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En primera persona

“Llegué a España como menor no acompañado y aquí nadie te regala nada”

Ibrahim
31 de mayo de 2021 21:55 h

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Me llamo Ibrahim, tengo 23 años y nací en Kenitra, Marruecos. Llegué a España en 2014 con 16 años, solo, sin papeles y escondido en el motor de un barco. Es algo que de niño nunca hubiera imaginado que me pasaría. Fui de los primeros chicos que decidieron venir con esa edad. En Marruecos mi familia y yo malvivíamos del campo, desde pequeño he estado trabajando la tierra junto a mi padre pero nuestra vida siempre dependía de lo que el campo diera: si no había cultivo o no vendíamos no comíamos, es una lotería. No teníamos nada. Un día me enteré de que dos hermanos vecinos míos, de mi edad, se había marchado y un hombre le explicó a mi padre que podía ayudarme a cruzar. A día de hoy no sé cuánto tuvo que pagar mi padre por aquello.

Me fui a Tánger con un grupo de personas a lo que yo pensaba que sería ir en barco a España, como un pasajero normal. No sabía que iba a sufrir ni pasarlo tan mal. Me despertaron de madrugada, me dieron un neopreno y nos dijeron que teníamos que llegar hasta el barco a nado haciendo un rodeo para acceder por la parte baja sin que nos viera la policía. Nadar sin hacer ruido, a oscuras, durante un largo rato es complicado. Éramos un grupo de muchas personas. Me tuve que encajar tumbado en un hueco muy estrecho justo encima del motor del barco, y por debajo de mí había otro hueco que daba directamente al agua, caer por ese agujero durante el trayecto significaba ir impulsado por la fuerza del motor directamente al fondo. Me dieron un trozo de madera que sostenía mi cuerpo entre dos salientes justo por encima del agujero. La gente se intenta agarrar a lo que puede pero muchos mueren sólo al arrancar el barco. La fuerza es tan grande que el impacto los aplasta contra la pared, había manchas de sangre por este motivo. Hay gente a las que cuelgan con un arnés y una cuerda a un tabique que cruza por arriba, de manera que van colgados todo el camino golpeándose contra los laterales del barco. Otras caen durante el trayecto con la vibración y el movimiento tan fuerte, de pronto ese gancho que les sostiene se mueve y caen, o la fuerza les sacude y no se pueden agarrar. Si tienes suerte llegas y si no, ahí te quedas. Yo, allí metido,  sólo pensaba cuándo cedería la tabla de madera que me sostenía y caería. Hubo un momento en el que el agua me subía desde arriba y no podía respirar, tragaba tanta agua que pensé “ya está, aquí me voy a morir”. El trozo de madera que me sostenía cedió justo llegando a España, pero pude sostenerme con mis brazos hasta que el barco se detuvo.

Llegamos sólo dos personas, yo y otro chico. Nunca supe qué pasó con el resto.

Nada más bajar del barco la policía española nos llamó para que nos acercáramos. Teníamos mucho miedo pero nos trataron bien, nos dieron de comer y ropa y nos llevaron al calabozo y de allí ingresamos en un centro de menores en La Línea. En ese momento sentí que ahí iba a empezar a cambiar mi vida, que iba a cumplir mis sueños.  Llamé a mis padres para decirles que estaba bien, que no se preocuparan. En el centro de menores había niños y niñas de todas partes, no los conocía pero me dio mucha alegría estar con ellos, aunque nadie se quedaba por mucho tiempo. A los 15 días a mí me trasladaron a un centro de menores en Jerez, donde ya me quedé hasta la mayoría de edad.

Mi vida en aquel centro de menores tuvo sus cosas malas y buenas. Lo malo es la falta de libertad, todos tus movimientos están controlados, hay muchas normas. A veces era parecido a estar en una cárcel. Comes la misma comida según el día de la semana y todos vestíamos iguales: misma sudadera, mismas zapatillas… Esto me hacía sentir un poco de vergüenza cuando salíamos a la calle todos juntos, porque la gente ya sabía que éramos “esos chicos”, nos identificaban en seguida por nuestra ropa y por ir juntos en grupo. Sentía que no podía hacer nada para mostrarme yo, que la gente me conociera a mí, a Ibrahim. Aquella mirada me molestaba mucho al pasar cerca de la gente, me miraban como si les fuera a robar.

Lo mejor sin duda fue poder formarme. Mi sueño realmente hubiera sido poder estudiar en un colegio, pero no pudo ser, me dijeron que ya era tarde. Empecé a aprender español. Dábamos clases por la mañana y luego íbamos a la biblioteca. Hice un curso de jardinería en Hogar La Salle que me sirvió mucho luego y me enseñó también a comunicarme con la gente, en la clase éramos tres marroquíes y todos los demás españoles. Al terminar mis prácticas quisieron contratarme porque estaba a punto de cumplir los 18 años pero no pudo ser porque no tenía papeles ni permiso de trabajo. Cuando cumples 18 tienes que abandonar el centro de menores y muchos chicos y chicas se quedan en la calle sin nada. A mí me dejaron quedarme 6 meses más por mi buen comportamiento y a la espera de que llegara mi pasaporte, que no llegó. Después tuve la gran suerte de ser acogido en un piso de la ONG Voluntarios por Otro Mundo. Tardé más de un año en conseguir que Marruecos me mandara un pasaporte. Lo conseguí gracias a la ayuda de Michel Bustillo, que peleó por mí en extranjería, mandando cartas, contándolo en la radio, en los medios y donde hizo falta, reclamando mi derecho a recibir mi pasaporte. Sin papeles no puedes hacer nada, no eres nadie. Con los papeles ya pude empezar a cumplir mi sueño. Desde ese momento he aprovechado cada momento. Me he formado también como camarero en la Fundación Don Bosco.  

Los chicos que vienen a España la mayoría lo hacen con muchas ganas de trabajar, estudiar, tener un futuro, poder ayudar a la familia. Allí no hay futuro. Si yo no hubiera venido, allí seguiría igual, trabajando en el campo y sufriendo, sin tener nada.

Los chicos que vienen a España la mayoría lo hacen con muchas ganas de trabajar, de estudiar, de tener un futuro, de poder ayudar a sus familias. Muchos mantenemos a nuestros padres y hermanos desde aquí. Allí no hay futuro. Si yo no hubiera venido, allí seguiría igual, trabajando en el campo y sufriendo, sin tener nada. Pienso en mi hermano por ejemplo, que es un buen mecánico. Yo sé que él allí, por mucho que trabaje siempre será pobre, nunca va a estar bien. Allí sólo están bien unos pocos que tienen mucho dinero. La gente está quemada. Por eso tantos se echaron al agua en Ceuta ¿crees que si estuvieran bien lo harían? Nadie querría hacer eso. Yo me hubiera quedado en mi país si allí pudiera estar bien.

Los comentarios racistas o a los insultos me duelen, porque yo sé cómo soy, mi gente sabe quién soy, pero no les presto atención, no me interesan, me distraen de mi propósito. Cuando me dicen que los musulmanes somos todos terroristas, yo a quien quiera le explico que no es así, y quien quiere entender entiende. Cuando oigo eso de que “los moros vienen y te quitan el trabajo”… nadie te quita nada, vienen y lo buscan, y hay mucha gente que dice esto que está dormida y no se esfuerza, el trabajo no llama tu puerta: tienes que luchar, buscar y conseguirlo. Y para un migrante es muy difícil encontrar un trabajo. Diría que al principio es casi imposible sin el apoyo de ONGs como CEAIn, Accem, Voluntarios por otro Mundo… que te ayudan a formarte y a que te den una oportunidad. Porque si tú vas a un negocio a echar currículum, antes que meter a un “moro” meten a uno de aquí. Así que no, no es nada fácil.

Yo no puedo decir que todos los chicos que vienen sean buenos, igual que no lo puedo decir de los españoles, ni de nadie. Yo no puedo decir “nosotros no robamos”, habrá quien robe y habrá quien no, como en todas partes. A las personas hay que conocerlas por quienes son, sin prejuzgarlas. Yo estoy tranquilo. A mí lo que más me llena es poder ayudar a quien lo necesite, no importa de donde sea. He acogido en mi casa a jóvenes que estaban en la calle, lo poco que tengo lo he compartido siempre: dinero, comida, ropa... Cuando yo llegué no tenía nada y me ayudaron, si lo hicieron por mí yo también lo hago por los demás, y a su vez ellos lo harán por otros, así funciona. Cuando tú haces el bien a los demás, los demás hacen el bien contigo.

¿Me preguntas si merece la pena? ¡Cómo voy a decir que no! Yo ahora tengo una vida, puedo trabajar, tener ropa, pagar un alquiler, sólo o compartiendo a veces, una vida normal como la de cualquiera. Eso es la felicidad.

Me gustaría que mi familia estuviera aquí también, pero que vinieran de manera segura, de otra manera, sin tener que jugarse la vida. ¿Me preguntas si merece la pena? ¡Cómo voy a decir que no! Yo ahora tengo una vida, puedo trabajar, tener ropa, pagar un alquiler, sólo o compartiendo a veces, una vida normal como la de cualquiera. Eso es la felicidad.

Yo me siento de esta ciudad, cuando paso tiempo fuera tengo ganas de volver a Jerez, la gente me conoce, aquí me siento tranquilo. Ya no me miran mal como antes porque después de siete años aquí me conocen, me siento uno más. Tengo muchos amigos y amigas españoles. Nos encanta salir, visitar otros pueblos y ciudades, ir a la playa, disfrutar de la vida... Y lo más importante: ayudo a mi familia, hablo con ellos cada día por teléfono. Nunca he tenido problemas con nadie por mi cultura, ni con chicas con las que he salido, ni con compañeros de trabajo… porque la clave es el respeto a cada persona, con sus creencias, su forma de pensar y sus decisiones. Respetar la libertad de cada uno sin juzgar. Todos tenemos la capacidad de hacer el bien y el mal, de equivocarnos o no. Nadie es perfecto, pero todos queremos lo mismo.

Mi sueño en el futuro es montar mi propio negocio, algo que sea especial y que funcione y que me haga tener independencia. Sé que es difícil pero yo estoy dispuesto a trabajar y esforzarme lo necesario para conseguirlo. Los chicos que vienen tienen que tener claro que aquí nadie te regala nada, nadie te regala una casa, ni te dan pagas, hay muchísimos jóvenes en la calle pasándolo muy mal: tienes que esforzarte cada día, aprender el idioma, cumplir, estudiar, esforzarte y trabajar muy duro. Aprovechar cada pequeña oportunidad que se te presente.

Porque de eso se trata, aquí, al menos, puedes soñar con una oportunidad de ser feliz.

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