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El honor está en tu himen

Lucía El Asri

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¿Eres virgen?

Esta es, probablemente, la historia de cualquier mujer marroquí. Marcada por la sangre que debería manchar la cama, a la vista del esposo, en la noche de bodas. Marcada por la decisión ajena que determina quién debe ser el esposo. Marcada por la negación a aceptar la imposición. Marcada por un amor que roba lo más valorado en esa sociedad.

¿Es virgen?

De no ser así, más que seguro será que él y su familia manden a la recién casada de vuelta a casa de sus padres. La presión, entonces, será doble. Ya no sólo familiar. También social, e incluso personal. Sentirse culpable: ese es el destino. También la intención de quienes pretenden dominar a “sus” mujeres.

Imagina ser mujer en una sociedad donde tú eres tu himen. Como asegura la madre de La amante del Rif: “El honor de una mujer está en su himen. De lo contrario, ella no es nada”.

Hipócrita sociedad –como muestra la película- aquella que pretende fardar de “sus” mujeres como completamente vírgenes. Aunque esa virginidad sea reconstruida. Hipócrita sociedad, y bien descrita en este caso, aquella en la que el varón ni quiere –ni debe, ni se le exige- cuidar ese aspecto de su intimidad. Maldita sociedad la que marca a “sus” mujeres, de por vida, cuando ellas dejan a un lado, de acuerdo a las reglas de la cultura y de la tradición, su pureza.

Un lugar donde la hipocresía y el miedo se alimentan. Miedo a un hermano –como es el caso-, o a un padre, prometido o tío que, como suele ocurrir, siendo menos religioso y puritano que la propia mujer, le obliga a respetar las directrices que deberían determinar su modo de vida.

Hombre que exige un comportamiento “adecuado” a la mujer, para que pueda ser respetada por el entorno. Hombre que, sin embargo, vende a su hermana casi explícitamente a otro hombre, para saldar deudas. Porque, otra cosa tal vez no, pero en esta sociedad la mujer también es ganado. Y se compra.

Es la imagen de una mujer ideal: joven, hermosa, maquillada para ser entregada al varón. Justo en el momento preciso para desgarrarla. Después, la chica dejará de tener valor. En esta película, Narjiss Nejjar, su directora, describe a la perfección cómo la mujer se convierte en un residuo de la sociedad aparentemente moderna que, también de forma hipócrita, conserva sus costumbres.

Mujeres que se dejan llevar, como si fuera delito, por el amor. Amor, igualmente hipócrita, que sólo te corresponderá si continúas intacta. Y, si no, una madre siempre puede tener la solución para ayudar -con su gentileza y preocupación al “qué dirán”-, a afianzar el machismo autóctono.

Solución, la de pasar por el quirófano para recuperar la pureza -supuestamente- perdida. La de ofrecer los medios necesarios para que el colchón conyugal vuelva a teñirse de rojo.

Y, mientras tanto, la condición de mujer y humana se va desvaneciendo. Lo hace ante sí misma, cuando acaba por dejarse llevar. Por dejarse hacer. Por dejarse hacer exclusivamente lo que ellos, quienes defienden ese sistema patriarcal, obsceno y denigrante, quieren y defienden como justo. Lo que se adecúa a aquello que debe ser aceptado. Lo que posibilita que el sistema se mantenga. Como si tú, mujer, perdieras la opción de decidir –o no- sobre tu cuerpo y tu moral. Como si todo fuera definido, ahora y siempre, por la decencia institucionalizada, representada por la mujer.

Porque nadie ha preguntado –ni tiene intención de hacerlo- la opinión de ella –y de ti tampoco-. Nadie se ha parado a escuchar su dolor. Su sufrimiento. Y si lo ha hecho ha quedado demostrado que no le importa un ser humano compuesto, a su modo de ver, únicamente de vagina y pechos.

Nejjar se cuestiona, junto con la amante del Rif, para qué vivir así. Su desesperanza se convierte en grito. Ese que avisa sobre lo que dejará de ser de un momento a otro. Ese que avisa de una condición íntima y femenina, suicidada por interpretaciones morales, sociales y religiosas que se escapan de las ganas de vivir. Pero sólo y exclusivamente cuando ese calvario, que no vida, es de mujer.

Tal vez un grito traducido en un “¿hasta qué punto dejarías que ellos decidieran cuándo tu vagina es pura y debe respetarse?”. Hasta qué punto permitirías que tu vida girara en torno a ese aspecto, antes de perecer en el intento. Antes de no ser capaz de escapar de la asfixia.

¿Eres virgen?

Esta es, probablemente, la historia de cualquier mujer marroquí. Marcada por la sangre que debería manchar la cama, a la vista del esposo, en la noche de bodas. Marcada por la decisión ajena que determina quién debe ser el esposo. Marcada por la negación a aceptar la imposición. Marcada por un amor que roba lo más valorado en esa sociedad.