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Acabar con la islamofobia: una lucha que nos concierne a todos

Mónica Carrión Otero

En Islamophobia and its consequences on Young People (Council of Europe, European Youth Centre, Budapest, 2004), el Consejo de Europa define islamofobia como «el temor o los prejuicios hacia el islam, los musulmanes y todo lo relacionado con ellos. Tome la forma de manifestaciones cotidianas de racismo y discriminación u otras formas más violentas, la islamofobia constituye una violación de derechos humanos y una amenaza para la cohesión social».

Estos prejuicios hacia el islam y los musulmanes son una forma de violencia cultural que parte del hecho de considerar que “nosotros” somos superiores a “los otros”, en este caso los musulmanes, y que legitima formas de violencia directa y estructural.

Es una forma racismo cultural, que se gesta, según el escritor y filósofo Santiago Alba Rico, como «resultado de una doble operación ideológica» que consiste, primeramente en «constituir un objeto de conocimiento manejable y adverso: el Islam con mayúsculas concebido como una unidad al mismo tiempo negativa e inasimilable que “hablaría” con una sola voz y dictaría a 1.500 millones de seres humanos, repartidos por todo el planeta, una conducta incompatible con “nuestros” valores occidentales»; y en segundo lugar, en incluir en ese falso objeto de conocimiento a «todos aquellos individuos que, de manera un poco arbitraria, se “reconoce” como musulmanes». Esta segunda operación «implica una racialización del otro, cuya diferencia -como en el caso del racismo o del machismo- aparece visible e “incrustada” en el cuerpo, donde no podemos modificarla». Es decir, convertir al otro en un objeto manejable y dominable.

Pese a que este fenómeno pueda parecer novedoso porque ha empezado a ser más visible en las sociedades occidentales en las últimas décadas, sobre todo a partir de los atentados del 11-S, y de manera mucho más evidente en el último lustro a raíz de los atentados perpetrados en varias ciudades europeas y la crisis de los refugiados en la Unión Europea, lo cierto es que la islamofobia, como apunta Alba Rico, hunde sus raíces en un pasado colonial europeo que patentó esa lógica de convertir al otro en un objeto para dominarle.

Pero la islamofobia no es un mero fenómeno discursivo sino que ese “hablar mal de los otros” deriva en otros delitos de odio. Según el Informe anual sobre la islamofobia en España 2017 elaborado por la Plataforma Ciudadana Contra la Islamofobia (PCCI), el año pasado se registraron 546 incidentes de islamofobia. El informe destaca un repunte de la islamofobia política e institucional y una creciente tendencia islamófoba de líderes políticos de diferentes ideologías, además de la presencia cada vez más activa de los movimientos de ultraderecha, los ataques y las campañas contra la construcción de mezquitas. La PCCI constata un año más agresiones a mujeres musulmanas y episodios de discriminación escolar, laboral y/o social por el uso del pañuelo o hiyab y da la voz de alarma sobre los delitos de ciberodio que representa el 70% de los incidentes recogidos en el informe sobre el año pasado.

La islamofobia es un fenómeno creciente que tenemos que asumir como un problema de toda la sociedad, no solo de la población musulmana, ya que puede generar una fractura en nuestra comunidad al estigmatizar a una parte cada vez más importante de ella. Para atajarlo, consideramos que es fundamental trabajar a dos niveles; por una parte concienciando a aquellos sectores que influyen en la opinión pública como los medios de comunicación y el discurso político. Ese proceso de toma de conciencia de la islamofobia, que ha funcionado con otros problemas como el de la violencia de género, permitiría, junto a la presión de toda la sociedad, crear leyes y establecer los protocolos de actuación judiciales y policiales necesarios cuando no se pueda evitar la aparición de conflictos.

Y por otra parte, creando conciencia en jóvenes en la edad de la adolescencia por tratarse de un periodo de la vida fundamental en el proceso de toma de conciencia de nuestra propia identidad o identidades. La tarea de educar a ese colectivo debe hacerse partiendo de cuatro bases que son el conocimiento, la empatía, el respeto y la convivencia. Cuando empezamos a conocer al otro, los miedos se disipan y comenzamos a desarrollar una empatía a partir de la cual surge el respeto de forma natural como base que hace posible la convivencia en el marco de un modelo intercultural.

Desde la Fundación Al Fanar intentamos apoyar esta lucha que nos concierne a todos a ambos niveles: en el ámbito educativo a través de proyectos como Kif-kif: cómics por la inclusión y en el ámbito de la concienciación de un sector crucial como el de la prensa con el Observatorio de la Islamofobia en los Medios, proyecto que lideramos junto al Instituto Europeo del Mediterráneo.

Mónica Carrión Otero, responsable de contenidos y gestora de proyectos en la Fundación Al Fanar y miembro del equipo del Observatorio de la Islamofobia en los Medios.

En Islamophobia and its consequences on Young People (Council of Europe, European Youth Centre, Budapest, 2004), el Consejo de Europa define islamofobia como «el temor o los prejuicios hacia el islam, los musulmanes y todo lo relacionado con ellos. Tome la forma de manifestaciones cotidianas de racismo y discriminación u otras formas más violentas, la islamofobia constituye una violación de derechos humanos y una amenaza para la cohesión social».

Estos prejuicios hacia el islam y los musulmanes son una forma de violencia cultural que parte del hecho de considerar que “nosotros” somos superiores a “los otros”, en este caso los musulmanes, y que legitima formas de violencia directa y estructural.