ENTREVISTA

Miguel Ferrer, investigador del CSIC: “Hay 100 balsas abandonadas en la cuenca minera que son mini Boliden en potencia”

Antonio Morente

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Miguel Ferrer (Sevilla, 1962) es ecólogo, biólogo y profesor de investigación en la Estación Biológica de Doñana (EBD), el organismo científico (dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC) que monitoriza este paraje natural y del que fue director entre 1996 y 2000. A mitad de su mandato, en 1998, le tocó enfrentarse a una de las mayores catástrofes ambientales de Europa, el vertido de la mina de Boliden en Aznalcóllar, un periodo del que recuerda la tensión cuando las administraciones “nos pedían que no contáramos lo que sabíamos porque la gente se iba a poner nerviosa”. Hoy de lo que ocurrió quedan pocas huellas gracias a que “la limpieza fue tan descomunal como el vertido”, aunque lamenta que sigue habiendo filtraciones minúsculas desde la balsa al Guadiamar y, sobre todo, pone el acento en los muchos restos potencialmente peligrosos que todavía abundan en la cuenca minera.

¿Cómo le comunicaron la madrugada de aquel 25 de abril de 1998 lo que estaba pasando?

Pues justo en 1998 nació mi segunda hija y mi mujer y yo llevábamos un tiempo sin poder salir a tomar una copita, y ese día fue la primera vez que conseguimos una canguro. La verdad es que nos dejamos ir un poco y llegamos tarde, y a eso de las 4 de la madrugada empezó a sonar el móvil, que era un modelo más parecido a un zapatófono. Se calculó al principio que el vertido era de cinco hectómetros cúbicos, y era difícil estimar qué iba a significar eso al llegar a la marisma. A las 5 cogí mi moto y me fui a ver al vertido, le dije a mi mujer que no se preocupara, que no tardaría mucho… y tardé 15 días en volver a casa.

¿Desde el principio fue consciente de la gravedad de lo que ocurría?

La verdad es que nadie podía hacerse una idea de lo que significa tirar cinco hectómetros cúbicos de vertidos tóxicos a la marisma. Una de las cosas que más nos dolió fue que un mes antes insistimos al Ministerio de Medio Ambiente del riesgo que suponía la balsa, pedimos que por lo menos se hiciera un plan de contingencia por si ocurría algo. El Ministerio no lo consideró necesario, así que cuando llegué a la zona del vertido allí lo que había eran funcionarios de varias administraciones dando vueltas sin saber qué hacer.

¿Qué fue lo primero que se hizo?

El mejor consejo cuando se produce un vertido es intentar limitar la zona afectada. Contábamos además con la zona amplia de Entremuros, que nos dio un margen porque ahí la velocidad del agua ácida disminuyó, un agua que tenía un pH como el de la batería de un coche y hacía que los peces saltaran a tierra, preferían morir asfixiados que abrazados por el ácido. Tuvimos también la ayuda inestimable de arroceros y propietarios de fincas, que nos dejaron sus máquinas para hacer el muro de contención. 

¿Cuál fue el primer análisis de la situación?

La primera reacción de las administraciones fue que aquí no había pasado nada, que el corazón de Doñana se había salvado, lo que era falso porque el agua ácida entró y porque pájaros y demás animales no saben dónde están las fronteras: nada más el primer año murieron más de 5.000 gansos. En apenas 48 horas estaba en el AVE rumbo a Madrid terminando el primer informe que recibió José María Aznar [entonces presidente del Gobierno] sobre lo que había ocurrido. Visto ahora la verdad es que fue sorprendentemente acertado, ahí ya decíamos composición del lodo, el efecto para la salud humana y para Doñana, las medidas que había que tomar... 

Fueron meses y años de presión, aquello parecía una película de serie Z, con llamadas de madrugada a mi casa de delegados del Gobierno para decirme que estaba hablando demasiado, que no pensara que a los funcionarios no se nos podía despedir

Entonces, ¿la respuesta fue rápida?

Bueno, tardamos más de un mes en crear el comité entre administraciones, un equipo único, y hubo bastantes meses de desaciertos y enfrentamientos absurdos porque nos pedían que no contáramos lo que sabíamos porque la gente se iba a poner nerviosa. Pero el CSIC cumplió su parte de compromiso social, que es contar la verdad que se puede medir y asesorar a las administraciones competentes. En aquella época una de mis frases favoritas era que yo soy funcionario del Estado, no del Gobierno, la política es el problema de los políticos.

¿Tanta presión hubo?

Fueron meses y años de presión, aquello parecía una película de serie Z, con llamadas de madrugada a mi casa de delegados del Gobierno para decirme que estaba hablando demasiado, que no pensara que a los funcionarios no se nos podía despedir, que mi mujer trabajaba en una empresa que controlaban… Fueron cosas alucinantes. Pero me siento orgulloso porque todo aquello sirvió para demostrar para qué puede ser útil la ciencia, en situaciones de crisis estamos acostumbrados a decir lo que interesa, no lo que ocurre. Un ejemplo lo tuve cuando un día paramos en una venta a tomar café y el dueño nos dijo que menos mal que estábamos nosotros, que gracias a los científicos había alguien que decía la verdad. La ciencia es un asidero de información, porque en situaciones de crisis todo el mundo miente.

¿Cuáles fueron los efectos del vertido?

A día de hoy no se ha publicado un artículo en el mundo con un suceso con esos niveles de contaminación, se batieron récords mundiales de contaminación por metales pesados en aves y tierras. Una contaminación que tuvo efectos antes y después, tóxicos, cancerígenos y mutagénicos, porque se producían ataques al ADN. Sólo hay que recordar que la primera generación de cigüeñas tras el vertido nació con el pico torcido por efecto del arsénico.

Las cifras de la catástrofe fueron imponentes, ¿no?

Cuando en 2002 ocurrió lo del Prestige fueron 79.000 metros cúbicos, en el Guadiamar fueron más de cinco hectómetros cúbicos [cinco millones de metros cúbicos] y con una composición más peligrosa. Ha sido el mayor accidente en cantidad, no ha habido otro parecido en la parte occidental de Europa. Pero la respuesta fue excepcionalmente buena, del mismo nivel que la catástrofe. Resultaron afectadas por las aguas unas 6.000 hectáreas (4.000 por lodos tóxicos y más de 2.000 por agua ácida), y de todo ese terreno se retiraron 20 centímetros de suelo. Los camiones que transportaban esta tierra hicieron 18 millones de kilómetros, una barbaridad. 

Lo peor hoy es que hay señales de que sigue entrando contaminación de la balsa minera al Guadiamar a través del río Agrio, es un goteo insignificante provocado porque la balsa se selló pero no se inertizó

¿La limpieza fue completa?

La zona tiene una contaminación basal ligeramente superior a lo normal, pero muy lejos de límites de preocupación y peligro. El resultado fue excelente, los niveles de contaminación no son ni de lejos preocupantes. Hay zonas, como en la Cuesta de las Doblas, en la que el suelo es muy arenoso y el vertido penetró más abajo de 20 centímetros, por lo que esa parte está un poco más sucia. Pero no es preocupante, lo peor es que hay señales de que sigue entrando contaminación de la balsa minera al Guadiamar a través del río Agrio, es un goteo insignificante provocado porque la balsa se selló pero no se inertizó. El recurso aluvial del Agrio está tan contaminado que cada vez que pasa agua por arriba se lleva un poco de contaminación. Una de las propuestas fue alejar el Agrio de la balsa actual, pero después de tres años no se hizo.

Con estas cifras, ¿la mortalidad de animales fue muy elevada?

Fue una barbaridad. Hay que tener en cuenta que hablamos de récords mundiales de contaminación, con cifras incompatibles con la vida, aunque es difícil determinar la mortalidad cuando trabajas con aves migratorias. La contaminación puede afectar de forma subletal y es difícil de calcular, aunque teníamos algunas especies muy controladas como los gansos, con 5.000 muertos el primer verano. Comprobamos que en torno al 80% de las aves muestreadas sufrieron problemas mortales o subletales, capturamos y sacamos sangre a muchos ejemplares y los valores eran de susto.

¿No hay entonces un cálculo aproximado?

No hubo un censo definitivo y nunca pudo llegar a conocerse la mortalidad, aunque tenemos una imagen por casos concretos. Nada más caer el vertido, a las horas habían muerto muchas toneladas de peces y aves que estaban criando, aunque muchos otros murieron después porque una contaminación que es bioacumulable resulta difícil deshacerse de ella una vez que te la tragas. Esto tiene más impacto en las especies que tienen más longevidad, más en el alcornoque que en el pasto, por ejemplo, y en los animales es peor cuanto más grandes y longevos son. Pero a día de hoy los niveles de contaminación están muy lejos de ser peligrosos incluso en el águila imperial, que vive 30 años, todo gracias a que la limpieza fue tan descomunal como el vertido. Y también tuvimos un poco de suerte, menos mal que ese año las lluvias llegaron tardísimo. 

¿Está satisfecho con el resultado final de los trabajos de restauración?

Los resultados fueron mucho más que satisfactorios, más de lo que se podía esperar el primer día, y lo digo yo, que no tengo dependencia política ninguna. Lo más complicado fue que los responsables de las administraciones fueran conscientes de la magnitud de lo que había ocurrido, porque los primeros días sólo hubo ocho camiones trabajando y se llegó a decir a los dos meses que se había recogido el 80% de los lodos, lo que era falso. Pero luego, de ocho vehículos pasamos a que se contrató durante tres años a prácticamente todos los camiones con bañera que había en España. Hubo que recurrir a la presión internacional y a todo tipo de maniobras, pero las administraciones aceptaron que esto era muy grave gracias a la combinación de científicos y periodistas, que me demostró que puede conseguir grandes cosas. Desde entonces, casi todos los periódicos tuvieron una sección dedicada a información científica y medioambiental, las cosas cambiaron mucho.

A día de hoy, ¿un accidente similar podría volver a ocurrir?

Hay sombras y luces, porque se han cambiado algunas cosas. A día de hoy es casi imposible un accidente así en una empresa que empiece a trabajar ahora, pero en la franja pirítica hay más de 100 balsas de explotaciones abandonadas hace años y potencialmente muy peligrosas, porque la ley de la gravedad es tan persistente que el día de mañana se caerán. A un proyecto como el de Boliden no se le daría hoy autorización, y además las empresas mineras tienen la obligación de poner una fianza para cubrir riesgos. Hasta la Unión Europea cambió su clasificación sobre suelos contaminados, la primera legislación europea fue resultado de este accidente.

Doñana no se libra de los sustos, las zonas protegidas siempre están en riesgo y nunca pueden bajar la guardia porque la población crece, la tecnología mejora y la ambición por explotar recursos no tiene límites

Con 100 balsas, queda mucho trabajo por hacer, ¿no?

Queda pendiente resolver de forma más segura la cuestión de estas balsas, con contenidos muy peligrosos y que en teoría están vigiladas… como también lo estaba Boliden. En vez de arsénico, en toda la zona de Riotinto [Huelva] las balsas tienen metales pesados y cianuro, que es bastante peor. Hemos aprendido cómo corregir un accidente y hemos hecho un cambio legislativo, pero en la cuenca minera hay todavía 100 balsas abandonadas que son mini Boliden en potencia, y no tan mini, porque algunas son del mismo tamaño que la de Aznalcóllar y hasta más grandes. En su momento se hizo un inventario, y se calcula que acumulan unos de 10 millones de metros cúbicos muy peligrosos.

¿Qué lecciones saca de lo ocurrido entonces?

Que fue una pena, un error que podríamos haber prevenido, aunque hemos aprendido cosas como que la sociedad necesita una fuente de información objetiva y cierta cuando hay una situación de crisis. Y eso depende de nuestro sistema de comunicación y de investigación, en esto la Estación Biológica de Doñana siempre ha sido una voz crítica y de referencia desde su propia fundación.

Ahora, 25 años después, Doñana está otra vez en primera línea por la cuestión de los regadíos…

Doñana no se libra de los sustos, las zonas protegidas siempre están en riesgo y nunca pueden bajar la guardia porque la población crece, la tecnología mejora y la ambición por explotar recursos no tiene límites. Doñana además es un parque que es marisma terminal: mientras por ejemplo en los Pirineos los problemas van de dentro hacia fuera, Doñana es una zona que está en la cola de un río, y todo lo que ocurra 100 kilómetros más arriba le va a llegar.

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