Cómo los aguacates están cambiando el paisaje de La Axarquía malagueña

Néstor Cenizo

5 de diciembre de 2021 19:43 h

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Todo aquel que recorra la carretera que va de Vélez-Málaga a Benamocarra se encontrará en algún momento encajonado entre aguacates. El camino serpentea entre fincas dedicadas a este cultivo subtropical, que ahora han incorporado un invento: un aspersor colocado sobre unas largas varas metálicas se activa cuando la temperatura baja de cero. Nos recuerda que esto no es el trópico, aunque en La Axarquía se cultivan tropicales: unas 13.000 hectáreas, que generan una facturación anual de 160 millones de euros, según la Asociación Española de Tropicales.

Este es el epicentro del boom, que está produciendo un efecto “invisible” a pesar de mostrarse delante de los ojos: el paisaje de La Axarquía está cambiando de forma acelerada. Antes, Benamocarra era célebre por sus cítricos, pero los arrancaron para sustituirlos por aguacates, mucho más rentables. En el monte, al matorral de jarales (“menchones”, en La Axarquía) y los tradicionales cultivos de viñas y olivos les están sustituyendo árboles tropicales. Entre los colores pardos aparecen grandes manchas de verde. Y por el camino, terrenos que antes eran montañas se convierten en extensiones llanas, ideales para el cultivo, o en laderas aterrazadas. “El cambio en La Axarquía ha sido espectacular”, dice José Damián Ruiz-Sinoga, catedrático de Geografía Física de la Universidad de Málaga.

“Esto produce una desestabilización inicial del suelo y una modificación de la topografía”, advierte Rafael Yus, presidente del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía (GENA)-Ecologistas en Acción, coautor de un monográfico sobre el impacto de estos cultivos, titulado La burbuja de los cultivos subtropicales y el colapso hídrico de la Axarquía. En el capítulo que firma se estudia su impacto “geomorfoedáfico” sobre unos terrenos marcados por factores muy pronunciados: terrenos montañosos, laderas pronunciadas, escasez de precipitaciones y exposición a lluvias torrenciales.

El terreno está moteado de depósitos y aljibes a cielo abierto, donde apenas se atisba agua. Tener derechos de riego revaloriza las fincas. Es diciembre, sigue sin llover, y los ríos y arroyos siguen secos, mientras el pantano de La Viñuela languidece al 18,18% de su capacidad, 36 puntos porcentuales menos que su media de la última década. Este es el verdadero “factor limitante” de estos cultivos, resalta Ruiz-Sinoga, y un problema cada vez más acuciante. Hace tiempo que los agricultores están alarmados. El tamaño medio del fruto ya se está reduciendo. La última solución “transitoria” es regar con aguas regeneradas, pero los productores siguen pidiendo trasvases.

Dos lomas convertidas en un llano

Estamos en el Paraje de Valdeinfierno, una zona rural a la que se llega desde Vélez-Málaga por un camino de tierra asfaltado en algunos tramos, por la pendiente. Un tractor dispersa herbicidas entre largas filas de aguacates. La visión es extraña: rodeada de colinas y riscos y bajo un fondo de color parduzco, la máquina recorre sin obstáculos una extensión llana de árboles en crecimiento. Son 52 hectáreas de cultivo, pero antes esto eran dos lomas con pendientes del 30% y en mitad, un valle.

“Arrancaron la piedra y las metieron en el valle”, cuenta Yus, que calcula que se movieron en torno al millón de metros cúbicos. Llegó a contar quince unidades de maquinaria de las usadas en grandes obras públicas, como retroexcavadoras giratorias o bulldozers. Trabajaron tres años en el terreno. Alquilarlas es caro, pero la crisis del ladrillo abarató los precios y desplazó su uso incluso al terreno rural. La falta de trabajos “civiles” hizo que muchos aceptaran los encargos, aunque para ello tengan que situarse en taludes poco estables.  

En 2016, Yus denunció esta actuación ante la Delegación Territorial de Medio Ambiente: advertía de la “laminación del relieve, con su consiguiente impacto visual y paisajístico”, y del impacto erosivo que tendría. “Ha creado un sustrato inestable que en los bordes de la parcela alcanza pendientes del alrededor del 60% que está suficientemente demostrado que son fácilmente movilizables por las aguas de escorrentía, especialmente en chubascos de fuerte intensidad, tipo gota fría, que no son infrecuentes en esta zona”.

También se preguntaba cómo se iban a regar los árboles, puesto que está prohibido regar con agua de La Viñuela por encima de su cota, a 140 metros. Tras asumir una sanción, los promotores presentaron un estudio ambiental que argumentaba que el riesgo de erosión estaba en las pendientes originarias y la falta de explotación agrícola previa, motivada por el abandono de los cultivos de secano. Aún quedan algunos almendros secos a orillas de la finca.

Yus sigue sin saber de qué modo se riega esta finca (apunta que los aguacates tienen un consumo medio de 10.000 metros cúbicos por hectárea y año, si bien en esta zona el consumo medio se reduce a 5.866), y apunta a algunos surcos que se observan en el terreno. “Es la primera manifestación de la pérdida de suelo”, dice: “Si viene una DANA, esa tierra removida y sin protección se va a venir abajo. Puede crear un flujo de barro con mucha capacidad de arrastre, y puede incluso llevarse las viviendas por delante”.

Zona en riesgo “muy grave” de erosión

El vigente PGOU de Vélez-Málaga considera estos terrenos “de potencialidad forestal” y una especie de “fondo escénico” del municipio, pero también ampara el uso agrícola. El PGOU, aprobado en 1996, no podía vaticinar el boom de subropicales que llegaría 15 años después, pero a esto se agarraron todos para alfombrar el terreno de aguacates y mangos, aunque para ello hubiera que segar montañas.

El Ministerio de Medio Ambiente publicó el Inventario Nacional de Suelos en 2007, que no ha actualizado. A partir del análisis de varios factores (erosionabilidad del suelo, longitud de ladera, pendiente, cubierta y manejo, prácticas de conservación del suelo), se llega a la conclusión de que la erosión de gran parte del territorio de la Baja Axarquía está en la categoría más alta: “Muy grave”. La “potencialidad” para producir “movimientos en masa” es “muy alta”.

Hay puntos del Macizo de Vélez y de los Montes de Málaga cuya pérdida de suelo supera las 200 toneladas por hectárea y año, incluyendo muchas zonas de cultivo de tropicales. La erosión degrada el suelo, produce pérdida de biodiversidad y acaba arrastrando los sedimentos a zonas bajas. Las lagunas del delta del Río Vélez, un punto de observación ornitológica, están cada vez más colmatadas. Pero además, puede incrementar el riesgo en una zona donde las lluvias, infrecuentes, pueden concentrarse en episodios muy intensos.

El impacto cambiante de los subtropicales

Las observaciones del inventario son previas al boom de los tropicales, cuyo impacto erosivo está vinculado al factor tiempo. En un primer momento, el desmonte altera la orografía y remueve la tierra, dejándola sin agarre. El terreno permanece completamente expuesto a la lluvia mientras crece el árbol, en tres o cuatro años. En las observaciones plasmadas en su texto, Yus detectó cómo los surcos de 20-30 centímetros de profundidad en la cabecera se ensanchaban aguas abajo, hasta convertirse en cárcavas de hasta cuatro metros, y desembocar en un barranco de más de cinco metros.

Sin embargo, cuando los árboles ya han crecido, sus hojas mitigan el impacto de la lluvia y al caer enriquecen el suelo. “El rápido aumento de la biomasa generará una pronta e importante protección del suelo y por tanto una considerable disminución de la escorrentía superficial y la erosión asociada, similar a la de una especie forestal”, vaticinaba el estudio de impacto ambiental presentado por la gran explotación de Vélez-Málaga.

De la misma opinión es José Damián Ruiz-Sinoga: “Inicialmente, cuando se hace el desmonte, hay un efecto negativo por el movimiento de tierras. Si cae una tromba de agua, el riesgo es muy alto. Pero cuando lo abancalas, todos los efectos son positivos, porque aumentas la capacidad de infiltración de los suelos. Y en cuanto el bancal está en producción el efecto es positivo. Porque hemos quitado una pendiente de 60-70% de desnivel y lo conviertes en zona llana, proteges del impacto directo y creas suelo”.

La desaparición de los balates

Yus admite que el aterrazamiento que de algunas explotaciones frena las aguas salvajes. Pero advierte de que en muchos casos podría no ser suficiente. “Se hacen con maquinaria y dejan la tierra suelta, lo que las convierte en vulnerables a la erosión lineal por la escorrentía”. La conversión de taludes en terrazas arrasa la vegetación de cubierta, además de ser una operación técnicamente compleja. En Cajiz, las terrazas de una gran finca acabaron desmoronándose, cuenta. Ahora, meses después, los propietarios las han reconstruido. Otros recurren a estructuras de chapa para sujetar la tierra.

Se ha abandonado, en cambio, la milenaria técnica del balate, un paisaje mediterráneo incluido en la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial de la Unesco, y hoy en claro peligro de extinción. El balate es un muro de piedra seca (sin hormigón o aglomerante) que se eleva unos dos o tres metros desde la parte baja de la pendiente, sirviendo de cimiento para rellenar luego el hueco, primero con ripios que drenan el agua y luego con tierra de labor.  

La técnica, introducida por los árabes en zonas de La Axarquía o La Alpujarra para aprovechar los terrenos de ladera, requiere tiempo y destreza, y casa mal con la productividad que exigen los cultivos intensivos de hoy. “Es un trabajo inconcebible para la agricultura moderna. Lo que hacen es meter las máquinas”, lamenta Yus, mientras apunta a una excavadora que se alza sobre lo que antes era un monte. “El paisaje de La Axarquía ya ha cambiado”. 

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