MEMORIA HISTÓRICA

Cómo dos malagueños acabaron en el campo de Mauthausen: la segunda diáspora de los huidos de La Desbandá

Néstor Cenizo

30 de octubre de 2022 20:20 h

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Es difícil cuantificar el horror 80 años después, si es que algo así puede hacerse. Por eso, sigue siendo objeto de debate cuántas decenas de miles de personas huyeron de las tropas franquistas por la carretera Málaga-Almería o cuantas miles murieron, sometidas al bombardeo de los cazas y los cruceros franquistas (Baleares, Canarias, Almirante Cervera) desde el aire y el mar, pero hay pocas dudas de las tragedias personales que ocultan las cifras. El destino, primero, fue Almería, adonde fueron llegando familias muchas veces rotas en la estampida, a partir de la segunda semana de febrero de 1937. De ahí, algunas regresaron, y muchas otras volvieron a empaquetar lo poco que les quedaba (si les quedaba algo) para seguir su camino hacia Valencia o Barcelona.

Para muchos, no terminaría ahí su huida: al cabo de dos años, atravesarían penosamente la frontera de Francia, y allí acabaron recluidos en campos de concentración insalubres, establos, plazas de toros o campos de trabajo. Y en algún caso, siendo trasladados al campo de exterminio nazi de Mauthausen, donde murieron.

“Muchos hablaban de una ”segunda juía“ en las cartas que enviaban desde Cataluña”, explica el historiador almeriense Juan Francisco Colomina, que lleva más de una década siguiendo la pista de estos exiliados. En 2017 publicó La Desbandá de Málaga en la provincia de Almería, con Eusebio Rodríguez, y ahora rastrea el periplo de los malagueños que, partiendo de La Desbandá, tocaron el fondo del horror en los campos de exterminio de la Alemania nazi. Tiene la certeza de dos casos y la sospecha en otros cuatro, que está intentando reconstruir.

Colomina participó el pasado fin de semana en el I Congreso Internacional La Desbandá, celebrado en Mollina (Málaga), en una mesa titulada Después de Almería, la diáspora. Movimientos y destinos de la población refugiada en Europa, África y América. Semanas antes había estado en Málaga para una conferencia sobre el exilio malagueño. Al final de esa conferencia, una mujer tomó la palabra para confirmar con un relato personal que su padre, militar, pasó por el campo de Argelès-Sur-Mer, y que ella y su familia huyeron a Almería. Dos niños se perdieron por el camino. “Los encontramos con una chica del Socorro Rojo”, recordó con genuina emoción.

Los bombardeos, en los documentos de los golpistas

“En los trenes de Almería a Cataluña y Levante se pierden muchas historias que luego se encuentran en Francia”, resume Colomina, mientras recorre las salas de la exposición “La Desbandá, 1937. De Málaga a los Pirineos”, que él mismo comisaria, en la sede malagueña de la Fundación Unicaja. La muestra, que podrá verse en Almería desde el 20 de noviembre, contiene documentos oficiales de los sublevados que constatan lo que ya gritaba la memoria de las víctimas: desde el aeródromo de Tablada se confirma que se había bombardeado a vehículos y “gente a pie huyendo” entre Vélez-Málaga y Torrox. Y el cuaderno de bitácora del Baleares, proveniente del Archivo de la Marina, contiene múltiples referencias al bombardeo de “tropas y gente huyendo”.

La Desbandá, como sería conocida luego (o la juía), abrió portadas internacionales y quedó reflejada en textos de autores diversos: Sir Peter Chalmers, Gamel Woolsey, Arthur Koestler, André Malraux o el diplomático Edward Norton fueron testigos de excepción de cómo miles de personas huían con lo puesto a pie, en burro o en carretas, en dirección Almería. “La Desbandá tuvo tanta repercusión internacional como Guernica”, asevera Colomina. “Pero en España se oculta, porque su difusión no convenía a nadie, y después se silencia”. “Yo mismo no supe que mi abuela huyó desde Cádiz a Almería hasta que empecé a preparar esta investigación”, dice.  

De un día para otro, unas 150.000 (según las estimaciones más fiables) llegaron a la ciudad. “Hay un testimonio que dice que han dejado de contar porque no queda papel”, apunta Colomina. El Gobierno Civil los repartió por los barrios, hasta que la República decide facilitar su transporte a Valencia y Cataluña, donde con el paso de los meses y el avance de los golpistas acaba acumulándose una gran bolsa de refugiados.

Un “peligro sanitario” en Francia

Medio millón de españoles acabarían cruzando la frontera francesa. Al principio, mujeres y niños. Después, también los hombres, muchos de ellos militares. La acogida en Francia fue difícil y, por norma general, muy mala. Se les llama piojosos, matamoscas… “Refugiés et indésirables”, titula algún periódico. Se trataba de identificar a los refugiados como un peligro interno y aliados de Stalin, a su vez enemigo de Francia. Al principio, se veta la entrada de militares, y se envía a las familias al interior. Finalmente se abre la frontera para todos: entran 200.000 en seis días: se les desarma, clasifica y envía a campos de concentración. El ministro de Sanidad dice que constituyen un “peligro sanitario”.

Sus condiciones son penosas. El campo de Argelès sur Mer es simbólico: hasta 27.000 personas hacinadas, custodiadas por la Guardia Senegalesa y rodeadas por kilómetros de alambrada en la playa sin nada para protegerse del viento, la lluvia y el frío. Con el paso de las semanas, lograron hacerse con cañas y madera para cubrirse con techos precarios. “Los periódicos franceses cuentan que no se había visto nada similar, e incluso se organizan visitas como si aquello fuera un circo turístico, hasta que Cruz Roja denuncia la situación y las autoridades ponen chapas de metal”, explica Colomina.

El singular caso malagueño: la segunda Desbandá

El historiador tiene constatados 32.000 exiliados andaluces en Francia, y Málaga es la séptima provincia española que mayor número aporta. “Nos llamó la atención que una provincia del sur salga tan masivamente por los Pirineos y que en torno al 40% fueran civiles”. Así que se preguntaron por qué.

Cruzando los datos de miles de documentos (policiales, de los campos de concentración, de compañías de trabajo o afiliaciones), vieron que muchos nombres coincidían. “Cruzamos esas fichas con expedientes de la represión, como las condenas en ausencia: ”Huido rojo en Francia“. La certeza llega con las cartas de quienes estaban en los campos de concentración, que quieren salir a México y cuentan su vida. Ahí algunos dicen que han salido de Málaga”.

Colomina tiene la seguridad de que al menos 1.200 personas que huyeron de Málaga en La Desbandá cruzaron la frontera francesa. Son mujeres, ancianos y niños que llegan a Francia con seis o siete años, y que son derivados al interior del Hexágono. Malagueños que protagonizaron una segunda Desbandá. En los campos de concentración acaban otros 8000, la mayoría militares o milicianos, pero en torno al 20% civiles. Algunos de ellos, por edad, eran niños en 1937, de modo que muy probablemente también participaran en La Desbandá.

A partir de un minucioso trabajo ficha a ficha, Colomina identificó casos como el de una abuela de 78 años, malagueña, que inició La Desbandá junto con cuatro hijas y 17 nietos. De ellos, cuatro desaparecen en el primer tramo, dos hijas fallecen, otra se queda en Almería y la cuarta llega con ella a Barcelona, donde una bomba acaba con su vida. En 1939, la mujer sale con cuatro nietos en dirección a Francia, pero a uno es separado en la frontera y acaba deportado en Mauthausen. “No sé qué pasa con los otros tres”, dice el historiador, que dio con el nieto menor en 2018. Escuchar aquella historia fue un trago amargo.

Mauthausen, el horror

El tercer tramo de su periplo tampoco será fácil. De los campos de concentración saldrán en barco, en dirección a México, al menos 14. De los exiliados en México, al menos siete habían salido de Málaga a pie. Es el caso de Elena Castillo (de Álora) o de Francisco Alcántara (Vélez-Málaga). Otros tendrán menos suerte: al menos 152 malagueños murieron en un campo de exterminio nazi, la mayoría militares. Pero hay una docena que, por edad, no podían serlo: dos mueren murieron muy pronto en Mauthausen. Sigue siendo un misterio qué les ocurrió entre 1939 y 1943 para que acabaran en un campo de exterminio.

En otros cuatro casos, Colomina tiene la sospecha de que también habían comenzado su andadura en Málaga en 1937. En los años 50, la asociación de excombatientes de la Segunda Guerra Mundial se puso en contacto con el Gobierno franquista para gestionar las indemnizaciones a las víctimas de los campos de exterminio. En esos documentos aparecen los nombres de las viudas. “Estoy intentando reconstruir su camino a partir de las indemnizaciones a las víctimas en los campos de exterminio”, explica el investigador.

Mientras se debate sobre la cifra de huidos, la tragedia está en cada una de las historias personales que contiene la cifra: en la huida de Juan Lahoz Gil, que salió de Torrox el 9 de febrero, “ya demasiado tarde”, con su padre enfermo con fiebres de Malta a lomos de un par de borricos. De allí lo bajaron en Calaceite: “Del mismo burro cogieron un trozo de cuerda y le ataron las manos, se lo llevaron y en el mismo cementerio lo fusilaron y ya no lo vimos más”. O en la de Cristóbal Criado, que en mitad del bombardeo de los aviones consiguió reencontrarse con su hermana pequeña. O en la de Adolfo Sánchez o la de María Villanueva. Sus testimonios se han ido conociendo con el paso de las décadas, porque durante mucho tiempo se silenciaron. De las historias de los que nunca regresaron se sabe menos aún.

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