Si yo fuera madre, el espectáculo de la compañía La Rara que se estrena este viernes en el Teatro Central de Sevilla, no es desde luego un montaje cualquiera. La primera pista la da el subtítulo de la obra: Pieza para dos actrices con sus bebés y un dramaturgo sin hijos. La segunda, la escenografía, que reproduce un cuarto de juegos con su parque de bolas, sus animales de plástico y sus cubos de construcción. En efecto, estamos tal vez ante la primera propuesta escénica en la que las actrices van a interactuar con sus hijos.
Rocío Hoces y Julia Moyano fueron, cada una en su momento, pareja del dramaturgo David Montero. Ambas madres recientes, se pusieron en contacto con él, con un mes de diferencia, para expresarle el mismo deseo: hacer algún trabajo escénico durante la crianza de sus bebés. Ahí empezó un proceso que ha durado más de un año, y que se ha ido desenvolviendo al compás de las inquietudes y sensaciones que iban acompañando la experiencia de la maternidad.
“La pieza se ha creado sobre la marcha, está escrita a pie de escena”, confirma Julia. “Tuvimos muchísimas reuniones en las que hablábamos de lo que nos remueve y conmueve, lo que necesitamos decir y no callar. El resultado es muy honesto, muy de verdad, desde las entrañas”.
Improvisación constante
Julieta, de 21 meses, y Lucas, de 18, completan el reparto de Si yo fuera madre, y desde luego han jugado un papel fundamental en el montaje. “Llevarte tu día a día al espacio de trabajo genera contradicciones”, explica Rocío. “Ha sido un gran ejercicio de paciencia y fe. Algunos días decíamos: hoy hemos llegado hasta aquí, paremos, mañana más. Y así ha pasado el tiempo”.
Cuando empezaron a hablar del proyecto, los pequeños Julieta y Lucas eran muy poco conscientes de lo que les rodeaba, pero en medio del proceso empezaron a hablar. En un momento dado, Julieta planteó otro imprevisto: empezó a caminar. Y le siguió Lucas. “Se ha ido revisando todo poco a poco. De hecho, hasta diciembre no estábamos del todo seguros de adónde queríamos llegar”, dice Montero. “También hemos pedido al teatro adaptar los horarios a los hábitos de los bebés, porque a la hora normal del teatro, las ocho de la tarde, Julieta y Lucas están más cerca de querer estar en la cama que en un escenario”.
También recuerdan un ensayo en el que se impuso, de forma improrrogable, el cambio de pañal. Para Julia Moyano, el elemento improvisador ha sido fundamental en la buena marcha de la idea. “No nos aferramos al texto. Tienes un monólogo bonito, lo quieres hacer bien, y eso convive con que ellos están ahí y actúan como quieren. Transitamos la historia con todas las interrupciones que procedan. Es un vértigo, pero al mismo tiempo tengo confianza. Y es libertad también: si hay que parar, se para. El presente, que son los bebés, lo exige. Y si algo que te parece bellísimo no lo puedes contar hoy, no lo haremos”, agrega.
Un espacio amable
En cuanto al espacio escénico, comentan que “no habríamos podido desarrollar lo que queríamos sin hacerlo todo muy amable para ellos, como su cuarto de juegos o su guardería. Todo el espacio se ha ido generando a partir de eso. Hay que renovar los estímulos”. “Para ellos no se trata de un espacio ajeno ni violento, nada que les cree inseguridad. Ha sido un acierto para nosotros, y para ellos como un regalo”.
“Es como si hubiera dos obras de teatro a la vez, y en lugar de chocar entre sí, se convierten en un paso a dos”, comenta David Montero, y su elenco añade: “Verdad y presente es siempre lo que queremos para el teatro, ¿no? Pues los bebés lo tienen. Y es un gran elemento a favor”. Lo cierto es que para las dos actrices, Si yo fuera madre ha supuesto una verdadera reconciliación con su profesión. En un momento dado, el texto dice algo así como “No quiero hacer más teatro”. La paradoja es que la dice una mujer plantada sobre las tablas.
Otra especificidad del proyecto es que, cuando terminaban los ensayos, seguían siendo las madres de Julieta y Lucas respectivamente. Y al revés: “A veces veníamos a los ensayos sin dormir, o con las lumbares destrozadas. Nuestro grupo de whatsapp daría para otra obra”, ríen. “La maternidad te relega a la invisibilidad y la exclusión a muchos niveles, y eso era precisamente lo que queríamos hacer visible”.
Vulnerabilidad y soledad
Cuando se le pregunta si no corren el riesgo de que el espectáculo se deslice hacia los terrenos del reality show, niegan tajantemente: “Esto tiene mucha poética. No somos madres hablando de nuestras cositas. Lo que queremos es contar cosas que no se suelen nombrar”, asevera Julia. “Después de dar a luz, a una mujer le pasan una cantidad de cosas que no conoce, ante las cuales no sabe cómo reaccionar… Ese sitio de vulnerabilidad y soledad tienes que tragártelo sola, o con tu pareja o la gente más próxima”.
“Todo tiene más que ver con hacerse preguntas que con ofrecer respuestas”, concluye Montero. “Lo que está claro es que las madres siguen siendo mujeres, siguen follando, siguen siendo todo lo que eran, aunque estén criando, y de eso también va la obra”.
Eso sí: ni se trata de una obra solo para mujeres, ni de una propuesta infantil. De hecho, los niños tienen vetada la entrada. “Hay quien nos dice ¡jo, qué cara! Vuestros bebés pueden ir y los nuestros no”, apostilla Julia. “Pues así es. Solo pueden venir los nuestros”.