Rompedoras, no malvadas: el Museo Carmen Thyssen muestra la “perversidad” de la femme fatale en el arte moderno

En el retrato de Georges Clairin, Sarah Bernhardt posa como lo que es: una celebérrima actriz con derecho y personalidad para vestir con un vaporoso vestido que se derrama sobre un diván de piel de tigre. Su mirada refleja una mujer poderosa y segura, igual que Cleopatra, Salomé o Lady Macbeth, a las que representó. Bernhardt recibe al espectador de Perversidad, mujeres fatales en el arte moderno (1880-1950), la exposición temporal del Museo Carmen Thyssen de Málaga, comisariada por Lourdes Moreno.

Puede que el título dé lugar a la confusión. La muestra no pretende achacar una suerte de maldad en las mujeres de finales del siglo XIX y principios del XX, sino reflejar el cambio de paradigma que tuvo su reflejo en el arte: de mujeres sometidas a la mirada masculina, a dueñas de una mirada genuina sobre su propia identidad. Como Bernhardt, como Coco Chanel o como Gala Dalí, cuyos retratos también recoge la muestra, que se complementa con la otra temporal del museo: Modernas y seductoras: Mujeres en la colección ABC, un recorrido por las portadas con protagonistas femeninas de la histórica revista Blanco y Negro.

Dice la Fundeu que “perversa” es de lo peor que se le puede decir a una persona: “Su carga ofensiva, injuriosa y difamatoria es enorme”. Por eso, hay que buscar en la segunda acepción de la RAE para entender el título de la muestra, que puede verse en el Museo Carmen Thyssen hasta el 8 de septiembre: perverso es también quien “corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas”. En este sentido, la exposición recoge una  buena muestra de mujeres perversas, como Bernhardt, que aprovechó su capacidad y su poder para dominar la escena pública y subvertir los estereotipos de finales del siglo XIX.  

La exposición recorre medio siglo de imágenes protagonizadas por mujeres, en un periodo de cambios sociales que tienen su reflejo en el arte: la femme fatale es la respuesta misógina a los aires de emancipación, pero en Mujer con pistola, Romero de Torres es capaz de dar la vuelta al tópico. Es la hora de las modernas que se oponen al orden establecido.

La muestra parte de una tesis construida sobre un equívoco: a través de figuras bíblicas, históricas, literarias o mitológicas, el arte vinculó con frecuencia lo femenino a la belleza maldita. Ahí están El Pecado, de Von Stuck, donde el pecado original se evoca a través del abrazo de la serpiente; La noche de Eva, un oscuro y violento cuadro de Federico Beltrán Masses, autor también de La maja del puerto; o los dibujos de Salomé a cargo de Ismael Smith o de Picasso. Los cafés, los cabarets y los prostíbulos prestan los escenarios de fin de siglo para el mismo tema: la mujer como femme fatale.

Las vanguardias dan carne y hueso a estas pérfidas seductoras. Es el momento de las musas y modelos, de las actrices y las famosas excéntricas. También de las majas españolas, con un matiz. Empieza a reflejarse la mujer de mirada firme, segura de sí misma o simplemente despreocupada. No hay rastro de la mujer objeto, mucho menos de mujeres desvalidas o indefensas.

“Desnudas o vestidas, en poses sugerentes o impasibles, imponentes y subyugantes, estas mujeres encarnan el poder del deseo”, dice el dossier de la muestra. Pero en estas obras el cuerpo de la mujer ya no es solo un objeto de deseo; representa también a un sujeto con sus propias aspiraciones. Son mujeres que dominan la escena, poderosas, como la protagonista de Desnudo rojo, de Zuloaga, con su expresión alegre y divertida, o la mirada desprejuiciada y cotidiana del desnudo que aporta Suzanne Valadon.

Cuando nos adentramos en el siglo XX, el rol femenino ya ha cambiado sin remedio. Ahora es Coco Chanel quien posa para la cámara de Man Ray con un cigarrillo que sostiene distraídamente sobre los labios, con las manos en los bolsillos. Como si con ella no fuera la cosa. Modigliani esboza Violín de Ingres y Cabeza de mujer ¿Kiki?, ambas reflejo de Kiki de Montparnasse, epítome de la bohemia del París de entreguerras.

En España, Dalí firma Gala con turbante, pero Gala ya no era sólo una musa: era su representante, decidía en su negocio y participaba en sus obras. Es Maruja Mallo, formada en la Residencia de Señoritas, quien confirma que hay una mirada sobre la belleza femenina ajena a los cánones de la mirada masculina. En Oro y Retrato de mujer negra, lo bello está en la armonía de las proporciones del número áureo, y es ajeno a la capacidad de provocación, de atracción sexual o de relacionarse con el pecado.

Las mujeres de Mallo son de gesto duro y hierático: son poderosas, pero no en el sentido trágico de Eva. Mallo confirmó que el poder de la mujer está en sí misma.