Leo Bassi (Nueva York, 1952) es un bufón. Un payaso, entiéndase en el buen sentido de la palabra. Hace burlas y desde que llegó a España ha sido un incordio para el catolicismo, de modo que se han probado varios métodos para silenciar al chistoso: entre otros, el de las querellas y el de las bombas. En 2006, alguien dejó una botella con gasolina y una mecha junto a su camerino del Teatro Alfil en Madrid. Le pusieron una bomba al cómico. Su blog está repleto de comentarios de creyentes cuyos sentimientos abarcan casi todos los grados de la ofensa, desde quien discrepa de su visión sobre las religiones hasta quien reacciona con el insulto o la amenaza.
Bassi viajó a Málaga a representar Best of Bassi, un espectáculo en el que recupera alguno de sus números porque dejar de representarlos es como “perder una parte de mí mismo”. Algo de autoconsciencia: ahora se sorprende de la “superficialidad” de algunas de sus viejas posiciones. La represión de las manifestaciones contra la Guerra de Irak, el atentado en el teatro, la crisis y el 15M le han hecho “más radical”. Llega cuando la retirada de la ola en defensa de la libertad de expresión por el atentado contra la revisa satírica Charlie Hebdo ya deja ver algunos cascotes sobre la arena, que no estaba tan limpia. El 21 y el 22 de febrero el bufón que se toma la risa muy en serio vuelve a Andalucía, a Sevilla, con una versión teatral de sus misas patólicas. El cómico responde en su camerino.
Viene usted de familia de bufones y dice que ser payaso es un honor. Y sin embargo, todavía hay quien se empeña en utilizarlo como insulto.
El mundo serio, del poder, siempre ha considerado la función del bufón como algo inútil. Los bufones estaban fuera de las clases sociales, podían hacer su crítica, pero no tenían derechos ni posesiones. He encontrado leyes que dicen el número de calcetines y camisetas que podían tener. Si tenían más no tenían derecho a criticar, porque entraban en las reglas de la sociedad. Y un verdadero bufón no podía tener más dinero del suficiente para comer más de dos días o tres. Es evidente que al decir “payaso” a una persona se hace en el viejo sentido feudal de esta palabra: una persona que no tiene poder.
Y para usted es un orgullo…
Sí, porque el bufón tiene el mismo poder que el rey o el liberador. No el poder económico, sino la autoridad moral, que es poder decir libremente todo lo que opina, no ponerse de rodillas. Hasta la gente muy rica tiene sus límites, sus cálculos políticos.
¿Para qué sirve la risa?
[Duda, se revuelve] Hay muchas formas de risa. El primer nivel es crear una comunidad con la gente, que te considera como su amigo. Pero si el público es racista puedes hacer chistes racistas y se descojonan con tu chiste. Ese humor no tiene valor humanista, al contrario. Pero hay otro nivel, y ese nivel es mostrarte de verdad libre. No estar al servicio del público, sino del humor y el humanismo que hay en el humor. Hay algo sagrado en el deseo de una persona de buscar el más alto nivel de la risa. Un nivel que no excluye y que, al contrario, incluye. Que no crea categorías, que no insulta, sino que toca las cosas esenciales. Y esa risa es sagrada, porque va a lo más profundo del ser humano.
Es la risa que lleva a cuestionar el estado de las cosas…
Si no hay esperanza, fe en las cosas buenas, también puedes hacer reír. Pero para mí la responsabilidad es saber qué buscas. Y yo lo que estoy buscando es liberar el ser humano y hacerlo acceder a un mundo más alegre y humano, donde se consigue superar la tragedia. Soy optimista, creo que hay cosas extraordinariamente buenas, hay mucha hipocresía y cosas malas, y la risa es una manera de ponerlas en evidencia.
Y en la búsqueda de la risa, ¿hay límites?
El límite es transformarlo en algo excluyente: “Nosotros no somos homosexuales y nos reímos de los maricones”. Hay algo malo aquí, que transforma la humanidad en algo malo, en inferiores y superiores. Eso no me interesa, tengo miedo de eso. Y utilizar sólo el morbo o la crueldad también es peligroso. Pero no tengo problema en desmontar y romper las convenciones. Si hay algo que considero una mentira y consigo darle la vuelta y demostrar que esa convención es falsa, que esa persona es un mentiroso, mis intenciones son nobles. La sociedad pone límites a esto porque el poder no quiere que otros se burlen de él. La fuerza de las religiones es hacer aceptar unas convenciones. Si pones en evidencia que son falsas o hipócritas, vas a encontrar resistencias fortísimas. Cuando hago espectáculos en los que hablo sobre ateísmos lo hago porque creo que la esperanza de la humanidad es liberarse de los miedos y los falsos dioses, devolver al ser humano su propia identidad y ser más honesto.
Sé que si hago chistes sobre la religión la gente se va a ofender, pero creo que ese es su problema. Creo que tengo todo el derecho del mundo a hacer un chiste diciendo que eso es una perversión, en mi opinión, y que algunos aprovechan un poder sobre mentes más débiles.
No hay una forma objetiva de valorar la ofensa, un ofensómetro, que decía José Luis Pardo en un artículo de aquellos días.ofensómetroun artículo de aquellos días
Aquí es donde se complica la historia. Admiro como cómico a Dieudonné. Se ha radicalizado, pero en mi opinión legítimamente: sus chistes contra los judíos no eran antisemitas, sino contra el sionismo, contra Israel. En la sociedad francesa otros no lo consideran así y ha sido víctima de una persecución. Él ha declarado que lo que trataba de decir cuando dijo “Je suis Coulibaly” es que se sentía tan alienado en la sociedad francesa como esos negros, intentando encontrar una razón por la que un chico senegalés nacido en Francia se transformó en un terrorista. La acusación dice que hay un derecho de crítica, pero que no puedes fomentar el odio contra un pueblo y hacer apología de los que utilizan el odio. Yo puedo hacer un paso suplementario. Cuando me pusieron una bomba, en 2006, fue la misma semana en que salieron las viñetas en un periódico danés. Esto había creado una situación en la que fundamentalistas católicos pensaron: “Si los musulmanes defienden así su Dios, nosotros también”.
Charlie Hebdo ha seguido publicando ese tipo de viñetas y mi duda desde el principio es que esto no era un ataque a la religión, sino un ataque racista contra todos los musulmanes y los árabes, porque con un turbante con una bomba dentro asociaban los musulmanes a terroristas. Las primeras caricaturas de Dinamarca fueron publicadas por un editor israelí. Cuando conoces bien la realidad de Israel sabes que eso no es neutro, no es humor, sino intentar situar la resistencia palestina como terrorismo. No es fácil marcar la diferencia entre lo cómico y un uso inteligente de la provocación con fines políticos para influenciar la opinión publica occidental, justificando los ataques y bombardeos.
¿Existe un derecho a ofenderse?
Hay una manera muy fácil de no ofenderse: no ir a la obra de teatro. Un artista no va a llenar un teatro si sus chistes no tienen contenido cómico. Si nadie compra Mongolia cuando ponen al Rey follando con Letizia, la cosa se arregla, pero la gente lo compra. Y esto lleva a otra dimensión. Cuando uno dice que hay límites a la libertad de expresión, olvida que hay también libertad de oír y escuchar. Dieudonné tiene de 15 a 20.000 personas en sus shows y desde noviembre ha perdido varios espectáculos. Impides al artista hacer un espectáculo y a 15.000 personas ir a ver algo. Puedes comprar el queso que quieras, pero si compras humor no vale, porque hay humor que va bien y otro no. Hay que hacer entrar el humor en la regla del libre mercado. Olvidemos la libertad de expresión, utilicemos las palabras neoliberales: libertad del consumidor. El público es un consumidor de productos culturales.
Pero a veces los “abusos” de la libertad de expresión se tipifican en el Código Penal. En algunos lugares, como Alemania, algo tan ridículo desde el punto de vista histórico como negar el holocausto es también un grave delito. [En España no está tan claro: el Tribunal Constitucional anuló en 2007 esta interpretación del Código Penal]En España no está tan claro
Es que hay un límite. La mentira. Si dices que los judíos nunca fueron masacrados, demuéstralo. Como no puedes, no es una opinión sino una mentira, y esto no es un problema de libertad de expresión sino de calumnias. Si sabes que es falso y mientes, hay un derecho de la víctima de tus mentiras que debe protegerse.
¿Ha discutido alguna vez con católicos que le hayan hecho dudar de sus posiciones?
Nunca. Estuve en la frontera de Afganistán en 1991 y hablamos del humor, en una pequeña mezquita, rodeado de chicos con kalashnikovs. Un mulah me dijo: “Tú eres un payaso. Para nosotros los payasos son mensajeros de Dios, porque traen la alegría”. Después me preguntó: “Cuando haces reír como payaso, ¿te pagan antes o después del espectáculo?”. Yo sabía que la economía del mundo islámico depende de esto: tú no puedes pedir dinero antes. Si haces reír te hacen un regalo, porque consideran que la risa es un don de Dios y tú no puedes vender algo que es de Dios. Esperaban una respuesta sincera, así que les dije que los dos casos. ¡Se enfadaron como no puedes imaginar! Me dijeron: “Tú has vendido algo que no era tuyo”. Y yo les dije que todos los chistes son horas de pensar e inventar. “¡No puedes pensar eso, es inspiración divina!”. Esta conversación fue muy enriquecedora. Estas personas me podían haber matado, pero estaban abiertos a cualquier discusión. Y los hemos tratado como si fueran subhumanos, y ellos se han ofendido porque tienen un gran orgullo y han respondido con toda la violencia imaginable.
Le gusta el Papa Francisco. Igual puede celebrar un cónclave con la iglesia patólica…
Sí, pero creo que no va a ninguna parte con la Iglesia. Parece que no ha entendido que la Iglesia existe como sistema represivo y conservador, continuación del Imperio. Lo que defiende es justo pero no salvará la iglesia católica. Inventará otra cosa: un club de payasos divinos o algo así.