La bisagra del poder chirrió de manera nítida el 14 de abril de 1931. Las urnas, con unas elecciones municipales que funcionan a modo de plebiscito para finiquitar al régimen monárquico, gestan el proyecto democrático más ambicioso hasta el momento de una Europa en crisis: La Segunda República española. El canje sistémico nace en las ciudades y se contagia a los pueblos. Lo que parecía un castillo en el aire adquiere rasgos físicos, palpables, con ladrillos compactados con el adobe de las clases populares. La oligarquía queda apenas relegada al papel de espectador privilegiado. Pero dura sólo un puñado de años. Los necesarios para que la obstinación de quien no quiere cambio alguno vuelque el sueño en pesadilla, a base de sangre y fuego.
El fracaso del golpe de Estado acarrea la vasta factura de una guerra civil que inunda el país de violencia y muerte. La victoria final de las tropas rebeldes –aupadas por la élite económica y la iglesia e impulsada por la alianza con el nazismo alemán y el fascismo italiano–, fabrica su cimiento en Andalucía. ¿Puede hablarse entonces de 'tiro andaluz a la República'? No exactamente. Más bien, sería más preciso, de detonación mortal de necesidad a la aspiración republicana por parte de militares y poderes oligárquicos desde Andalucía. El pueblo andaluz, en febrero del 36, había votado de manera mayoritaria a la coalición electoral creada por los principales partidos españoles de izquierda: El Frente Popular.
“Victoria republicano-socialista” en las ciudades y pueblos bajo “influencia caciquil”
Del advenimiento de la República han transcurrido 83 años. Del final de la guerra, el pasado 1 de abril se cumplió el 75 aniversario. Al hilo de sendas efemérides, eldiario.es/andalucia reúne la valoración de tres historiadores e investigadores: Francisco Espinosa Maestre, José María García Márquez y José Luis Gutiérrez Molina.
“Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 funcionaron a modo de plebiscito y sus resultados fueron asumidos. La victoria republicano-socialista en las ciudades fue mayoritaria, en los pueblos la influencia caciquil era aún muy grande”, resume el doctor en Historia y miembro del departamento de Historia Económica de la Universidad de Sevilla, Francisco Espinosa. En julio de 1936, y a diferencia de la llegada de la República, “la mayoría social no era favorable a la involución” por lo que “el golpe militar de julio del 36 hubo de imponerse pueblo a pueblo”.
Espinosa Maestre, que ha publicado diversas obras sobre el periodo republicano, la guerra civil y la represión franquista, de manera principal sobre el territorio de Andalucía y Extremadura (es autor del libro La columna de la muerte. El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz), relata cómo “en la zona suroeste, con centro en Sevilla, la trama golpista había sido bien preparada” y este “triunfo” resultó “muy importante porque permitió el inmediato traslado a la península del ejército de África”. En la capital andaluza, “varios miles de militares, con la ayuda de pequeños refuerzos fascistas, colaboraron en las operaciones que llevaron en unas horas a aislar a los barrios obreros a la espera de que llegara la Legión y el Tercio”. Frente a los rebeldes combatía una resistencia popular escasamente armada.
“La mayoría de los andaluces eran de izquierdas y como tanta gente de otros lugares tenían puestas sus esperanzas en el programa del Frente Popular”. No habla, por tanto, de “tiro andaluz a la República”, una expresión que tampoco encuentra “acertada” el historiador e investigador José María García Márquez: “En Málaga, Almería, Jaén, en casi toda la provincia de Granada, en parte de la de Córdoba… el golpe no triunfó”. Le República, insiste García Márquez –que ha documentado la represión franquista a través de los archivos judiciales militares–, “recibió el acoso brutal del golpe en todo el país y en más de la mitad del territorio fracasó”. Esto fue, precisamente, “lo que provocó la guerra”.
El régimen monárquico cayó “agotado, muerto, corrupto”
La referencia, de nuevo, instala “la vanguardia” del ejército sublevado y su “principal triunfo” en el norte de África y las operaciones militares en la zona occidental de Andalucía, “que muy pronto quedó en su poder”. Sectores importantes –“militares, terratenientes, empresarios, iglesia”– se situaron “claramente a favor del golpe” y arrastraron “a muchos seguidores”. Aún así, el “apoyo popular” a la rebelión distaba del que recibió la proclamación republicana, “una democracia con origen, fundamentalmente, en las ciudades”.
“Da igual que fuesen unas elecciones municipales lo que desencadena algo que sólo necesitaba un elemento que lo canalice”, resalta José Luis Gutiérrez Molina, miembro del grupo de investigación Historia Actual de la Universidad de Cádiz. El régimen monárquico cayó “agotado” y, en ese momento, era un sistema “muerto, corrupto”, basado “en el caciquismo y el pucherazo”. Ni siquiera hubo respuesta de teóricos afines: “Sanjurjo y Mola no salieron a defender a la monarquía, ni el ejército, que tenía muchas cuestiones que solventar con los borbones”.
Arrancaron cambios profundos, de “democracia formal”, que chocaban con “viejas prácticas caciquiles” y se sintieron especialmente en ayuntamientos de pueblo, “cotos cerrados, caso de Andalucía, por grandes terratenientes y sus amigos políticos”. Gutiérrez Molina escenifica ese “impacto brutal” devenido: “Hay que imaginarse al señorito viendo al que iba en alpargatas con la vara de concejal”. Ley de reforma agraria, reforma del ejército, educación pública y laica, avances en los derechos de la mujer… Lo que unos querían y otros impidieron. A sangre y fuego. Por eso, dice, tras el alzamiento militar “los primeros objetivos golpistas son los cargos municipales”. “Tenían muchas cuentas que saldar”, y las saldaron, unas tropas sublevadas que empiezan a ganar la guerra desde Andalucía. “Pero el tiro andaluz a la República no se lo dan los andaluces, se lo dan los sublevados”.