La historia de Juan González, el recluta forzoso que acabó por error en el Valle de los Caídos
Juan González sólo tenía su nombre cuando murió en un hospital de Jerez. Había ido a parar allí porque una bala rebotada le había dado lo suficiente como para matarlo poco a poco y no de golpe. Pero si Juan González murió en Jerez sólo con su nombre, fue también por unos papeles de matrimonio que no aparecieron y porque el ejército franquista lo reclutó a la fuerza.
Todo esto explica también por qué sus restos acabaron, sin saberlo su familia, en el Valle de los Caídos. Los familiares lo buscaron durante años para darle sepultura junto a su mujer, María, y cuando lo encontraron el abad se resistió a devolvérselo. Finalmente lograron que la justicia reconozca su derecho. Es una de las tres familias que pretende, sentencia en mano, que los restos de sus seres queridos sean exhumados y reposen donde ellas quieran, que en el caso de Juan es junto a María.
La muerte de Juan es la historia de fatalidades trágicas. Juan González era un agricultor de Arriate (Málaga) que, a diferencia de sus hermanos republicanos, no tenía demasiadas inquietudes políticas. Cuenta su nieto Juan José, que ahora vive en Cuenca, que cuando empezó la guerra decidió quedarse con la mujer con quien se acababa de casar, y que al poco se había quedado embarazada. No quería líos.
El problema es que el ejército golpista alistaba reclutas forzosos a medida que tomaba territorios. Hasta 1,2 millones de jóvenes se vieron obligados a luchar del lado de los sublevados, según los cálculos del historiador James Matthews en Soldados a la fuerza. Reclutamiento obligatorio durante la Guerra Civil, 1936-1939 (Alianza Editorial, 2013). Así que cuando el Ejército del Sur de Queipo de Llano tomó la provincia de Málaga, en febrero de 1937, Juan y otros muchos jóvenes “en edad de combatir” fueron reclutados.
Lo que Juan no podía esperar es que un error le enviase al frente, en lugar de a retaguardia. Que Juan se había casado con María lo sabía todo el pueblo, pero no había papel que lo demostrase porque en las revueltas se había quemado parte de la Iglesia y los registros. No se sabe si los reclutadores fueron conscientes de aquello, pero está claro que era un error que les convenía mucho: siendo soltero, Juan podía ser enviado al frente a matar y a ser matado. Así que Juan fue a parar al frente de Córdoba, donde recibió un balazo. Una meningitis en el hospital donde fue ingresado acabó con su vida el 1 de agosto de 1938.
“Supuestamente fue enterrado en Jerez, pero no sabíamos dónde. No hubo una tumba a la que le pudiera llevar flores”, explica su nieto. María guardó el duelo hasta que falleció, en 1991. La mujer no cobró pensión de viudedad hasta los años 80.
En esta historia hay una elipsis. Durante 75 años María, su hija única Francisca y sus cinco nietos no supieron dónde había ido a parar el cuerpo de Juan.
Trasladado sin permiso al Valle de los Caídos
El paréntesis acaba hace tres años. “Mi madre estaba más nerviosa porque pensaba que iba a morirse ella y no iba a estar mi abuelo enterrado dignamente con mi abuela”, relata Juan José. Así que otra de las nietas busca de nuevo en Jerez, y en esta ocasión topa con un archivero que indaga y logra encontrar el registro de Juan, fallecido como soltero y gaditano cuando era casado y malagueño. En el acta de defunción se consigna el hospital como dirección. Así que con tantos errores ya podían buscarlo mil veces: Juan sólo tenía su nombre cuando murió.
A partir de ahí, seguir el hilo fue sencillo. Se había decidido que los restos de Juan debían hacer compañía al dictador en el Valle de los Caídos, según consta en el registro de enterramientos en una anotación del 4 de marzo de 1959. El cuerpo de Juan, desaparecido para su familia, había sido mercadeado sin pudor para rendir gloria a Franco. “Se llevaron los cadáveres de la gente que estaba más o menos localizada y que a ellos les apeteció, porque no se llevaron los cadáveres de todo el mundo, solamente los que estaban bien enterrados. Se lo llevaron de Jerez, sin nosotros saberlo y sin pedir permiso a nadie”, cuenta Juan José.
En esas fechas se conoce también el caso de la familia Lapeña, que logra que la justicia declare su derecho a que los restos de dos fusilados sean exhumados y reciban “digna sepultura”. “Leí la noticia, me quedé con la boca abierta y dije: ”Nosotros también“”.
La familia de Juan González es una de las tres que, representadas por el abogado Eduardo Ranz, ha logrado que se le reconozca el derecho a recuperar los restos de sus seres queridos, pese a las trabas del prior del Valle de los Caídos para que accedan a los restos de familiares “nuestros, que no son suyos”. “Se creen que siguen siendo los dueños. Puede defender lo suyo, pero una vez que hay una ley tienes que obedecerla, sobre todo si hay una sentencia firme. En cualquier país con un estado de derecho es algo que todo el mundo comprende”, lamenta Juan José.
Ni siquiera las sentencias han zanjado el asunto. Este martes, Patrimonio volvió a arrojar un jarro de agua fría anticipando las dificultades técnicas y jurídicas de la identificación de los restos. “Supongo que el Estado lo puede hacer, pero no creo que haya mucha voluntad. Y supongo que la tecnología tiene ciertos límites cuando el material está muy degradado”, comenta el nieto, que confía en que los restos de su abuelo estén bien conservados: “Dio la casualidad de que se lo llevó el bando que ganó, y creo que habrán tenido algo más de decencia a la hora de tratar esos restos, pero no puedo asegurar nada”.
Fallecido su marido, María guardó luto hasta que murió, en 1991. “Lo estuvo llorando toda la vida, porque no se volvió a casar nunca. Yo solamente la he conocido de luto. Siempre de negro”, recuerda su nieto. No hay ni una sola foto de Juan y María con Francisca, la madre de Juan José. “Por un lado está la fotografía de mi abuela, y por otro, la de mi abuelo con mi madre en el centro”. Han juntado esas dos fotos para hacer un montaje donde aparezcan los tres.
Dice Juan José que sólo se trata de tener a los familiares en su sitio, donde cada familia crea que deben estar. “Esto no tiene que ver con la política; tiene que ver con que a mi madre le hace ilusión que mi abuelo esté enterrado con mi abuela, que es lo que ella quería, que se tiró toda la vida buscándolo para que cuando ella se muriera estuviera allí enterrado con ella”.