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Sueltan las últimas tortugas del excepcional anidamiento del pasado verano en la Costa del Sol

Néstor Cenizo

3 de octubre de 2021 21:55 h

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Decididas en busca de las olas, aunque por momentos el mar las devolviera a la orilla, 39 tortugas conocieron el Mediterráneo por primera vez este viernes. Son las últimas que quedaban en tierra de la excepcional puesta ocurrida en la noche del 3 al 4 de agosto de 2020 en una playa ligeramente más al oeste, en Los Boliches (Fuengirola). Aquella noche, una tortuga boba (caretta caretta) eligió una turística playa de la Costa del Sol para desovar. De los 72 huevos que puso, sobrevivieron 60. Todas menos seis han acabado en el mar.

Aquello fue un acontecimiento, porque no había precedentes registrados de un anidamiento de tortuga boba en un punto tan occidental del Mar de Alborán. Los expertos lo achacan a un proceso de colonización de nuevas zonas del Mediterráneo, probablemente vinculado al calentamiento de sus aguas. Durante cincuenta días de aquel verano, decenas de voluntarios se turnaron para garantizar la seguridad del nido (trasladado de Los Boliches a Cabopino, en Marbella, por las mejores condiciones de la playa) hasta que nacieran. Luego, otras tomaron el relevo: en el año que siguió, han sido las especialistas del Acuario de Sevilla y del CEGMA de Algeciras quienes han cuidado de ellas. Hasta este fin de semana.

Un año después de emerger de su cascarón en la playa de Cabopino, las 39 surcan ya el mar, su único hábitat natural, en el que deberán desenvolverse a partir de ahora sin más defensa que su caparazón y su pericia para evitar los depredadores. “Tenemos sentimientos encontrados: por un lado, creemos que hemos hecho una buena labor, pero las echaremos de menos”, explicaba Susana Montero, directora de Educación del Acuario de Sevilla.

Todas tienen un microchip subcutáneo que permitirá identificarlas si alguna de ellas regresa, viva o muerta, a la orilla. Cinco llevan adherido, además, un geolocalizador con una antena. El objetivo del Ministerio de Transición Ecológica es monitorizar sus movimientos en los próximos meses y verificar, en concreto, si cruzan el Estrecho hacia el Atlántico o siguen en el Mediterráneo, como es previsible.

Un crecimiento tutelado para superar el primer año

Durante este año las tortugas han crecido y engordado hasta pesar aproximadamente un kilo. “Se han puesto fuertes”, resume Carolina Fernández, veterinaria del Centro de Gestión del Medio Marino Andaluz (CEGMA) de Algeciras, donde han tutelado el crecimiento de la mayoría. Las han alimentado de papillas de mejillón, pescado y microalgas hasta hace pocos meses, cuando empezaron a darles pescados para que los reconozcan en el mar; han pasado reconocimientos regulares de boca y aletas, en un agua con temperatura y calidad óptimas, y bajo luz ultravioleta, porque cuando son pequeñas pasan mucho tiempo soleándose; han aprendido a nadar y a bucear sin enemigos a la vista.

“Ahora les llega el momento de enfrentarse a depredadores, pero van a sobrevivir muchas más, porque hemos evitado los riesgos de la eclosión y los primeros meses”, confía Susana Moreno. Este año les ha permitido superar la primera gran criba. De no mediar ayuda, es probable que ya ninguna de las que eclosionaron la noche del 3 de agosto de 2020 estuviese viva. Se calcula que, en condiciones naturales, solo una de cada mil llega a los 20 años, su edad adulta. Es pronto para saber cuántas de las tortugas malagueñas lo harán, pero de momento han superado el periodo más crítico de su vida en un entorno controlado, a salvo de depredadores que en el mar habrían aprovechado la ternura de su caparazón para darse un festín.

Fernández cuenta el caso de una de ellas: no eclosionó de forma natural, fue rescatada del nido y luego tenía problemas para comer. “Ha requerido muchos mimos”, pero tanto esta como otras dos “rescatadas” han sobrevivido. “Que ahora haya pegado el estirón, dejando atrás a otras, se vea tan fuerte, te emociona”.

Las amenazas humanas

Las tortugas se enfrentarán ahora a amenazas naturales, pero también humanas. “Vemos cómo ha aumentado en los últimos diez años el impacto de las basuras sobre las tortugas: a nivel digestivo, ingieren la basura, y a nivel externo se quedan enmalladas y tenemos que amputarles las aletas”, lamenta Fernández. El enmallamiento es la primera causa de origen humano de ingreso en el CEGMA.

De ahí, el valor de la suelta como acto educativo. En la suelta participaron jóvenes de cuatro clases de primero de ESO del IES Las Dunas de Las Chapas. “A esa edad es cuando más absorben los procesos ecológicos complejos. Se trata de que la impresión produzca una concienciación. Los chavales aprenden las causas de un comportamiento tan extraño”, explica Ángel Rodríguez, del Programa Educativo Aldea de la Delegación de Desarrollo Sostenible.

También soltaron algunas tortugas voluntarios de la Asociación Pro Dunas. Más de doscientos se turnaron el año pasado para la custodia del nido. Se inscribieron, recibieron el marchamo oficial y cumplieron la vigilancia 24 horas al día, en cualquier condición. “La Junta de Andalucía era reacia a confiar en una asociación para la custodia, pero salió muy bien”, rememora hoy Susanne Stamm, presidenta de la asociación naturalista. “Alguna vez tuvimos que poner sacos para proteger el nido de la subida de la marea”, cuenta Bárbara Dupont, una de aquellas voluntarias, que se declara “fan” de las tortugas. Recuerda con emoción la eclosión nocturna, a la que acudió rápidamente desde casa. “Se veían los surcos en la arena, porque al romperse los huevos se mueve”.

El despliegue en la playa de Cabopino y alrededores es digno de un gran evento. Agentes de medio ambiente, Protección Civil, voluntarios, técnicos y socorristas participan en la suelta. Domina la alegría, pero también flota en el ambiente un sentimiento de nido vacío entre quienes han ayudado a estas pequeñas tortugas desde que su madre, puede que ligeramente extraviada, eligiera una playa turística de Fuengirola para desovar. Puede que algún día vuelvan a encontrarse con alguna. Las tortugas marinas tienen “filopatría natal”: cuando alcanzan la edad de puesta, reconocen la playa donde nacieron y vuelven a ella para desovar. Para comprobarlo deberán pasar, al menos, otros veinte años.