“Un momento, que es algo importante… Manzanilla, por favor”. De Sanlúcar de Barrameda. El elixir, criado a un costado de Cádiz. Ellos, al otro. Paco de Lucía, guitarrista. Y Juan José Téllez, periodista. Niños de barrio, de arrabal. De esa Algeciras porteña que flanquea por la lejanía izquierda a la Tacita de Plata. Una manera de sobrevivir, dicen, es calzar letras y músicas a modo de compaña. Así caminaron. El plumilla regresa al mito, después de dos aproximaciones en forma de libro y decenas de entrevistas. A la simiente esta vez, a la vida de quien tuvo “un apéndice de madera de su propia personalidad”. Con Paco de Lucía. El hijo de la portuguesa (Editorial Planeta, 2015).
“Tenía pensado volver a Paco en algún momento y enfocar su biografía desde un punto de vista más narrativo o periodístico”, cuenta Téllez (Algeciras, 1958). No tenía fecha, “quizás dentro de 20 años cuando Paco hubiera cerrado su obra”. Pero la parca cruzó el camino de Francisco Sánchez Gómez (Algeciras, 21 de diciembre de 1947 – Playa del Carmen, México, 25 de febrero de 2014), alias Paco de Lucía. Después de Paco de Lucía: retrato de familia con guitarra (1994) y Paco de Lucía en vivo (2004), “la muerte obliga” a anticipar una obra en la que Juan José Téllez traza “el pulso entre persona y personaje”.
Una deuda saldada. “Cerrar ese ciclo, contar su historia con ese punto novelesco que tiene su vida”, alumbra el actual director del Centro Andaluz de las Letras. “Se lo debía a él y a mí como escritor y rastreador de esa épica individual”. Más allá de la leyenda, el individuo es “hasta cierto punto misterioso, porque era tímido”. Una personalidad labrada en la infancia, entre calles algecireñas, gentío y olor a sal. “Es una especie de Oliver Twist que nace en un suburbio y consigue cambiar su realidad”, dice Téllez. “Paco asume características del protagonista de la novela de Charles Dickens”.
La guitarra, ese “apéndice de madera”
Paco de Lucía. El hijo de la portuguesa queda cimentado en entrevistas con el propio guitarrista y con Camarón de la Isla, el cantaor. “Eran complementarios, hermanos de sangre. Se encontraron y formaron una pajera única, irrepetible. Eran los Lennon y McCartney del flamenco”. Téllez alarga la definición de quienes “cambiaron las estructuras para lanzar el flamenco a otros sitios antes no explorados” sin traicionar este arte popular. Una transformación que brota como una predicción incluso antes del álbum La leyenda del tiempo. “Eran el yin y el yang que enlaza el flamenco tradicional y el contemporáneo. Supieron darle otros aires”.
Cumplido el primer aniversario del fallecimiento de Paco de Lucía, el libro aborda su figura desde la percepción de su propio padre, Antonio Sánchez Pecino, y de su hermano y segundo maestro, Ramón de Algeciras. De la relación a veces compleja del genio andaluz con los guitarristas coetáneos, de la óptica de otros artistas o sus aproximaciones al jazz, a la música clásica o al pop y el rock: Carlos Santana, Ravi Shankar, Chic Corea y John McLaughlin, Luis Eduardo Aute o Joan Manuel Serrat, Manolo Sanlúcar o Vicente Amigo.
“Es una especie de catarsis y luto creativo”, confiesa Juan José Téllez sobre la obra que retrata “la historia de un niño de suburbios que, a través de la guitarra, pierde la niñez pero gana el universo”. Una presencia onírica de la infancia “como patria profunda” que persiste, de Francisco Sánchez a Paco de Lucía. “Su padre creía que la guitarra podía ser una herramienta de trabajo y una forma de prosperar. Puso a sus hijos una especie de formación profesional casera”.
“Requería un gran esfuerzo pero suponía también una pasión”. Al final, la simbiosis. Y la guitarra, convertida en “un apéndice de madera de su propia personalidad y así fue hasta su muerte”, simboliza Téllez. Instrumento de cuerda y artista con el máximo partido a la vida en común. “Era una relación de amor, y de odio, de algún modo. La tiraba, la maldecía, ésta hija de puta, decía… Llegó a lamentar no haber perdido un dedo en un accidente, lo que le hubiera impedido tocarla”. Era parte de sí mismo.
“A veces, en La Bajadilla, yo tenía hasta miedo de salir a la calle. Allí estaban las vecindonas, sentadas en las sillas de anea a la puerta de sus casas en los veranos. Me veían y empezaban a hablar. Yo les tenía terror. Ahí va Paquito; sí, mujer, el más chico de la casa de la esquina. El niño de Lucía. El hijo de la portuguesa”, describe Paco de Lucía en las páginas de su paisano escritor. Hojas que arrancan con el episodio real de cómo su madre intentó salvar a su marido del pelotón de fusilamiento en el verano de 1936.
“Seguía siendo un niño que buscaba la calle para jugar con sus amigos”, cuenta Juan José Téllez. La infancia “hasta cierto punto perdida”, la búsqueda, estirar los ojos a la trasera del tiempo… “fue lo que Francisco Sánchez Gómez anheló toda su vida”. Cuando la persona no quiere dejarse atrapar por el personaje. La cara íntima, la querencia por el anonimato, sus opiniones políticas o su devoción por la copla, negro sobre blanco por “la suerte” de una treintena de encuentros periodísticos “desde 1982”.
“Paco se abrió en muchas ocasiones como interlocutor en entrevistas para el periodista que fui”, enlaza Téllez. El artista era “parco en palabras, tímido”. Pero el “afecto” mutuo, el contacto, “me facilitó la construcción de un relato casi en primera persona”. Aunque, destaca, “no hay rostro oculto, Paco no tenía doblez”. “La primera vez que entrevisté a Paco de Lucía lo grabé en una cinta de casete, una TDK que cuando fui a oír había perdido prácticamente toda la grabación”. Viene al caso, que las modernidades digitales también yerran. Y propician, de paso, nuevos encuentros para hablar de El hijo de la portuguesa.