A priori, Svetlana Alexievich (Ucrania, 1948) no parece ser mujer de sonrisa fácil. Y sin embargo, le cuesta disimular la satisfacción que le produce estar en una Córdoba con temperaturas todavía estivales, dispuesta a inaugurar –como hizo este fin de semana– una nueva edición del festival literario Cosmopoética. “Siento envidia de este sol”, confesó. “Vivo en un país con muchísimos bosques, apenas hay trocitos de tierra arrebatados al bosque, y es ahí donde vive la gente. Requiere una valentía enorme vivir allí. Por eso me agrada estar en un sitio tan bonito como este. En sitios así siempre me pregunto: ¿qué tipo de gente vivirá aquí?”.
La autora de títulos como Voces de Chernóbil o El fin del homo sovieticus, la misma que logró el premio Nobel de literatura con una obra periodística de enorme altura, compartió con la prensa algunas de las motivaciones que han movido su trabajo: “La vida hoy va muy rápido, todo corre a gran velocidad. Hoy no se puede escribir como Leon Tolstoi, hay que acelerar”, asegura. Y, al mismo tiempo, cree que “cada persona lleva consigo una historia que se puede contar, y eso es lo que yo hago. Si solo nos basamos en los hechos como fundamento, sin revelar la narrativa implícita, no sale la imagen completa de la realidad”.
Como botón de muestra, las demoledoras páginas que dedicó a Chernóbil.“La belleza puede encontrarse entre el horror y el mal, pero hay que acompañarlo de una narrativa. Por ejemplo, el relato de aquella mujer, la esposa de un bombero que apagaba el fuego la noche de la catástrofe. Si simplemente decimos que estos personajes han sido expuestos a una radiación enorme, no vamos a entender qué pasó. Si simplemente cuentas cómo ella le sacaba las entrañas a su esposo para que no se ahogase en sus propios órganos internos, solo provocaremos el disgusto de los lectores”, explica.
“Esta señora me contaba su historia y no paraba de repetir: ‘No sé si quiero hablar del amor o de la muerte’. Creo que cuando pude contar cómo ella cuidaba de este monstruo que poco antes había sido su marido, un hombre joven y guapo, sí pude transmitir todo el horror con que está asociada la energía nuclear”.
Déspotas anticuados
Con estos ejercicios de honestidad periodística, Alexievich se ha convertido en una figura molesta para las autoridades rusas y bielorrusas, que han prohibido sus libros. “Creo que, en general, cualquier dictadura o poder autoritario son muy poco cultos. Solo gente muy poco culta puede llevar a cabo algo así. Putin o Lukashenko son personas de tiempos pasados, se quedaron en el ayer. Incluso visualmente. Cuando los comparas con el líder ucraniano, Zelenski, ves que éste pertenece a una nueva generación de políticos, distinta en todo, hasta en el vocabulario. Por ejemplo, es imposible imaginar a Putin o Lukashenko hablando del valor de la vida humana, y sin embargo Zelenski no para de hablar de ello”.
¿Se han refinado las formas de censura, se han hecho más brutales? “El mal sin duda puede transformarse”, responde Alexievich. “Hace poco estuve en China, allí por ejemplo la dictadura es más sutil. En todo caso, todavía vivimos en tiempos de barbarie, sobre todo en nuestras tierras, donde la vida humana vale poco. Las propias personas no conocen el valor de su vida, ni son capaces de defender sus derechos”.
Frente a esa barbarie de la antigua URSS, la escritora encuentra en esta parte de Europa curiosos motivos para confiar en la civilización. “Esta mañana salí de Madrid, pero antes vi cómo desayunaban en la calle los españoles. Los vi sentados en esas mesitas, con la comida bien colocada, la gente desayunando sin prisa… Había mucha dignidad en ese acto de desayunar. Creo que algo parecido sólo lo había visto en Francia, es un acto que manifiesta el respeto de todas esas personas por ellas mismas. Me pareció que a esas personas no se les puede hacer lo mismo que lo que están haciendo a las personas de mi tierra”.
Del héroe al hombre pequeño
Y pasa hablar de Ortega y Gasset, “que decía que había terminado el tiempo de los héroes y había empezado el de los hombres pequeños”, recuerda. “En todo caso, era ese hombre pequeño al que yo quería escuchar. Y nadie lo había hecho antes, a pesar de que había sido el material, la arena de la historia. Incluso en la historia de la mujer del bombero, me decía cosas que podían equivaler a Shakespeare. Su amor era tal que ella lo visitaba de todos modos, aunque no le dieran permiso. Lo que le decían los médicos era que no podía besarlo ni abrazarlo. Era solo un objeto que debía ser desactivado, no una persona”, añade.
A través de estos personajes, Alexievich puso de manifiesto que “parece que dominamos estas tecnologías nucleares, pero en absoluto es así, en cualquier momento se pueden rebelar. Hace poco estuve en Fukushima, Japón parece el país más desarrollado del mundo, pero la situación es la misma. Cientos de miles de personas fueron desalojadas de sus casas, y militares, científicos, representante del poder, todos estaban igual de perdidos. Ni el pueblo japonés ni nadie sabía qué estaba pasando”.
La serie de la discordia
Como no podía ser de otro modo, la conversación deriva hacia la célebre serie de HBO sobre Chernóbil, basada en sus libros. “Ya son siete los libros míos que se han adaptado al cine, pero debo reconocer que el proyecto de HBO, en el que al principio no creía mucho, sí me impactó”, reconoce. “¿Qué han hecho para que la vean tantos millones de personas? Creo que es un indicativo de que una nueva conciencia de económica ecológica está naciendo ahora, porque todos hemos visto esas imágenes de Groenlandia donde los osos están sentados sobre la tierra desnuda porque todo se ha derretido. Yo misma he visto cómo veía esta serie gente muy joven, reuniéndose en los clubes. Son los jóvenes los que van a vivir en este mundo nuevo”.
Unos jóvenes que, gracias a Alexievich y a otros valientes cronistas, “descubrieron que gracias a que un grupo de personas en Chernóbil arriesgó su vida haciendo una excavación subterránea para filtrar el material contaminado, una parte de Europa pudo seguir viviendo en sus casas. Pero todavía hay una parte del territorio bielorruso y ucraniano al que el hombre no podrá regresar en cientos de años”, advierte.
En todo caso, “la serie me gustó, a pesar de que sea hollywoodiense, en el sentido de que hay una distinción muy clara entre buenos y malos, siendo por supuesto los rusos los malos… Pero mi libro iba del abismo que se abrió para nosotros, y ese componente filosófico no sale en la serie”, afirma. Hubo algo más, y fue el trato que se le dio como inspiradora del producto: “casi llegamos a juicio. Supongo que será la forma de los americanos de hacer las la cosas, creen que pagando honorarios se pueden apropiar de todo. Es una forma de soberbia típicamente suya. Porque todas las fuentes que se citan están basadas en mi libro, pero no tuvieron la valentía de ponerlo en los créditos. Finalmente, muchos periodistas a nivel mundial se rebelaron contra ellos, expresaron su descontento, hicieron presión y se vieron obligados a reconocerme”.
Proyectos de futuro
A sus 72 años, Svetlana Alexievich sigue acariciando proyectos: “Ahora trabajo sobre dos temas: el amor, a través de entrevistas a hombres y mujeres, no solo desde un punto de vista romántico, sino más bien como un intento de entender qué entendemos por felicidad y qué da sentido a nuestras vidas. Y hay un segundo libro, si tengo tiempo, que trataría de la vejez. Hoy la civilización nos ha regalado 30 años más de vida, ¿qué podemos hacer con ese tiempo? ¿para qué vivir tanto? Es un proyecto así de pretencioso”, bromea.
Finalmente, la escritora vuelve sobre la razón que la ha traído a Córdoba: la poesía. “Cuando me traducen, siempre pido que transmitan la poética trágica de mis libros”, afirma. “Siempre la hay, aunque cuenten historias terribles. Recuerdo que gente que había conocido la guerra me decía que ésta podía ser bella, y cuando fui a Afganistán pude comprobar que es cierto. Ahí estaba la belleza, junto al horror. Hay un arma rusa, el grad [”granizo“], un dispositivo de misiles que, aplicado sobre aldeas de barro, lo deja todo convertido en un campo plano. No deja de sorprenderme que ahí haya una belleza, como en los misiles que atraviesan el cielo nocturno, o los hombres enardecidos por la lucha, que se ven siempre muy guapos”.
“Las armas modernas también tienen mucho genio, tanto en el empeño de diseñarlas como de producirlas. Mostrar el horror a través de la belleza es para mí como guiar al lector a través del infierno de Dante, para que vea la vida en toda su complejidad”, concluye, y antes de despedirse revela por qué aceptó acudir a la cita de anoche: “Me sedujo ese nombre, Cosmopoética. Cuando lo leí, pensé: ‘Estas personas deben de sentir lo mismo que yo'”.