo de propaganda del “Altavoz del Frente Sur”. Ocupaban una habitación de la casa del Comisariado, antiguo palacio, compartiendo vivienda con otra joven pareja: Carmen Soler y José Herrera Petere, escritor de la generación del 36, hijo del general y presidente de la II República en el exilio entre 1960 y 1962, Emilio Herrera Linares.

Allí, Josefina aparece en las fotos vestida de negro por el luto de su padre, el negro, un color que ya nunca se quitó. Reciben a multitud de personalidades y celebran reuniones con Pedro Martínez Cartón, dirigente del asedio al Santuario; el humorista Andrés Martínez de León, “Oselito”; el poeta Pedro Garfias o el fotógrafo Tréllez son solo algunas de las visitas que recibieron a lo largo de su estancia en tierras jiennenses.

Miguel escribe. Es una de las épocas más prolíficas de su trayectoria. Una poesía de guerra y de lucha. De hecho, apenas llega a Jaén, fecha su poema “Aceituneros”, publicado ese 2 de marzo en el periódico Frente Sur, y que se ha convertido en el himno de la provincia de Jaén.

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

pregunta mi alma: ¿de quién,

de quién son estos olivos? (…)

También muchos artículos y poemas que el poeta firma bajo sus iniciales o bajo el pseudónimo Antonio López en los periódicos y revistas “Frente Sur”, “El mono azul” o “La voz del combatiente”.

A veces, salían un rato a las afueras de la ciudad, por la Senda de los Huertos hasta Jabalcuz. Allí había una alberca donde Miguel se bañaba. Otras veces ella escribía a máquina: “Miguel me dictaba cosas que nos hacían reír”. Porque Miguel se reía mucho y le gastaba bromas, con ese vozarrón que podemos escuchar recitando la “Canción del esposo soldado”.

Pero Josefina no es feliz. Preocupada por la enfermedad de su madre vive además el bombardeo de Jaén el 1 de abril, donde mueren 157 personas y ve de primera mano los destrozos de la guerra, incluso ve morir a un niño de diez años aprisionado entre una puerta y la pared. La tarde del 19 de abril deja Jaén para no volver, sin saber que 75 años después, esta tierra se haría cargo del legado que durante tantos años recopiló, protegió y escondió.

Cuenta Josefina que “Miguel prometía mucho para el futuro, contando con la terminación de la guerra. Quería escribir mucho teatro en América. También tenía pensamiento de escribir sobre los animales y su naturaleza”.

Pero nunca sospecharía que parte de su vida, de su legado, de sus poemas a su hijo muerto, Manuel Ramón, y al que no pudo ver crecer, Manuel Miguel, se expondrían en un museo en Quesada, el pueblo donde su “nenica” nació. Un pueblo, de unos 5.500 habitantes, situado en pleno Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las villas, que Josefina nunca pudo visitar con Miguel, aunque lo deseaban y que se ha convertido en foco de cultura gracias a la herencia de vida y de muerte del poeta.

Tampoco sospecharía que su herencia se abriría al mundo tras digitalizarla la Diputación de Jaén, dueña de su legado: 5.819 manuscritos, folletos, partituras, prensa histórica, grabaciones sonoras, y 26.684 imágenes, la mayoría de ellas guardadas por Josefina hasta que murió.

Y que una madrugada de un mes de marzo de hace 85 años, con 31 años, y sus “grandes ojos azules abiertos bajo el vacío ignorante”, dejaría la vida, como dice el poema del que siempre fue su amigo, Vicente Aleixandre.

Pero como le decía a Josefina en otras de sus cartas, “¿por qué han de durar tan poco tiempo nuestras alegrías, nenica, mujercita mía?”.

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