Una fosa con “seis cuerpos arrojados, uno encima de otro, con los brazos mezclados… una imagen muy reveladora de lo que pudo pasar”. En los restos óseos se aprecian “fracturas perimorten que determinan esa violencia con la que actuaron esa noche”. Serían de una de las sacas del año 37.
Dos guerrilleros antifranquistas de la partida del Patalete quedan emboscados en una cueva. Han matado a un cabo de la Guardia Civil. Tras la persecución, y bajo un duro tiroteo, quedan atrapados. Las fuerzas franquistas lanzan una granada de mano dentro de la caverna para acabar con el asunto. Los cuerpos, destrozados, acaban arrojados a una fosa de la sierra malagueña.
La historia ocurre en 1945. Terminada la guerra de España, acabar con la guerrilla era una consigna obligada para el régimen de Franco. Y algunos maquis fueron muertos a bombazos. Como en Alfarnate (Málaga), donde Andalucía está exhumando una doble fosa común en la que han aparecido siete víctimas del franquismo.
En cifras, el pueblo registra 22 víctimas a manos golpistas tras la “toma” de la población en el contexto de La Desbandá a partir del 7 de febrero de 1937. Y “más población asesinada y que está en el cementerio de San Rafael” en la capital, en la mayor fosa exhumada en el país. Antes, la resistencia revolucionaria mató a “12 derechistas” locales y la guerrilla otros dos en los años 50.
Los ancianos del pueblo “tienen miedo”
“Hubo represión por los lados”, precisa la historiadora Maribel Brenes, miembro del equipo arqueológico que actúa en este proyecto dirigido por Cristóbal Alcántara y completado por Elena Loriguillo y Andrés Fernández. La violencia rebelde tuvo dos fases: cinco sacas en el año 37 (dos de 8 personas, otra de 5 y 1 en marzo) y la caza al guerrillero que arranca en 1945 con los últimos maquis cayendo en el 51.
“Tenemos la suerte de que hay gente muy mayor, de 90 y tantos años, con una memoria excelente, algunos incluso familiares directos, hermanos”, cuenta. Los testimonios orales siguen vivos. La tragedia también. “Tienen miedo, te dicen: ‘no, que no me quiero meter en problemas’, y ¿qué problemas?, ‘no quiero que se hable en el pueblo de mí’, porque todo el mundo sabe su historia, quienes fueron los asesinos, lo que pasó…”.
El miedo y el silencio perviven como una herida abierta en un pueblo donde nunca hubo guerra. Sí represión, guardada en relatos de terror ejemplificador. Fue el caso de un líder guerrillero, apodado Candiles, y otros dos resistentes que mueren junto a él. “Los trajeron al pueblo y los dejaron frente al Ayuntamiento, sentados en un banco durante tres o cuatro días para que todo el mundo los viera”, dice Brenes.
“Los niños de la época”, hoy ancianos, “lo recuerdan perfectamente”. Por la noche los metían en el edificio consistorial “pero los asomaban por una ventana, atados, y con un candil encendido para que la gente pudiera seguir viéndolos de noche”. Los maquis eran de Alfarnate. Estas acciones del régimen franquista, hasta una década después de terminar la guerra, “eran un aviso a los que seguían ayudando a la guerrilla”.
El ejército guerrillero de Andalucía
Los maquis muertos por la granada de mano no quedan expuestos. “Estaban tan sumamente destrozados que los pasaron directamente a la sala de autopsias”, precisa la historiadora. “Pero sí hacen que sus familiares suban a verlos, como un escarmiento”. En el pueblo no hubo combates aunque la cercanía a la frontera con Granada, y del frente, lo convirtió en un punto caliente.
Alfarnate sí sufrió “bombardeos” de las fuerzas fascistas. Y un éxodo que mermó la población desde los 3.000 habitantes a los menos de mil de hoy. “Muchas familias nunca volvieron”. La partida de Patalete o la de Candiles sumaron un buen número de integrantes e incluso llegaron a formar parte de la denominada agrupación Roberto del ejército guerrillero de Andalucía.
Años después, una de las peticiones para buscar las fosas comunes parte del hijo de uno de los maquis asesinados a bombazos en una cueva de la serranía malagueña. También hay una hermana de otro ejecutado como solicitante y luego se han sumado otras dos familias de víctimas del franquismo.
“Diversos testimonios orales nos señalaban varios puntos del cementerio pero donde más coincidía la gente era en el llamado patio civil, a la entrada a la derecha”, describe el arqueólogo Cristóbal Alcántara. Ahí los sondeos dieron “positivo”. En dos puntos, aparecen los huesos de siete personas.
Una diligencia de enterramiento de un par de guerrilleros, en el año 50, “cuadra con el sitio” donde ha aparecido un cadáver afectado por la dinámica de uso del cementerio. Los huesos salen junto a otros restos sin conexión que pudieran ser del segundo maqui. La investigación continuará “en otras zonas donde tienen que estar las otras dos sacas de ocho”, señala Alcántara.
Las fosas de Alfarnate guardan la historia de la guerrilla. El trabajo arqueológico “da respuesta a los familiares de las víctimas” y sigue creando memoria. Una historia escrita con trazos singulares. Como la revista Servicios de la Guardia Civil que en 1945 narra como “fuerzas de la 137 comandancia exterminan una partida de bandoleros”. O la represión especial contra la mujer: ninguna asesinada, “pero se hace una depuración humillante porque se rapó a muchísimas y se las paseaba por el pueblo con un policía delante tocando el tambor”.