Jesús Maeztu tiene hechuras de personaje principal de una película tan real como la vida misma. Espigado, carismático, conseguidor espiritual, simpático, cariñoso, perspicaz, veloz como el rayo como futbolista en sus tiempos de párroco del Cerro del Moro, y astuto y paciente en los tiempos precisos. Maeztu retornó hace un par de años a la escena del barrio donde se jugó el tipo a cambio de montañas de asombro, y confesó: “Aquí aprendí a vivir”.
“En la selva no puedes esperar nada a cambio. No convencerás a todos y algunos se aprovecharán de ti. Cuando no tienes nada, sale el animal que llevas dentro”. Maeztu empleaba tales expresiones, que parecen entresacadas de la canción Like a rolling stone de Bob Dylan, para ilustrar lo que halló en el otrora conflictivo barrio gaditano y, tal vez, sin pretenderlo, la situación actual de este loco mundo, donde los papeles se intercambian.
“Yo era voluntario, nunca funcionario”. El joven cura que aterrizó en el gueto con una misión casi imposible, lo tuvo claro desde el principio. Maeztu sabe ponerse al nivel que exige el momento, sabe escuchar, sabe manejarse en las distancias cortas. La tarde que volvió al Cerro del Moro, las mujeres se acercaban a él con una sonrisa nostálgica de admiración.
“Las mujeres fueron la vanguardia”. Se refiere a la lucha social. Jesús compartió miserias con las heroínas del barrio, se adentró en los “antros de infelicidad”, el chabolismo urbano, y conoció la desazón y algunas claves del ser humano.
“En un mundo sin estructuras sociales, el primero que miente lo lleva crudo”. Aquel cura rebelde, que inició la resurrección del barrio junto a Enrique Blanco y su mujer Carmen, artífices del milagro social, se refería así a la sinceridad por bandera. Maeztu suele hablar claro y obrar en consecuencia. Con sus contradicciones añadidas, nadie escapa de sí mismo ni de sus circunstancias.
“Primero te miran a la cara. Si eres fiable, te hacen pruebas. Si no, estás perdido”. Jesús logró captar la atención, y luego granjearse la confianza de la gente, merced a su habilidad futbolística. Regaló camisetas del Athletic de Bilbao y metió unos cuantos goles decisivos.
“Renuncié a la paga del Estado, cinco mil pesetas”. Maeztu convirtió la parroquia en centro clandestino de sublevación pacífica vecinal y política, pero primero tuvo que pisar charcos, comerse algún que otro marrón y bajar a la mina.
“La gente que sufre es la más solidaria”. Lo comprobó sobre la marcha. El buzón de la parroquia siempre tenía dinero anónimo.
En el transcurso de la elaboración de un libro sobre la rehabilitación del Cerro del Moro, Jesús Maeztu volvió a pisar las calles del transformado barrio, que apenas reconoció, y se encontró con las mujeres que lideraron las reivindicaciones en los años setenta.
También concedió una entrevista a pecho descubierto, más de ocho horas en casa del periodista, una fuente de croquetas de jamón y un brillo especial en la mirada. Maeztu parece un personaje único, con aristas, infatigable, apasionado y capaz de convertir cada día en una aventura humana.
Maeztu, implicado hasta las trancas en el proyecto social de las Tres Mil Viviendas de Sevilla, pretendía jubilarse, pero este hombre no puede parar, no puede estarse quieto.