'La desbandá'. Febrero de 1937. Estallan oscuros días de represión y muerte. De infierno. Unas 150.000 personas huyen del avance fascista. Tropas franquistas, alemanas e italianas disparan y bombardean a población civil. Indefensos. Vidas despedazadas.
Hay quien dice que el Guernica de Pablo Picasso escenifica la masacre de la carretera de Málaga a Almería. El dantesco episodio construye un crimen contra la humanidad aún impune. Y ante el caos y el terror surgen, en ocasiones, figuras heroicas. Caso de Norman Bethune.
Una exposición fotográfica, en el Museo de la Autonomía de Andalucía y producida por el Centro Andaluz de la Fotografía, recupera la historia del médico y brigadista canadiense. Y su relación con la matanza perpetrada durante el gran éxodo de civiles que entonces abandonaron Málaga asidos a una última esperanza. La muestra Norman Bethune. La huella solidaria –abierta hasta el próximo 12 de abril–, trae las únicas imágenes de aquel dramático suceso, obtenidas por el equipo del galeno.
Bethune (Gravenhurts, Ontario, Canadá, 1890 - Tang, China, 1939), enfundó su trayectoria vital en la ayuda a las víctimas y los desfavorecidos. En su país natal es considerado un genio de la medicina. En China tiene categoría de héroe. Pero en España, y en Andalucía, donde paradójicamente llevó a cabo una de las acciones más valientes y generosas de la Guerra Civil, es casi un desconocido.
“Mis padres nos cubrían con sus cuerpos”
“En un camión de transportes de mercancías íbamos mis padres, mis hermanos, cuatro tíos y una prima hermana. Luego subió más gente al camión. Llevábamos lo puesto. Nos marchamos por las aterradoras noticias que venían de la zona ocupada por los nacionales”. El relato es un fragmento de uno de los testimonios extraídos del catálogo de la exposición. Corresponde a Rosendo Fuentes Ayllón, que cumplió 13 años en plena 'desbandá'. Rodeado de cadáveres “a lo largo del camino: unos por bombas, otros ametrallados y otros muertos de cansancio e inanición. En el trayecto hasta Almería nos ametrallaron, mis padres nos cubrían con sus cuerpos”.
Muchas, incontables víctimas. “No vimos otra cosa que terror, espanto y llanto de todas las personas que tuvieron la dolorosa fortuna de haber salido de aquel infierno”. Era población civil, gente sin armas que comía caña de azúcar casi como solo sustento en un camino lacerante, agrio, en “una trampa criminal”. Cuenta el eufemismo recurrente, usado hasta la extenuación en guerras posteriores, que eran víctimas colaterales. Decenas de miles de personas expuestas a un ensayo de matanza indiscriminada.
Y allí estaba Norman Bethune. Andalucía, 1937. Las noticias circulan, caen con cuentagotas y describen una huida desesperada. El canadiense partió a tierras almerienses para socorrer a los refugiados. Encontró una panorama infernal. La dimensión de la tragedia superó lo que esperaba. La caravana, compuesta en gran medida por mujeres, ancianos y niños, quedó expuesta a los bombardeos de barcos y aviación. Una auténtica masacre. Bethune desmontó los utensilios médicos de su ambulancia y decidió usarla para trasladar a los más necesitados.
“Decían que iban a entrar en Málaga los moros y que cortaban los senos a las niñas y a las muchachas y las violaban. También teníamos miedo porque oíamos a Queipo de Llano por la radio que decía: Malagueños, maricones, ponedle pantalones a la luna…”. Natalia y Maruja Montosa Roa tenían 13 y 14 años. El Gobierno Civil estaba cerrado y un cartel marcaba un mensaje claro, un dramático Sálvese quien pueda.
“Estaban muy cerca, casi en la orilla”
“Mi padre era de derechas”, contaban, “por eso cuando la gente empezó a irse, él no quería hacerlo”. Lo convencieron, antes de emprender una huida “totalmente desorganizada”. El tren no funciona. La gasolina escasea. La gente, la mayor parte, avanza a pie. Con unos pocos enseres a cuestas como mucho. Con lo que pueden cargar. “Yo (Natalia) cogí los zapatos blancos y el vestido celestito de escobón que había estrenado ese día”. Luego comenzaron a ver “muchas cosas abandonadas por la carretera, porque la gente no podía cargar con ellas”.
Norman Bethune, en Canadá, propuso al Gobierno la implantación de una Seguridad Social universal, creó una clínica de atención gratuita para necesitados y fundó una escuela de arte para niños pobres. Y era, también, militante antifascista. Abandonaría su puesto en un prestigioso hospital de Montreal para llegar a España en noviembre del 36. Instauró el Servicio Canadiense de Transfusión de Sangre y ayudó en varios frentes como miembro del Socorro Rojo Internacional. Más tarde, viajaría a China para apoyar a la población en guerra contra Japón. Allí falleció.
Desesperación, abandono… terror. “Durante todos los días del camino dos barcos nos estuvieron bombardeando. Estaban muy cerca, casi en la orilla”. Desde un lado podían apreciarse las figuras humanas del otro. Y estampas crueles. “No se me olvidará nunca una mujer con un niño pequeño en brazos; habían disparado desde el barco un proyectil y las piedras que saltaron le dieron a la mujer en la cara: ella quedó muerta con el niño en brazos”.
¿Escenas dantescas? Todas. “Una mujer escondida en la cuneta había sido aplastada por los tanques” italianos. Por la carretera, muerte: “milicianos ahorcados, una familia entera (el padre miliciano, la madre y tres niños) con tiros en la cabeza…”. El Centro Andaluz de la Fotografía, dependiente de la consejería de Educación, Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía, junto al Museo de la Autonomía, de la consejería de Presidencia y el Centro de Estudios Andaluces, recuperan la absoluta dimensión de esta trágica historia.
La exposición, a este objeto, está dividida en tres partes. Una semblanza biográfica de Bethune, su llegada a España y 'la desbandá'. “En ese momento alguien dio la alarma y apareció un avión que, siguiendo la línea de la carretera, ametrallaba y bombardeaba a baja altura”. Miguel Escalona Quesada tenía 10 años. Vivía en el Colegio Municipal de Huérfanos de Torremolinos. Recuerda cómo los fascistas arrojaban “bombas incendiarias”.
De los 80 niños del orfanato “nos juntamos diez, de los demás y de los profesores ya no volvimos a saber”. Cogieron “mantas”, un equipaje con el que “juntos y solos” llegaron a Almería. Después de una semana de camino. De siete días de terror y toda una vida para recordar uno de los episodios más dramáticos de la Guerra Civil española que en torno a este 8 de febrero cumple 78 años. La acción del bando sublevado causó unas 5.000 muertes. La carretera Málaga-Almería perdura camuflada en la denominación que en 1941 diera el Gobierno franquista, la N-340.