Miguel Delibes de Castro es, posiblemente, una de las personas vivas que mejor conoce Doñana, esos decenas de miles de hectáreas únicas que no solo delimitan la provincia de Huelva, sino que es un punto de encuentro para especies únicas y esas aves viajeras, que viven entre dos continentes, y encuentra su refugio en este tesoro natural.
Hace medio siglo, tras el esfuerzo llevado a cabo por el biólogo-genio José Antonio Valverde, la nobleza y los activistas europeos, Doñana se salvó de los planes desarrollistas del franquismo. Cincuenta años después, el espacio protegido sigue cercado por las amenazas, pero lo hace con una sociedad con una conciencia ambiental y unas herramientas legales que impiden su absoluta destrucción.
Así lo ha celebrado este viernes el Congreso por el medio siglo de Doñana como parque nacional, al que han asistido los reyes. Delibes, que dirigió la Estación Biológica (CSIC) durante más de una década, preside el Consejo de Participación de Doñana y está considerado uno de los mayores expertos en lince ibérico, todo un emblema de este espacio protegido.
¿Cuál ha sido la mayor transformación de Doñana en los últimos 50 años?
La mayor transformación ha sido el conjunto de transformaciones: la llegada de los cangrejos, la reducción de la superficie salvaje, que haya pasado de no entrar nadie a que lo hagan cientos de miles de turistas. Todo ello son transformaciones que se suman y hacen que Doñana sea muy diferente de lo que era.
¿Por qué es tan importante Doñana?
ES muy importante por muchas cosas. Es un lugar de encuentro de fauna móvil, de aves, que resulta fundamental en Europa. También es uno de los últimos deltas no transformados y cuenta con una biodiversidad muy importante. Hay especies amenazadas raras, que no puedes encontrar en otro sitio. Si hablamos subjetivamente, Doñana es un emblema de la protección de los espacios naturales, del respeto a la naturaleza y un modelo de un mundo en el que deseamos que la gente respete la naturaleza. Doñana no es un residuo del pasado, sino un modelo de futuro. Las relaciones de la naturaleza deberían ser así.
En los últimos años se ha creado una importante conciencia sobre la necesidad de reducir los plásticos que empieza a tener su eco en las grandes cadenas de restaurantes y supermercados, donde se dejan de entregar ¿Cómo diría que ha cambiado nuestra relación con la naturaleza en estas cinco décadas?
Es una sociedad más conservacionista. El cambio de cómo la sociedad percibe Doñana o la necesidad de conservar ha sido un cambio abismal en los últimos 50 años. En las hamburgueserías no te da pajitas de plástico porque a la sociedad ya no le gusta, hay que prescindir de los plástico y los supermercados tratan de entregarte la compra con menos objetos desechables. Se ha producido un cambio social.
¿Ese cambio social fue el que permitió que todavía hoy tengamos Doñana?
Han sido peleas de grupos muy puntuales. Sinceramente creo que el cambio importante, es decir, la incorporación del grueso de la sociedad ha sido paulatino. Pero el punto de inflexión es muy reciente. Recuerdo que escribí con mi padre La tierra herida en 2004. Lo he releído hace poco y me he dado cuenta de que queríamos llamar la atención sobre una serie de problemas sobre los que la sociedad es hoy en día muy consciente. Y eso ha ocurrido en los últimos 15 años.
¿Cuáles eran esos problemas sobre los que llamabais la atención?
Hablábamos de los problemas de conservación, del cambio climatico, la desertización, la capa de ozono o la pérdida de biodiversidad. ES un libro pequeño de 120 páginas. Lo acabo de releer, porque se va a publicar en Inglaterra con un prólogo actualizado, que he escrito yo.
¿En qué situación se encuentra Doñana en la actualidad?
Doñana cambia. Y cambia mucho. Cambia sin que seamos consciente ni por qué. En el aspecto de conservación va a mejor, porque la sociedad y los poderse públicos son más conscientes de que hay que conservar Doñana y es más resistente ante amenazas directas. Aunque aparezcan temas como la carretera costera, a nadie se le ocurre ya urbanizar la playa. En el lado negativo, como el resto de la naturaleza se sigue humanizando, llegan especies invasoras, cambia por el cambio climático, se mueven las arenas y hay menos control sobre factores que actúan indirectamente como la contaminación, los cambios en los patrones de lluvia o la temperatura.
Uno de los problemas más graves es la sobreexplotación de los acuíferos, por parte de la agricultura ilegal o las zonas turísticas más cercanas, como Matalascañas. Y el efecto que tiene sobre las lagunas y los ecosistemas ¿Tiene solución?
El problema es el más duradero e irresoluble. El agua dulce es un bien escaso, que hace falta para muchas cosas, también lo necesitan los ecosistema. El problema principal es que llueve menos. Llevamos cinco años lloviendo por debajo de la mínima y los acuíferos no se cargan. Por mucho que llueva, no va a llover lo suficiente. Si a eso sumas, que se extrae agua para regadío y para Matalascañas, las zonas húmedas en la zona de arena se está reduciendo.
¿Es un fenómeno reciente?
Esto viene ocurriendo desde hace siglos. Hace 300 años había más lagunas. Lo que tenemos que comprender son las necesidades de Doñana, aprender a convivir y reducir la extracción de agua, como ya ocurre con el Plan de la Corona Norte de Doñana y el seguimiento que está haciendo la Demarcación Hidrográfica del Guadalquivir. Es como un hijo adolescente, con el que tienes que discutir, pero que sabes no vas a ganar tú ni él, ni se va a acabar el problema. Eso es lo que pasa con el agua, tenemos que acostumbrarnos a que estaremos en tensión, porque el recurso es muy escaso. No podemos agotar los acuíferos de Doñana, porque nos quedaremos sin el agua para el futuro.