Ecoreserva de Ojén: un oasis para la fauna en la Costa del Sol
Son poco más de las siete de la tarde. El sol veraniego empieza a caer y una familia se sube a un jeep descapotable. El viaje es de apenas un par de minutos, pero nada más comenzar cruza delante del vehículo una pareja de muflones. Y en la primera parada una familia de ciervos mira a los recién llegados con curiosidad. Eva, la pequeña del grupo, abre los ojos emocionada ante la cercanía de la manada. Y el guía, Antonio Calvo, le advierte: “Hoy vas a ver muchos más animales. Te va a encantar”.
La escena tiene lugar a las afueras del municipio de Ojén, al borde de la Sierra de las Nieves y a un paso de Marbella. Allí, al pie de Sierra Blanca, una finca de 82 hectáreas ha sido declarada Reserva Ecológica. Ha pasado de ser un refugio cinegético para la caza a un espacio muy singular. Rodeado de carreteras, es un oasis para la fauna llamado EcoReserva de Ojén.
Desde septiembre del año pasado lo gestiona la Agrupación Ecologista Pinsapo -a través de la empresa Monteaventura, de la que Antonio Calvo es el gerente- que venía demandando un lugar así desde comienzos del siglo XXI. “El incendio de 2012 supuso un punto de inflexión. Se quemaron más de 8.000 hectáreas en la comarca y se entendió que cada ver era más importante la conservación del espacio”, asegura Calvo. La entidad tiene ahora una concesión de 10 años renovable otros 50 a cambio de un canon anual, pero también la obligación de realizar trabajos de desbroce, cuidado de la fauna y puesta en marcha de actividades de voluntariado, educacionales y de investigación.
El voluntariado
“Príncipeeeee”, grita Antonio desde la entrada a la reserva. Los primeros pasos se realizan por un pequeño sendero habilitado, precisamente, por las personas voluntarias que, periódicamente, acuden a la llamada de la agrupación ecologista. “Nada sería igual sin ellos, porque nunca hemos recibido ayudas públicas. Un proyecto de este tamaño te hace querer abandonar en más de una ocasión, pero cuando ves al voluntariado te llenan de energía”, subraya quien, primero al volante y luego a pie, guía al grupo de visitantes.
Calvo transmite amor a la naturaleza desde el primer momento. Refleja perfectamente la visión del refugio natural: “Abrir al público un espacio protegido rico en vida donde facilitar a las personas el contacto con la naturaleza, para aprender a amarla y conservarla, creando empleo y valor en el territorio”.
Conoce al dedillo la finca, así como las especies botánicas y la fauna que reside en ella. Hay cerca de un centenar de grandes mamíferos: ciervos, muflones y cabras montesas. Pero en este vecindario también hay meloncillos, jinetas, zorros, tejones, camaleones, lagartos ocelados y un amplio número de especies de aves. También hay una veintena de especies de flora endémicas, así como otras que se pueden encontrar en otras zonas de bosque mediterráneo, así como en otros espacios cercanos. Desde alcornoques, castaños, olivos o algarrobos hasta torvizco, esparto, dedaleras, matagallo, enebro o cornicabra.
Red de senderos
El voluntariado ha ayudado a crear una red de ocho kilómetros de senderos, aunque durante la visita apenas se recorren unos cientos de metros. Bastan para comprender la importancia de la conservación de la naturaleza y, también, para tener contacto con los animales. Apenas a unos metros del camino, un gran macho cabrío está subido a un castaño para refugiarse del calor entre sus hojas y su sombra. Más adelante, otra familia de ciervos surge de entre los arbustos para seguir, a unos metros, al grupo de humanos. Y, de vez en cuando, se escuchan los balidos de pequeños muflones mientras Antonio continúa con sus interesantes indicaciones y su continúo grito: “Príncipeeeeee”. Cerca, además, Manolo y Jaime, guían a otros dos grupos, formados principalmente por una familia de turistas norteamericanos.
A mitad de camino, Príncipe aparece. Es un ciervo alto, grande, de buen porte, serio y curioso. Tiene nueve años y posee una cornamenta que impresiona. Le acompaña Paco, un cervatillo con cuernos incipientes y muchas ganas de jugar. Ambos se dejan alimentar de la mano e incluso acariciar. Cuando la agrupación ecologista llegó a esta finca su situación era absolutamente diferente: estaban en los huesos y tenían muchas garrapatas. Su cuidado y la instalación de numerosas cajas para el anidamiento de aves insectívoras ha cambiado su historia. Como las de otros ejemplares que llegan aquí tras ser víctimas de accidente o alguna intoxicación. “El objetivo es que siempre llegue fauna local, para mantener el ecosistema original”, subraya Antonio mientras señala la ubicación de un nido de cárabo y otro de gavilanes. También el búho real vive en una zona a la que acuden con frecuencia diferentes especies de águila a cazar.
Muchas de las especies de aves se pueden fotografiar desde una pequeña caseta habilitada para ello, frente a la que se ha creado un pequeño espacio al que los pequeños pájaros acuden a beber o alimentarse haciendo las delicias de los aficionados a la observación, quienes apuntan en una pequeña libreta sus avistamientos diarios de especies como herrerillos, petirrojos o carboneros. Existen pases especiales para fotógrafos de un día o de un año entero. “Su labor también es muy importante, porque ayudan a concienciar de lo bella que es la naturaleza y, de paso, el pago de sus credenciales aportan a la subsistencia de la reserva”, explica Calvo. Muchas de esas fotos y, también, vídeos, se cuelgan en las distintas redes sociales de la iniciativa, permitiendo qué más personas las conozcan.
Mucho por hacer
Para la Agrupación Ecologista Pinsapo las visitas a la Ecoreserva de Ojén son solo la punta del iceberg de un proyecto conservacional y educacional que va mucho más lejos. Las periódicas actividades con voluntariado son un ejemplo, en las que se construyen casas nidos, se adecentan caminos o se crean charcas para generar pequeños ecosistemas. Pero también son importantes las iniciativas de sensibilización que se realizan con colegios, la puesta en marcha de actividades variadas (como la observación de las Perseidas recientemente) y otras muchas ideas que se agolpan en la mente de Antonio, como la reforestación con pinsapos para regenerar los bosques originales. “Hay mucho por hacer, pero ya es un éxito la existencia de un lugar así en un entorno como este”, asegura el guía mientras el sol se esconde tras las montañas.
Con la menor claridad son aún más los animales que aparecen junto al sendero mientras el grupo de visitantes ya va de camino al jeep. Es el momento de hacer las últimas fotos, saborear la magia del bosque en casi total oscuridad. Cansada pero con una sonrisa contagiosa, Eva se despide de Príncipe y Paco. Son casi las diez de la noche y la visita ha concluido. “¿Nos los podemos llevar a casa”, pregunta la pequeña. “Esta es su casa, así que para verlos tendrás que volver”, le responde Antonio. “Volveremos”, subrayan sus padres, contentos con un paseo que nunca olvidarán.