“Vuelve Tívoli”: un documental recupera la memoria del parque de atracciones que marcó a una generación de andaluces
La cinta, que se estrena esta semana, relata la historia del enclave a través de vídeos caseros y testimonios de sus trabajadores, hoy víctimas del enfrentamiento judicial entre sus últimos propietarios
Hay un hilo que une la infancia de miles de andaluces y tiene como nudo central “un lugar en la Costa del Sol”. “Allí le espera Tívoli”, decía el eslogan de aquel lugar que durante años significó todo lo que podía anhelar un niño malagueño o una niña cordobesa cuando llegaba el momento de la estampida escolar. Y en una colina de Arroyo de la Miel (Benalmádena, Málaga) siguen todavía hoy su Ratón Vacilón, el Pasaje del Terror (inaugurado por Anthony Perkins) o sus coches de época. También una camada de pavos reales. Si sobreviven, y si las atracciones no han sucumbido al polvo y al pillaje, es porque un puñado de trabajadores llevan cuatro años pasando los días y las noches en el parque abandonado para evitar que ocurra.
Tívoli es un lugar marcado a fuego en la memoria colectiva de muchos de quienes fueron niños y niñas en la Andalucía de los 70, 80 y 90. Sobre todo, de quienes vivían en Málaga, que marcaban en rojo la excursión del colegio o taladraban la paciencia de padres y madres cada fin de semana. Pero también, de miles de cordobeses que inundan cada verano la Costa del Sol, hasta el punto de convertir a Los Boliches (en Fuengirola) en la pequeña Córdoba. O de cualquier bañista que se merendaba con la avioneta de propaganda o el soniquete percutor de la melodía promocional: “Un lugar en el que usted podrá soñar, solo lo tiene en Tívoliiiiiiii; musas y grandes atracciones le esperarán en Tívoliiiii”.
A todos ellos apela ahora una película documental dirigida por dos periodistas, Sergio Rodrigo y Lucía Muñoz (malagueño y cordobesa) que saben que aquí manejan el material sensible: la nostalgia. En los carteles que han colocado en puntos estratégicos de Málaga se leía “Vuelve Tívoli”, y un código QR que llevaba a información sobre la película.
Su origen también tiene que ver con la memoria. Rebuscando en la casa familiar, Rodrigo se topó con el vídeo de un cumpleaños en Tívoli. Después, Muñoz recordó las historias que su madre le contaba de viajes en autobús desde Córdoba para pasar el día en aquel lugar. Pensaron que en muchos hogares andaluces habría material similar, e hicieron un llamamiento. Y a ese material, recopilado durante dos años, le dieron forma con mimo.
El resultado es una cinta que ahonda en temas universales (la infancia, el recuerdo, la identidad), pero pisa el suelo de lo tangible: la precaria situación de trabajadores que sostienen a pulso el parque, cerrado desde septiembre de 2020 por el desacuerdo de sus dos últimos propietarios. “Lo que querríamos es poder quitar esa ”a“ y decir ”Vuelve Tívoli“, dice Rodrigo.
Tras su preestreno en el festival de Cine de Málaga y en un pase espacial en Benalmádena (con localidades agotadas en ambas fechas), ahora se proyectará durante del 21 al 27 de julio en la sala grande del Cine Albéniz, los días 1 y 2 de julio en CineSur Miramar (Fuengirola) y CineSur El Ingenio (Velez-Málaga), y el día 4 de julio en Córdoba, en CineSur El Tablero. Luego podrá verse en Canal Sur, que ha participado en la producción.
Auge y declive de Tívoli
El documental sirve para repasar la historia del parque, inaugurado en 1972 por un grupo de inversores daneses que quisieron crear un parque de atracciones a imagen y semejanza del Tívoli de Copenhague.
A partir de 1975 Tívoli despegó y durante años fue un cohete. Mucho tuvo que ver, al menos inicialmente, la llegada de la democracia, recuerda Miguel Ríos en el documental. Allí dio él su primer concierto de la histórica gira Rock’n Ríos. Hubo una época en la que desfilar por su teatro era adquirir el sello de artista grande: Montserrat Caballé, Raphael, Rafaella Carrá, James Brown, Demis Russos y, por supuesto, las grandes coplistas de España, con Rocío Jurado o Isabel Pantoja a la cabeza.
La otra pata eran las atracciones. La imponente noria, el Barco Misterioso, el poblado del Oeste… Y un sello para tenerlas todas, el Supertivolino, una calcomanía que cada día cambiaba de color para evitar (o limitar) la pillería.
Durante más de dos décadas, y hasta mediados de los 90, Tívoli vivió su esplendor. Entonces empezó un lento declive, al que algunos vieron fin cuando en 2004 apareció alguien con formas y discurso de mesías. En el documental, Rafael Gómez, Sandokán asegura que compró el parque “no por el dinero”, sino porque “le hacía pasarlo bien a muchas familias”, entre ellas la suya. “Lo compra por poner una pica en Flandes y también por amor a Tívoli”, remata Alfonso Alba, periodista de Cordópolis, que conoce bien al personaje.
Un conflicto entre grupos inmobiliarios con los trabajadores como damnificados
La detonación de la segunda fase de la Operación Malaya (en 2007), en la que Gómez acabó siendo condenado a cinco años cárcel y una multa de 111 millones, dio al traste con todo. Abrumado por las deudas con proveedores y con Hacienda (durante años fue el mayor deudor tributario de España), Gómez empieza a vender. Y llega a un acuerdo extraño con el grupo inmobiliario Tremón. Vende Tívoli y otros activos, pero durante años sigue al frente del parque.
Aquello no podía acabar bien, y comienza entonces un largo proceso judicial en el que Tremon, cuyo interés es inmobiliario, reclama a Gómez que le entregue Tívoli, y Gómez se niega porque, según dice, no ha visto “ni una peseta” de aquel acuerdo. Por ahora, gana Tremon, pero la última pirueta jurídica es una demanda del empresario cordobés contra el grupo por el supuesto impago, con la que aspira al dinero o, si no, a recuperar el parque. Quedó vista para sentencia hace una semana.
En medio, los trabajadores han estado atados durante años a un trabajo por el que no cobraban. Unos 85 en total, 27 de ellos fijos, arrastrados por el tira y afloja de dos especuladores inmobiliarios. Algunos aguantaron con la ayuda de la familia; otros han vendido joyas familiares para subsistir; otros acabaron por marcharse. En los últimos años han protagonizado manifestaciones y han tocado todas las puertas posibles. Este medio ha dado cuenta de su difícil situación en estos años.
En febrero de 2024 decidieron no recurrir más la sentencia que cerraba la puerta a su subrogación como trabajadores de Tremón y extinguía sus contratos. Y a pesar de eso, una decena larga de ellos sigue turnándose para que las 24 horas del día y 365 días al año haya alguien vigilando Tívoli.
Todos los días a las 12 sacan una pancarta con la que recuerdan el día y el tiempo que llevan sin cobrar.
“Después de 30 años es imposible no sentirte ligado al sitio donde has trabajado tanto tiempo”
“Todos los malagueños hemos perdido un espacio de ocio y divertimento, y decenas de familias han perdido su fuente de ingresos”, explica en el documental Alfonso Cerezo Medina, profesor de Turismo de la Universidad de Málaga. Él es un “niño tívoli”, hijo del encargado de mantener las fuentes y de la mujer que cosía las lonas a las avionetas publicitarias. “Y una de las espinitas que tengo es que no he podido llevar a mis hijos a Tívoli”.
Como sus padres, decenas de trabajadores han pasado allí décadas de vida. A Juan Carmona le encargaron en 1988 revisar el estado de la maquinaria del tren, hasta hoy. Beli Nieto, más de 30 años. Juan Ramón Delgado fue trabajador durante 46 años. Hoy, ya jubilado, va cada mañana.
“No nos vamos a engañar, hay días que te vienes abajo”, admite Juan Carmona, en conversación con este medio. Ha dormido muchas noches al raso para evitar la vandalización del parque. Ahora tienen cámaras en los puntos débiles. Sabe que muchos ya habrían tirado la toalla, pero no es su caso. “Lo más sencillo sería decir ”el problema no es mío, recojo y me voy“. Pero después de 30 años es imposible no sentirte ligado al sitio donde has trabajado tanto tiempo”. “Yo me sigo considerando trabajadora del parque, aunque no tenga una relación laboral. Para mí sigue siendo mi parque y mi lugar de trabajo”, dice Beli Nieto.
El vínculo también lo tienen las decenas de familias que han aportado vídeos al documental, de los que Rodrigo y Muñoz han seleccionado una treintena. O Celia Gómez, una joven de 19 años que este jueves se enfundó el traje de Tivolino en la presentación de la película. “He llegado a ir ocho o nueve veces algún verano”. Con Carmona contactaron dos jóvenes que querían tatuarse el sello del Supertivolino. “Creo que nos debe quedar alguno”, sonríe.
Otro ejemplo: para “calentar” el estreno, los directores grabaron un pequeño vídeo de Tivolino pegando carteles por Málaga, y abrieron cuenta en TikTok para colgarlo. Acumula más de 400.000 visitas y de 20.000 likes. “La gente que nos ve con las camisetas nos para y pregunta cuándo va a volver a abrir el parque”, asegura Carmona. Así ocurrió mientras se desarrollaba la entrevista.
“Lo único que nos anima es la reapertura”
Una noche de agosto del año pasado, la gran noria de Tívoli se iluminó. Enclavado en lo alto de una colina de Arroyo de la Miel (Benalmádena, Málaga), muchos se percataron de que algo ocurría en el parque de atracciones, cerrado desde septiembre de 2020. ¿Qué pasa en Tívoli? ¿Acaso vuelve?
Aquello era un rodaje, pero en la Costa del Sol, igual que en otros muchos puntos de Andalucía, muchos siguen preguntándose si aquel parque al que alguna vez los llevaron de pequeños volverá a abrir sus puertas alguna vez. Carmona y el resto de trabajadores que sigue sosteniéndolo cada día creen que sí: “Lo único que nos anima y nos mantiene es la reapertura. Tenemos todo preparado para el día que quieran abrir. En mes y medio estaríamos operativos. Hay que darle la oportunidad a los niños de ahora para que puedan disfrutar tanto como como todos nosotros hemos hecho”.
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