Las manifestaciones del último fin de semana de junio en Cádiz y Málaga han puesto sobre la mesa política un tema que hace mucho tiempo que domina en la calle: la vivienda, un bien de mercado indispensable para una vida digna (como reconoce la Constitución), está por las nubes. Y una parte creciente de quienes viven en las grandes ciudades trazan una línea entre el encarecimiento de las casas, cada vez más inalcanzables, y un turismo que, a lomos de patinetes, ha tomado los centros urbanos al asalto, ampliando conquistas cada día.
Enrique Navarro es un experto en todo esto. Catedrático de la Universidad de Málaga, donde dirige el Instituto Andaluz de Investigación e Innovación en Turismo, sus líneas de investigación van de la planificación y gestión de espacios turísticos, a la implementación de herramientas de gestión territorial y medioambiental. Actualmente investiga para el proyecto Emergencias crónicas y transformación ecosocial en espacios turistificados, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.
En esta entrevista subraya los límites del crecimiento turístico, aboga por explorar nuevos cauces de participación ciudadana y apunta al peso de la política y la ideología en la configuración del espacio urbano. “Herramientas hay, pero chocan con ideologías, con programas políticos, con partidos”, dice.
¿Cuál es su diagnóstico de la situación de Málaga?
Estamos en un momento de consolidación. Hemos tenido un crecimiento muy rápido en estos últimos diez años. Depende la variable que cojamos: si coges la variable física, hay espacio para crecer todo lo que quieras. También hay espacio económicamente: mientras que lleguen inversiones... La cuestión es si se puede seguir creciendo desde el punto de vista social. Y ahora mismo parece que hay un conflicto. Ahí es donde seguramente tengamos que repensar hacia dónde queremos ir.
Poco después de las manifestaciones de Cádiz y Málaga, el consejero de Turismo dijo: “El turismo será sostenible o no será”. La palabra “sostenibilidad” se puede llenar de muchos significados: ¿qué características debe tener un modelo turístico para ser sostenible?
Eso es café para todos. Yo he visto a la Asociación de Empresarios en los años 90 decir que somos sostenibles porque somos rentables. La sostenibilidad tiene límites ecológicos, y algunos los hemos rebasado ya a nivel global. Tiene también un límite social, que estamos viendo ahora mismo en Málaga, concentrado en determinados lugares: hay un límite para los habitantes del Centro y alrededores, pero a lo mejor no en Ciudad Jardín. No hay bloques monolíticos, y los residentes no piensan todos lo mismo.
Hay una mesa de turismo que es muy positiva porque ha puesto de acuerdo al sector, pero falta el actor ciudadano
¿Cuál es el modelo de Málaga? ¿Está en ese proceso hacia la sostenibilidad?
Málaga se ha abierto a una participación mayor de los actores privados. Hay una mesa de turismo que es muy positiva porque ha puesto de acuerdo al sector, pero falta el actor ciudadano. Ahí es donde yerra. Málaga tiene partes sostenibles y partes insostenibles en este proceso. Tiene la parte sostenible de la participación del sector y la creación de herramientas digitales para tener un menor impacto y llegar a más gente y conocer mucho más. En general, diría que vamos camino hacia esa sostenibilidad, pero que no la tenemos.
¿Tiene la política herramientas para limitar el crecimiento turístico o incluso decrecer?
Herramientas hay, pero el marco lo hace mucho más difícil. Las administraciones públicas pueden limitar, pero no solamente la local. Si el Gobierno central plantea que todas las viviendas turísticas son una actividad económica, no residencial, y les impone un Impuesto de Actividades Económicas, por ejemplo. El Gobierno autonómico también podría haber planteado que la vivienda turística no es una vivienda, sino que es una empresa turística. A partir de los Planes Generales de Ordenación Urbana [competencia municipal] se pueden dar más o menos licencias.
Es una cuestión de mera voluntad política…
Otra cosa es que estas herramientas pueden beneficiar a unos o a otros, enquistar problemas con un sector o con otro y entonces, y ahí entra la ideología. Creer que el libre mercado lo va a compensar forma parte de ella. Yo tengo colegas en Económicas que dicen “dale margen, que estamos interviniendo demasiado: de aquí a diez años se regula”. Y cuando intervenimos, “claro, como no ha habido libre mercado…”
Herramientas hay, pero chocan con ideologías, con programas políticos, con partidos. Además, usted y yo podemos decir: “La solución es esta”, pero hay que aplicarla, y si el efecto genera otro problema, tengo que gestionarlo. Hay siempre un ensayo y error. El político lo hace y tiene una repercusión y se la está jugando.
Muchas decisiones sobre vivienda tienen efectos diferidos a largo plazo. En ese sentido, hay poco incentivo político en aplicar una u otra decisión, porque no se va a poder vender como un éxito en las elecciones de mañana.
¿Se acuerda de Miguel Sebastián? Salió después del boom inmobiliario y la crisis inmobiliaria de 2008 diciendo todos sabíamos que estábamos en una burbuja, pero ¿quién retira el tocadiscos en la mitad de la verbena? Tú, que eres el político, explícalo. Tiene un riesgo porque tampoco sabemos el efecto absoluto que va a tener. Sabemos el efecto que queremos y que tiene relación, pero de ahí se puede derivar otro efecto. Y ese es el problema, hay que estar constantemente gestionando esos impactos. Además, el turismo implica a todo el territorio, medio ambiente, economía, contaminación, empleo, bienestar, horarios, conflictividad. Es una política integral.
En una ocasión le escuché a Pedro Marín Cots, exdirector del Observatorio de Medio Ambiente Urbano, decir que Málaga tenía planes, pero que muchas decisiones se han tomado en base a ocurrencias. ¿Cree que el modelo de Málaga es resultado de decisiones conscientes y planificadas?
Me gustaría decirlo de otra manera: no siempre el dato sirve para tomar la decisión. La política es eso, no son datos. Si no, tendríamos a un ordenador gobernando. La política es favorecer algo que a lo mejor es antieconómico, pero que me sirve para la sociedad. O al revés.
Nosotros tenemos metido el turismo en el ADN. La Semana Santa tiene un recorrido oficial por el centro desde 1900 y pico para enseñársela a los turistas. La Sociedad de Embellecimiento de Málaga es de 1890, la primera que hubo en España. El turismo está muy metido en nuestra sociedad, pero ha habido una disrupción muy fuerte, no solamente de la vivienda, sino del enorme crecimiento de la oferta y de la demanda tras la pandemia. La demanda ahora mismo es imparable. Y ese es un temor que tienen los dirigentes: si le pongo pegas y se me redistribuyen los flujos, porque no controlamos la demanda…
En ese sentido, hay un cisne negro, que es la aparición de las viviendas turísticas. Si a unos jóvenes de San Francisco no se les hubiese ocurrido ofrecer su casa y fundar Airbnb, igual no hablábamos de esta saturación turística. [Málaga capital tiene 12.500 viviendas turísticas con 65.000 plazas registradas, por 15.000 plazas hoteleras]
Y si lo hubieran cortado a nivel nacional, pues a lo mejor se hubiera acabado el problema. Y lo mismo a nivel andaluz. ¿Y si lo hubiera cortado Málaga, como lo cortaron Bilbao y San Sebastián antes de la pandemia? ¿Quién tiene la responsabilidad? Un poco todos. Lo que pasa es que es que llevamos hablando del fenómeno disruptivo de las viviendas turísticas desde 2017. Hay que tener políticas, un poco de anticipación de lo que va a venir. Podríamos preguntarnos otra vez: ¿y quién quita el tocadiscos en la mitad de la verbena? Ese es el problema en el contexto de una economía de mercado.
En Málaga no ha habido una reacción viendo lo que estaba ocurriendo en otras ciudades
En Málaga, el Centro se ha rehabilitado en gran parte con fondos públicos. De alguna forma, todos hemos pagado esto. ¿Estaban destinados a esa finalidad?
No. En el artículo Turismo y política urbana: rehabilitación, turistificación y transformación del tejido comercial del Centro Histórico de Málaga explicamos ese proceso y los fondos son en su mayoría europeos y algunos estatales canalizados por el Gobierno central pero la mayoría son fondos europeos. Por ejemplo, el Edusi. El Plan Urban fue muy sintomático. Desde los años 90 ha habido muchos fondos para limitar lo que pasaba en el Centro. No había servicios, había una parte de inseguridad, y se expulsaba a los residentes. La idea era mejorarlo para atraer inversiones, pero también residentes y eso es lo que ha explotado. El fenómeno turístico disrumpe brutalmente entre 2012 y el 2018 y a partir de ahí no ha habido una reacción viendo lo que estaba ocurriendo en otras ciudades.
El cuestionamiento del modelo se produce ahora por el encarecimiento de la vivienda, atribuyendo la responsabilidad al modelo turístico. ¿En cuánto influyen las viviendas turísticas en el alza de precios?
Lo estamos investigando, y estimamos que entre un 20 y un 40%, pero no lo sabemos. Acaba de publicarse un informe del Observatorio de la Vivienda en Alquiler diciendo que el 20% de la oferta de alquiler en Málaga se liberaría si se quitara la vivienda turística. Influye. Pero es una cuestión multifactorial, porque hay otros elementos y el mercado no reacciona automáticamente cuando retiras la demanda, sino dependiendo de las expectativas.
¿Es sostenible una vivienda vacacional en un edificio residencial?
Va a depender de cómo sea y en qué condiciones está: si hay una vivienda o 39 en un bloque de 40 vecinos. En mi opinión, el problema no son los usos turísticos. Llevamos toda la vida desarrollando destinos como Torremolinos con viviendas como parte de la oferta, pero no con esta disrupción.
Pero las familias que alquilaban esas viviendas en verano solían repetir año tras año, y establecer vínculos sociales con los vecinos y el entorno, de los que carecen los usuarios de viviendas turísticas que se marchan para siempre al día siguiente.
Por eso digo que la sostenibilidad depende de las condiciones. Lo que está claro es que con el crecimiento y la disrupción que hemos tenido en las ciudades, hay que repensarse que la vivienda pueda ser un alojamiento turístico tal y como lo plantea el libre mercado. Porque nos está metiendo en unos conflictos que no hemos tenido tradicionalmente en el medio litoral, que por ejemplo era muy estacional: yo lo aguanto dos meses, pero déjame descansar los nueve meses restantes. Ahora, el tipo de turismo que viene a la ciudad es continuo. Tengo turismo todo el año, tengo molestias todo el año. ¿Y por qué yo?
Turismofobia no es manifestarse para reclamar más gestión y que arreglen los efectos negativos del turismo
En las manifestaciones se observa un malestar con un componente material (la falta de vivienda asequible), pero también con otro identitario, larvado durante años, vinculado a la falta de reconocimiento de la ciudad como propia (“Más gazpachuelo y menos brunch”, decía una pancarta). ¿Esto es turismofobia?
Me niego a plantear que haya turismofobia, porque los datos me dicen que los malagueños no odian el turismo. Odiar el turismo no es manifestarse porque el turismo tiene un efecto negativo y reclamar más gestión y que arreglen los efectos negativos. Mi percepción de la manifestación del otro día y de la manifestación de Canarias, incluso de la manifestación de Barcelona, es que no se ve un sentimiento en contra ni del turista ni del turismo. Que el cartel diga “más pitufos y menos brunch” es una forma creativa de decir que queremos también lo nuestro, que todo no se debe de vender, todo no es mercantilizable. Sin embargo, estamos viendo declaraciones del sector que dicen que quien se manifiesta es turismófobo. Son ellos los que más están empleando este término.
¿Qué opinión le merece la tasa turística?
La tasa turística es un impuesto más en una economía de mercado. Hay partes del sector que dicen que les hacen recaudadores, pero ya son recaudadores con el IRPF de los trabajadores, y hay mecanismos para que eso sea más fácil. La tasa turística servirá según cómo se emplee el dinero. En Barcelona durante muchos años se ha empleado para hacer más promoción. A lo mejor esa no es la intención. Quizá debería ser para resolver conflictos, para tener canales de comunicación con la ciudadanía, para plantear mejoras, para demostrar el bienestar que puede traer el turismo.
El problema de Andalucía es que ese debate está muy enconado y hay un posicionamiento demasiado partidista. Lo que no hay es ningún estudio que diga que un destino ha perdido competitividad porque tenga una tasa turística.
¿Tiene un límite el crecimiento turístico de la ciudad? Y si lo tiene, ¿quién lo pone: explotará por saturación y hartazgo de los ciudadanos, lo pondrán las administraciones…?
Lo veo imprescindible. Hay que tener límites porque los fenómenos en el mercado disrumpen y tienen efectos negativos y hay que controlar esos efectos negativos en la medida de lo posible. Es imprescindible sobre todo para repensar hacia dónde queremos ir, en qué modelo queremos estar. Hay que intentar llegar a consensos mínimos, ya no al consenso, porque va a ser imposible, porque hay muchos intereses contrapuestos. En el límite hay un ensayo y error también. Para eso tengo que abrir canales de comunicación y plantear también otro tipo de política, sacrificar mi interés por un interés más consensuado. Y eso lo tienen que hacer los empresarios, las administraciones y los ciudadanos. Eso es complicado, pero es el único límite efectivo, porque el ecológico ya lo hemos sobrepasado. El límite económico tiene mucha más cancha. Y el límite social parece que está llegando.