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Ortiz Nuevo: “En el siglo XXI no hay una vanguardia flamenca como la que dejó Enrique Morente”

Alejandro Luque

28 de junio de 2023 21:37 h

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La idea de escribir un libro sobre Enrique Morente le rondaba a José Luis Ortiz Nuevo (Archidona, 1948) desde antiguo. “Incluso estando Enrique vivo”, explica este estudioso del flamenco e infatigable activista cultural, “pero no se materializó hasta 2016, cuando se produce un cambio radical en mi vida. Es ahí cuando empecé a escribir”. Siete años después, ha llegado a los anaqueles de novedades El impulso del riesgo (Athenaica), primera entrega de una serie que quedará reunida bajo el título Libro de Morente.

Aquel cambio en la vida de Ortiz Nuevo se produjo cuando decidió abandonar Sevilla y regresar a su Archidona natal y, poco después, instalarse en una residencia universitaria del Realejo granadino para abordar este reto. Su idea, recuerda, era “recordar lo que yo he escrito sobre Enrique, e hilarlo con un abundante material que yo tenía, parte del cual me había facilitado él mismo”.   

Tras su frustrado proyecto de dirección de la Bienal de Sevilla en 2018, el invetigador pudo dedicar más tiempo a este trabajo, cuya primera parte abarca los años 1969 a 1976, aquellos en los que Ortiz Nuevo conoció y pudo tratar más íntimamente a Morente en Madrid. Al mismo tiempo, ha trazado un Morente 0, anterior a esa época, y otro posterior. “Seguramente necesitaría de un cuarto volumen, pero no quiero adelantarme, no sé el tiempo que me queda en estos páramos”, dice.

Humilde y genial

El porqué de dedicar tanto esfuerzo al cantaor granadino, es algo que el autor explica con toda sencillez. “Enrique Morente es una de las personas con más mérito, cualidades y genio que hay en el mundo flamenco. Su estatura profesional, creativa, la trascendencia de su obra, son de tal envergadura que lo comparo con los grandes de cualquier otra rama del saber, Velázquez, Picasso o Nelson Mandela. Criaturas de este corte son acordes a lo que Enrique fue y es en el flamenco. Lo increíble es cómo una persona tan grande es tan escasamente valorada y reconocida en su mundo, por quienes deberían hacerlo”.

En las páginas del Libro de Morente los juicios artísticos parecen indisociables de la consideración personal hacia el objeto de estudio. Se trataba, subraya Ortiz Nuevo, “de una persona absolutamente natural y exenta del más mínimo sentido de la vanidad. Alguien extremadamente humilde, un trabajador, que no se viste de flamenco, que va como una persona de su tiempo, con una sencillez pasmosa en contraste con la obra colosal que va acarreando”.

Otra de las ideas que sobrevuela toda la obra es la condición de visionario flamenco de Morente, su asimilación de la tradición para proyectarse hacia el futuro con un sentido de la modernidad absoluto. “Es paradójico que estemos en el siglo XXI y no haya una vanguardia flamenca a la altura de lo que dejó Enrique. Con 70 años, era el más joven de los cantaores”, recalca el investigador. “Solo hay que ver su trabajo con Al Mutamid, con José Ángel Valente o Miguel Hérnandez… Y su aporte a la obra lírica de Federico García Lorca es para hacer 70 estudios”.

Una importancia que Ortiz Nuevo considera indiscutible, pero que el cantaor nunca se dio a sí mismo. “No era un batallador en defensa de sus conquistas. Sabía lo que estaba haciendo, porque desde muy joven tenía un conocimiento fabuloso del cante, pero nunca ronea. Y cuando llega a un sitio moderno, enseña al público lo antiguo, mientras que cuando se enfrenta a aficionados peñeros, les enseña la vanguardia. Cuando adapta a Miguel Hérnandez y va a sitios donde le piden cosas rojas, él se pone a cantar por Chacón, La Peñaranda y Frasquito Yerbabuena, y da un recital clásico fetén. Tiene siempre ese componente inconformista, rebelde, y eso hace que sea menos conocido, reconocido y querido de lo que debiera”.

Culto al pasado

A lo largo de más de 300 páginas escritas en singular andaluz, el autor recopila crónicas de la época, rescata anécdotas personales y traza un fresco de unos años difíciles, donde la política asoma a menudo. “Yo era un rojo desclasado, un hijo de la burguesía aliado con la clase obrera, y él es un obrero, posee la conciencia de ser hijo de pobres. Es una persona que ve la injusticia y se rebela contra ella, y trata de que todo eso esté en su trabajo. Todo estaba hecho y medido en su mundo”.

“Enrique contempla el hecho flamenco como algo que viene de atrás, pero tiene que estar al día”, agrega Ortiz Nuevo. “Descubre que en la afición flamenca hay algo parecido a una religiosidad, un culto al pasado. Él, en cambio, se mueve por el aire de la modernidad, tiene una frescura imponente. Carece de ataduras de tipo existencial en cuanto a formas de vida, de vestirse, de comportarse. Es un outsider permanente, pero con mucha perseverancia, inteligencia y capacidad de observar y asimilar. Es un mirón de la vida al que no se le va nada, lo más anticateto que cabe imaginar”.

De hecho, según recuerda el autor, Morente estaba convencido de que, de haber nacido un poco más tarde, habría sido rockero en lugar de cantaor jondo, aunque llegaría a serlo en cierto modo en una grabación tan memorable como Omega. “¿Qué es ese disco? ¿Flamenco, rock, contemporánea? Es música. Enrique está en tierra de nadie porque lo consideran un loco, pero los que se salen del tiesto tienen ese problema: ni unos ni otros lo quieren”. 

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