Flor de Torres es una de las voces más autorizadas contra la violencia de género en España. Por su labor desde la Fiscalía Delegada contra la Violencia de Género en Andalucía, pero también porque es capaz de trasladar su experiencia profesional a un público generalista, ya sea en un instituto o desde un blog. Medalla de Oro de Andalucía en 2014, nos recibe en la Ciudad de la Justicia de Málaga, donde tiene su despacho, para hablar de violencia contra la mujer, empatía, techos de cristal y machismo cultural. Es también la ocasión de preguntarle qué se hace desde los estrados para combatir esta lacra.
¿Cuántas denuncias por violencia de género se presentan cada día en su despacho?
En Málaga, a diario, solemos pasar entre 12 y 14 asuntos, ya juicios rápidos, en un juzgado. Varía mucho, con aumentos puntuales por ejemplo en vacaciones o tras los fines de semana, que sube mucho. Esa media supera a los detenidos en un juzgado de guardia. Manejamos un caudal estadístico tremendo. Pero no me gustan mucho los números, me gustan más las personas y las historias. Cada asunto supone una tragedia familiar con actos de violencia de género, con menores como víctimas. Ese caudal humano tiene que manejarse por fiscales y fiscalas expertos en género para entender a una categoría de víctimas muy especiales en relación a las demás.
Las denuncias están creciendo. ¿Hay más violencia contra las mujeres?
Los datos no son absolutos. Hemos acabado la memoria de 2017. Hay una oscilación muy pequeña, pero estamos en cifras muy relativas porque no sabemos cuánta violencia hay detrás, cuánta se denuncia y cuánta no. Nos movemos en las cifras objetivas de lo que se denuncia, y que se denuncie más puede ser una estadística positiva. ¿Qué supone que los jóvenes denuncien más? Pues entiendo que hay una mayor intolerancia y que las menores no soportan esa violencia y denuncian. Eso es un paso magnífico hacia la intolerancia absoluta contra la violencia de género.
Precisamente el número de menores investigados por estos delitos se ha triplicado en los últimos nueve años. ¿Qué está pasando? el número de menores investigados por estos delitos se ha triplicado
No sabemos cuántas menores hace nueve años estaban sometidas a violencia de género. Sí sabemos que se está denunciando muchísimo. Hay una tipología muy característica, en relación a la manipulación de las redes sociales para el control de las víctimas: estamos asistiendo a una victimización de las menores a través de las redes sociales. Los menores entienden en muchos casos que las relaciones de pareja han de controlarse a través de las redes sociales. La inmediatez despliega instrumentos de control y por eso insisto mucho cuando voy a los institutos en que las redes sociales y los instrumentos telemáticos dejan huella, y si ese control es denunciado vamos a tener muchísimas pruebas para combatirlo. Hace tres años se modificó el Código Penal, se introdujo el delito del ciberacoso y tenemos mucha posibilidad de probarlo y llegar a sentencias condenatorias.
En esas charlas que usted hace en los colegios, ¿qué observa?
Noto mucho interés. En Andalucía se ha desarrollado la figura del coeducador o coeducadora, profesores que transmiten valores por la igualdad y contra la violencia de género. Me ha pasado que menores se han acercado tras la charla y me han contado cuestiones personales que estaban sufriendo. Esto sirve para visibilizar esa situación, para decirles que el amor no duele, que no es control sino otra cosa. Noto mucha atención cuando les digo que las redes sociales dejan huella y que las penas son graves y pueden producir perjuicios irreparables en una persona. Es una labor de cercanía que la Fiscalía debe hacer, salir más del despacho. La educación es la apuesta segura contra la violencia de género. Un pacto de Estado contra la violencia de género a lo mejor hay que acompañarlo de un pacto de Estado por la Educación, porque son elementos que tienen que comunicarse.
El Tribunal Supremo acaba de condenar a dos años y medio de cárcel a un tuitero por difundir mensajes de odio hacia las mujeres asesinadas. ¿Qué valoración hace de esta sentencia?difundir mensajes de odio hacia las mujeres asesinadas
Es magnífica y muy pionera. Es fruto de un recurso del Ministerio Fiscal porque no se estimó la agravante de uso de las redes sociales para cometer la apología de la violencia de género. Esta sentencia es un ejemplo de concienciación de que en redes sociales no todo vale. Todo lo que se dice en redes queda ahí y puede ser utilizado. Y hay un artículo, el 510 [del Código Penal], que habla de la apología de la violencia de género. Los tuits que se describían en los hechos probados han servido de base para fundamentar las sentencia.
El mal uso de redes sociales entra de lleno en el debate sobre la libertad de expresión.
Siempre se ha primado la libertad de expresión, pero tiene un límite: constituir un delito y afrentar a otros bienes fundamentales. Cuando hablamos de violencia de género hablamos del derecho a la vida y a cada derecho fundamental que tiene una mujer por el hecho de serlo: cuando se atenta contra una mujer en el ámbito de la violencia de género se atenta a su honor, a su dignidad, a su libertad, a su seguridad… Hay muchos derechos fundamentales que confluyen frente a ese derecho fundamental de la libertad de expresión, con toda la amplitud que queramos darle. Y más en el contexto social en que se está desenvolviendo la violencia de género, que no sólo es una cuestión de Estado sino un problema social acuciante, de los más grandes que tiene nuestro país.
La violencia contra las mujeres tiene su caldo cultivo en el machismo. ¿Qué puede hacer un ciudadano de a pie para acabar con ciertas situaciones de tolerancia?
Es un problema endémico, que se arrastra casi desde los comienzos de la Humanidad. Está impregnado en la sociedad, en tangos que hablan de la sumisión de la mujer, en boleros, en novelas, óperas… Está enquistado en la construcción cultural de la sociedad. ¿Qué podemos hacer? Ser irreverentes o críticos con esas construcciones históricas y deconstruir esa historia con actos que fomenten la igualdad. Es muy complicado, pero el simple hecho de agendar la igualdad en los actos que cada uno hagamos en casa servirá para deconstruir. Pero lo más importante y lo que no va a fallar es educar a los y las menores, sobre todo en nuestras casas. No ser tolerantes nunca con cualquier acto de desigualdad y fomentar el amor por la igualdad.
¿Y qué hacemos con esos boleros, con los tangos y con todas esas construcciones culturales?
Ser críticos con ellos, y construir visiones alternativas de lo que nos han enseñado. Es que casi nos lo han tatuado… Pongamos el ejemplo de Gilda: llevó al súmmum el mito erótico de la mujer, quitándose un guante, y llega Glenn Ford y la abofetea. En esa construcción, si la trasladamos al momento actual, estoy viendo un delito de violencia de género del artículo 153 [del Código Penal]. Hemos avanzado muchísimo y no debemos dar por sentado construcciones obsoletas y que rozan la categoría del delito. Tal vez esa construcción se alabó en su momento pero en la actualidad debe ser intolerable. Cada año 60 mujeres son asesinadas. Empieza en acciones como esta, de posesión, de control, de acoso… A partir de ahí derivan a situaciones tan intolerables como los asesinatos de mujeres.
Un gag como el que en su día hicieron Martes y Trece, aquello de “mi marido me pega”, ¿sería delito hoy?
Volvamos a la sentencia que hemos comentado: si se hace apología y se establece como ejemplo, estaríamos ante un posible delito.
Un informe reciente de Aurora Genovés establece que el 79% de los homicidios machistas son premeditados… (y hasta el 91% con alevosía). ¿Qué quiere decir esto?informe reciente de Aurora Genovés
Es un magnífico estudio sobre diez años de asesinatos en Andalucía. Ha hecho un barrido de todas las sentencias condenatorias, y demuestra que la violencia de género no es un hecho fortuito, casuístico o, como a veces los medios muestran con informaciones en las que un vecino dice “era una excelente persona”. No. El delito de violencia de género tiene una construcción que no está al nivel del vecino, sino que es una construcción interna del maltratador con su pareja: desde la cosificación de la mujer hasta la extenuación de la misma cuando no pueden ejercer la propiedad sobre ella. Está construido con una cobardía tan soez que la mayoría se cometen con alevosía, con ataque sorpresivo, asegurando el resultado de la acción. El Tribunal Supremo ha acuñado la alevosía convivencial o de género: el desvalimiento que puede tener una víctima confiada en que no le va a hacer nada, y eso es aprovechado por el maltratador. Los casos que yo veo de violencia de género con resultado de género convive la alevosía en casi todos ellos. El maltratador asegura su acción.
Hay muchas mujeres que, llegado el juicio, se acogen al artículo 416 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal para no declarar contra su pareja. ¿Cómo se conjuga ese artículo con el hecho de que el delito de violencia de género sea un delito público?
Yo llevé esos argumentos al Congreso y al Senado en el marco del Pacto de Estado. Expliqué a sus señorías la difícil convivencia de una ley avanzada, como la integral, a la que miran muchos países, con ese artículo 416 que permite a una víctima no declarar contra su maltratador. Ese artículo se incluyó en la ley en el siglo XIX y se mantiene tal cual. Pretende que persistan los vínculos de solidaridad que deben existir en las relaciones familiares. Nosotros podemos dar asistencia y tutela a víctimas de violencia de género, pero si no han roto esa dependencia con el maltratador sin duda van a concurrir al juicio y renunciar al ejercicio de sus acciones. El Ministerio Fiscal puede continuar, pero si la víctima no habla difícilmente tendremos la prueba del delito.
¿Qué supone esto?
No tenemos datos estadísticos fidedignos, pero podemos convivir con un 60% de asuntos sobreseídos o absueltos por el uso torticero de este artículo por los maltratadores, culpabilizando a las víctimas haciéndoles responsables de lo que les va a ocurrir. Una víctima de violencia de género soporta ese extra de carga emocional y acaba renunciando. Es imposible convivir con eso. Se nos pone a los juristas el peso de acabar con la violencia de género, y no va a acabar en los juzgados. Estamos condenando y muy severamente a los maltratadores, pero… La violencia de género se acabará en dos fases: con la educación y con la rehabilitación del maltratador, que es otro fracaso de ahora mismo. Los maltratadores no sólo no se están rehabilitando, sino que están reincidiendo. Eso es un fracaso.
¿Son efectivas las órdenes de alejamiento?
Son efectivas… En la medida en que el maltratador las cumpla, porque a veces dejamos a la voluntad del maltratador que cumpla la orden o que manipule a la víctima para convivir con él. Cuando no son efectivas sí podemos agravar la situación personal del maltratador, e implantar los dispositivos de pulseras, y si está reincidiendo en no cumplir el alejamiento y existe una situación objetiva de riesgo, lo que tenemos que hacer es que ingrese en prisión. Hay un protocolo para valorar el cumplimiento. Los juzgados de violencia de género hemos asumido las competencias de los quebrantamientos de esas medidas y se han colapsado los juzgados, porque hay muchísimos. Un 40 o 50% de los asuntos que ingresan en los juzgados de violencia son quebrantamientos de medidas o condenas.
Esos casos generan mucha alarma social.
Claro. Y son un fracaso judicial o social, porque no hemos podido dar tutela a la víctima. Pero tampoco tenemos que ser alarmistas. De todos los casos de asesinatos de violencia de género, no llegó al 15% los que habían incumplido medidas. Todos los demás eran casos que no se habían denunciado. El mejor mensaje que podemos dar a una víctima es que hay que denunciar: es la única forma que tenemos de protegerla.
¿La proyección mediática del problema ayuda a concienciar a la ciudadanía? En su día se discutió el efecto imitación…
Si se hace bien ayuda a concienciar. El efecto imitación esconde el problema: no es que se imite, sino que el problema está ahí. Un maltratador no mata a la mujer inmediatamente, sino que tiene un proceso de construcción de pareja asimétrica y victimización. De un día para otro un maltratador no hace ese proceso.
La ley contra la violencia de género se aprobó en 2004. La última revisión es de hace tres años. 14 años después, ¿es suficiente? ¿Qué falta?
No podemos mantener a los menores como víctimas de segunda categoría de la violencia de género. Son víctimas directas y hay que profundizar en ese concepto. La violencia de género, cuando los testigos son los hijos, les va a producir efectos psicológicos y físicos cuando se les agrede. También hay que profundizar en la rehabilitación de los maltratadores, que es un fracaso de la ley integral. Hay que tomarse muy en serio la rehabilitación porque nos lo exige la Constitución y nos lo exige la sociedad. No podemos condenar a los maltratadores y que reincidan sobre sus parejas o sobre otras parejas. Se está condenando, pero los mismos maltratadores están fomentando nuevas formas de conducta.