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Luto en Almería por la muerte de la 'Señora de Cabo de Gata' a los 103 años

Iñigo Mas / Iñigo Mas

Almería —

Ha sido enterrada la Señora del Cabo de Gata, Doña Paquita, y Almería está de luto por la sensible pérdida que ha sufrido con la muerte de quien evitaba la urbanización salvaje de 17 kilómetros de la costa europea más al Sur, preservándola como Reserva Natural de la Biósfera y logrando así que sus aguas sean aún claras, transparentes, cristalinas y limpias. Hasta el punto que el mundo amante del submarinismo se pelee por alcanzar los fondos del Parque Natural de Cabo de Gata para asombrarse con la fauna y flora intacta bajo ellas.

Francisca Díaz Torres no tuvo hijos y dedicó su vida a hacer realidad el deseo de su marido, José González Montoya, fallecido en 1976, de mantener Cabo de Gata tal y como se les había entregado, como un paraíso de tierra y mar. Fiel al deseo de su esposo, la empresa familiar se ha acercado más a la pureza de la agricultura, del turismo rural y de la ganadería, que a las concesiones inmobiliarias. Pero la historia podía haber sido totalmente distinta. De hecho lo natural parecía ser que la hija de un juez que se casa con un potente terrateniente, en cuya majestuosa vivienda de la capital llega a residir Francisco Franco durante su primera visita a Almería en 1943, la conocida popularmente en la ciudad como la Casa Vasca, vendiera su espectacular hacienda de 3.300 hectáreas, la más extensa del parque natural con puro criterio mercantilista. Si el matrimonio primero y la viuda después, no controlan con raza la gestión de su vasto territorio, ansiado por la enloquecida fiebre del ladrillo, hoy no habría parque natural. O sería un ridículo parque temático con un arroyo, una playa y cuatro palmeras a visitar de martes a domingos por grupos reducidos, con el lunes cerrado.

Por su Casa Vasca, en la que el dictador dejó algún regalo agradecido por el agasajo que recibieron de la familia tanto él como su esposa Carmen Polo, hubo fiestas espectaculares en las que se bailaba con la música de Frank Sinatra y pasaron por allí todos los altos cargos del régimen, desde el entonces aún Príncipe de Asturias y hoy Rey Juan Carlos hasta el desaparecido Manuel Fraga. La residencia, que fue construida por Guillermo Langle, uno de los más importantes arquitectos de la historia contemporánea almeriense, autor también de los Refugios de la Guerra Civil, cuatro kilómetros de túneles que salvaron la vida a miles de personas durante los bombardeos franquistas, albergó gran parte de la vida de Doña Paquita y desde ella dirigió con mano de hierro su bendita vehemencia ecologista en la gestión de su emporio inmobiliario.

Podía haber parcelado Cabo de Gata y haber convertido el lugar en un nuevo Torremolinos o en masificaciones como en la costa malagueña o levantina y haber sido una terrateniente aún más multimillonaria de la herencia ya millonaria que recibió, pero la promesa de mantener vivo el deseo de su marido, en realidad el deseo de ambos, primó hasta su último aliento.

Descansa en pleno parque natural, en el Pozo de los Frailes. No podía yacer en lugar mejor. Insignes organizaciones ecologistas que abanderan diariamente la denuncia del ladrillazo o la destrucción del medioambiente deberían estos días poner a media asta su bandera en señal de duelo. Incluso las más selectas cátedras de economía, ecología y desarrollo tendrían que incluir en sus planes de estudio cómo un terrateniente y su mujer fueron el principal freno para el avance del desarrollismo salvaje y el modelo Torremolinos o Benidorm.

Fueron unos visionarios

En realidad fueron visionarios, porque a la larga Hollywood ha traído más bien a Almería con su turismo cinematográfico que pone este punto de la tierra en bocas internacionales cada vez que comienza aquí un rodaje. Ya en los años 1970 el matrimonio evitaba, modificando los planos, que la futura autovía del Mediterráneo pasara por la playa de Los Genoveses, donde en los años 80 rodaba Steven Spielberg, Sean Connery espantaba pájaros a paraguazos y se aventuraba Indiana Jones contra los nazis.

El periodista Martínez Soler, hoy en día presidente de la Junta Rectora del Parque Natural de Cabo de Gata, ha recordado que lo primero que le recalcó Doña Paquita al tomar posesión del cargo fue que debía preservar el legado, como ella se lo prometió a su marido. “Preservar sus fincas, con respeto al medioambiente, y salvarlas de la voracidad del ladrillo. Ya a punto de cumplir cien años, Doña Paquita me pareció una señora alegre, risueña y muy viva, pero sobre todo desprendida y generosa. Creo que los amantes del Cabo de Gata le debemos una estatua en el cementerio del Pozo de los Frailes”.

El también periodista Manuel León, la homenajea afirmando que “entierran en el Pozo de los Frailes, tras una muerte dulce, a la protectora de aljibes y pastizales, a la benefactora de paisajes, a la ama del paraíso terrenal de Almería hasta donde la vista alcanza”. Las más bellas palabras para la más ecologista y simpática de las terratenientes.

El jardín de su casa se ha calificado como “lujurioso” y el ecologismo que adoró junto a su marido como “de tripas corazón”. Incluso así su visión industrial era pionera ya que vendieron a la multinacional francesa Michelín más de 3.000 hectáreas, unos terrenos que hoy en día experimentan la mejor tecnología mundial en neumáticos en un circuito de pruebas inmaculado donde la Fórmula 1, y los camiones más grandes que hay sobre la tierra innovan en busca de tecnología punta, junto a especies centenarias de arbolado autóctono que se preservan con mimo.

Ella nació circunstancialmente en Morella (Castellón) en 1911, debido a un traslado temporal de su padre como juez, pero pronto se trasladó a su Almería de toda la vida. Gracias a su generosidad, la Casa Vasca que albergó coches de caballos, como los mulos Lucero y Brillante, o Rolls Royce, y que se construyó inicialmente para albergar un banco privado más que una vivienda, pasa a ser propiedad de todos los almerienses que van a poder disfrutar de su interior en forma de Museo de Arte. Cuentan las anécdotas que las grandes fiestas allí eran magnas celebraciones, en las que algún alcalde de la época entraba montado en motocicleta en el salón noble escoltado por el gobernador civil de turno. Durante la guerra civil fue requisada por los milicianos y la familia arrestada en la cárcel del Ingenio, de triste recuerdo para los almerienses por los fusilamientos y lamentos que se padecieron. La Casa Vasca, a la entrada de la capital, fue uno de los primeros edificios que vieron los miles de malagueños que huyeron durante la dramática desbandá refugiándose en los subterráneos almerienses de los bombardeos que costaron tantas vidas en la carretera que une ambas ciudades.

Rodolfo Díaz Lussnigg, uno de los cinco sobrinos y herederos de Doña Paquita, acaba de publicar en La Voz de Almería una semblanza de su tía en la que relata una anécdota que revela un vivaz carácter, cuando hace escasamente dos años, durante la feria, un grupo de turistas se detenía frente a la Casa Vasca, leyendo el guía exageraciones sobre la pompa y el boato de la vivienda y sus grandes fiestas. Doña Paquita ordenó invitar al grupo al interior para que vieran la realidad de la casa, pero el hecho de ser una larga veintena de personas le recomendó volverse atrás, eran demasiados. Ella era así, “abierta siempre a los almerienses, pero a la vez muy suya. Lo que sí podemos decir con tristeza es que un icono de Almería se nos ha ido”, en palabras del sobrino que jugaba de niño en los sótanos del majestuoso caserón con sus primos, cuyo abuelo, Rodolfo Lussnigg, fue creador de la Costa del Sol y gran divulgador internacional de Almería. Ya está junto a su marido descansando ambos, juntos, en paz, y bajo el amor y el agradecimiento de todo almeriense de bien.