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'Rugulopteryx okamurae', el alga invasora que llegó como polizón hace cinco años amenaza el Mediterráneo

Playa de Los Lances, Tarifa (Cádiz)

Néstor Cenizo

12 de abril de 2021 19:52 h

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Entre finales de 2015 y principios de 2016, un denso manto tejido con un alga parduzca y un poco maloliente apareció, primero esporádicamente y después con frecuencia, en las playas de Ceuta. Al principio pareció el alga de siempre. Pero con el paso de los días, alguien en el Instituto de Estudios Ceutíes decidió consultar con María Altamirano, una bióloga de la Universidad de Málaga. Altamirano, que lideraba ya entonces un grupo de trabajo sobre macroalgas invasoras, caracterizó morfológicamente la especie y envió muestras a un colaborador de Japón, que confirmó el hallazgo con técnicas de identificación molecular: los arribazones masivos en las playas ceutíes correspondían al alga Rugulopteryx okamurae, una especie originaria del Pacífico noroccidental.

Es posible que ya entonces fuera demasiado tarde.

“Es un problema europeo”

La Rugulopteryx okamurae, rebautizada como “alga asiática”, ha alterado la biodiversidad del Estrecho de Gibraltar, está dejando sin trabajo a cientos de pescadores y descarga con frecuencia sus arribazones sobre las playas de municipios como Marbella o Estepona.

En noviembre de 2020, casi cinco años después del hallazgo de Altamirano y su colega japonés, el Ministerio de Transición Ecológica declaró que la Rugulopteryx okamurae es una especie invasora, basándose en un informe técnico de un equipo liderado por la propia Altamirano. Sin embargo, no existe aún un plan de gestión y control. Científicos, pescadores, técnicos de turismo o buceadores se afanan por documentar y encontrar soluciones al problema de la invasión de esta especie exótica, pero no hay una estrategia común, y el diagnóstico científico es sombrío. “Una estrategia de erradicación en el Estrecho es vender humo. En los sitios donde está ya no podemos hacer nada”, señala Altamirano. Una opinión compartida por otros expertos consultados y el Ministerio, que admite:  “La erradicación hoy por hoy se considera inviable”.

La científica acaba de iniciar un proyecto, cofinanciado por la UMA y la Fundación Biodiversidad para, mediante modelos matemáticos basados en el comportamiento estacional y la distribución geográfica de la especie, predecir qué zonas y en qué momentos del año son vulnerables a la expansión de la especie, para que las administraciones actúen en consecuencia. Altamirano cree que la única solución es prevenir, y advierte: “No es un problema de Andalucía. Es de Murcia, de Comunidad Valenciana, de Baleares y de Cataluña, y es un problema europeo”. Ya se ha solicitado la inclusión de la Rugulopteryx en el listado europeo de especies invasoras. Sería la primera alga en esa relación.

La Junta de Andalucía anunció la semana pasada un plan de trabajo sobre el impacto del alga, que tiene como objetivo su detección temprana.

El alga, polizón en las aguas de lastre

Es probable que en 2015 la Rugulopteryx okamurae llevara ya un tiempo en el Mediterráneo, reproduciéndose con sigilo. La similitud con otras especies y la dificultad de detectarla hasta que aparecen los arribazones playeros retrasaron el diagnóstico. Es lo que en ciencia se conoce como “invasión críptica”. “Probablemente la hemos tenido delante durante mucho tiempo”, lamenta Altamirano.

No hay evidencias científicas, pero tampoco demasiadas dudas de que el alga llegó en barco, un indeseable polizón en uno de los cientos de cargueros atestados de mercancía asiática que atraviesan cada día el Estrecho de Gibraltar. Esos buques, con capacidad para transportar varios miles de contenedores, portan agua de lastre que procuran estabilidad, especialmente durante las labores de carga y descarga. El agua de lastre es objeto de un convenio internacional, cuyo incumplimiento denuncia desde hace años Ecologistas en Acción. “Cuando se descargan miles de litros de agua de lastre se vierten muchos litros que pueden tener muchos inóculos, explica Altamirano, que se inclina por descartar la intrusión mediante vectores menores como anclas o trajes de buzo: ”Si el desembarco de Normandía se hace solo con una barcaza no hubiera tenido éxito“.

Hay otro indicio. Se han realizado experimentos en laboratorio que demuestran que la Rugulopteryx okamurae puede sobrevivir tres semanas en oscuridad, el tiempo aproximado que utilizan los mercantes para llegar desde el Pacífico hasta el Mediterráneo.

Una vez en el Estrecho, el invasor encontró lo que necesitaba para expandirse a placer. Un régimen térmico favorable, corrientes que facilitan la reproducción cuando la rompen y trasladan y fondos rocosos sobre los que asentarse.

La Rugulopteryx okamurae se desplaza oculta a nuestros ojos, gracias a una densidad ligeramente superior al agua marina, y tampoco parece tener depredadores, porque los peces autóctonos la evitan, probablemente por su amargura. Por último, las especies “oportunistas”, como esta, saben aprovechar muy bien las ventanas de oportunidad: en la costa Mediterránea ayudan los abundantes nutrientes generados por la insuficiente depuración en muchas zonas de la costa y la turbidez de las aguas. El alga es capaz de vivir hasta unos 30 metros de profundidad hasta la zona intermareal.

Problemas para los pescadores, del Estrecho a Cabo de Gata

La expansión ha sido fulgurante y es una amenaza para la biodiversidad, la pesca y la imagen de las playas. “Donde hay roqueo a favor de la corriente llegan muchas algas y colonizan toda la zona”, cuenta Fernando Alarcón, probablemente quien más la ha observado en su hábitat natural. Alarcón es el buceador al frente de Equilibrio Marino, que lleva años documentando la presencia del alga en las provincias de Cádiz y Málaga. “Hay zonas en el Estrecho, donde las corrientes son mayores, con una cobertura del 90%”, alerta. En Marbella o Estepona también abunda. Y ya se ha detectado en Cabo de Gata. El vídeo bajo estas líneas contiene imágenes del Paraje Natural de Cerro Gordo-Maro (costa oriental de Málaga), y en él se muestra la expansión del alga desde hace tres años. “Ha matado corales y ha desplazado muchas especies de alga de la roca”, advierte Alarcón. De momento, las praderas de posidonia parecen resistir la invasión porque son más altas y el alga no se posa sobre ellas, pero Alarcón observa el peligro de que acaben siendo desplazadas “a empujones”, aprovechando los huecos que aparecen en estos bosques marinos protegidos.

También ha condenado a la pesca artesanal de las costas de Barbate o Conil, realizada con palangre o redes a menos de diez millas de la costa. “Nos está llevando a la ruina”, lamenta José Manuel Dávila, que faena en esta zona. “Con marea viva, las corrientes mueven el alga y faenar es imposible”, explica: “El problema lo tenemos cuando calamos los artes. Levantamos toneladas de algas. Se pierden redes, palangres, anzuelos. Cuando coges algas no coges otra cosa”. Las imágenes de los pesqueros que acompañan a este reportaje han sido grabadas esta misma semana. “Cuando llega marea grande lo mejor es dejar el barco amarrado, aunque haya buen tiempo”, cuenta el pescador. Hay semanas que no puede faenar ni un día.

Además, ha constatado que el alga desplaza los bancos de peces. “Se está apoderando de todos los fondos rocosos. Es una catástrofe. La lapa, el erizo o la ortiga de mar se han perdido en el Estrecho, ya no existen. El Parque Natural se lo ha cargado entero”, dice Dávila.

Entre Conil, Barbate, Tarifa, Algeciras y la Atunara suman algo más de 200 barcos de artes menores. Embarcaciones pequeñas, familiares, que vivían de capturar pargos, corvinas, doradas, lenguados, chocos o borriquetes. Este año, el alga no ha dado respiro ni en invierno, y la Junta de Andalucía acaba de anunciar la convocatoria de ayudas por valor de 1,5 millones de euros. El problema es que estos pescadores se han quedado sin peces. “Bienvenida sea la ayuda, pero la solución pasa por vivir de nuestro trabajo”, pide Dávila, que solicita alternativas como acceder a la restringida pesca del atún, muy recuperado en los últimos años. También están en riesgo las flotas de arrastre del Golfo de Cádiz, Málaga, Granada y Almería. Los pescadores de arrastre de Adra (Almería) llevan semanas alertando de la presencia masiva de algas.

El alga es también una amenaza a la estampa de sol y playa. La cátedra de Ciencias del Litoral de la UMA lanzó el año pasado la web Costasoleando, donde puede consultarse la predicción de parámetros como la temperatura del agua, el viento o las algas invasoras, a cinco días vista, para todas las playas malagueñas. El viento de Levante deposita las algas en la arena, saturando también los primeros metros de agua. Para este domingo, había playas en Estepona que superaban el 75% de probabilidad de arribazones de alga invasora. El alga huele mal y atrae a las moscas, así que los ayuntamientos afectados ajustan sus planes de limpieza para limpiar a primera hora de la mañana. “El impacto visual es tan grande que tienen que limpiarla rápido”, comenta Paco Franco, coordinador de la cátedra.

El uso comercial del alga, cuestión controvertida

La cátedra es una de las impulsoras del Foro Alga Invasora, que pretende ser un grupo que aúne expertos científico-técnicos, administraciones, empresarios y sociedad civil. Participan las diputaciones de Málaga y Cádiz, los ayuntamientos afectados, FENAPA, el Instituto de Biotecnología y Desarrollo Azul-IBYDA de la Universidad de Málaga o el Instituto Español de Oceanografía, entre otras entidades. Sin embargo, no se han integrado aún las dos administraciones encargadas de liderar la respuesta a la invasión: el ministerio de transición ecológica y la Junta de Andalucía. Sí existe un grupo de trabajo conjunto que, según el Ministerio, está ahora creando un “grupo asesor” de carácter científico.

Félix López, catedrático de Ecología de la Universidad de Málaga, lidera la pata científica del foro, pero cuenta con frustración que las investigaciones propuestas están a la espera de recibir permiso desde diciembre. “La investigación está parada y el alga sigue avanzando. Es una especie de alta agresividad invasora. Nos preguntan cuántos especímenes vamos a recoger, quiénes, los datos personales, la estrategia para no ayudar a la invasión... Pero es que este alga se suelta sola y se mueve por toda la columna de agua. Está en las playas, en las redes, es semi-flotante”.

López aboga por una doble estrategia, en función de la densidad. Donde aún no ha llegado, un sistema de alerta temprana, en el que los centros de buceo pueden jugar un papel determinante. La Junta de Andalucía ha anunciado esta semana la adquisición de un dron submarino para explorar los fondos, otro de superficie y una embarcación con una ecosonda. La función es realizar batimetrías para detectar el alga.

Para las zonas ya colonizadas, se propone explorar la explotación comercial del alga, pero esto genera controversia en ámbitos científicos e institucionales. El Ministerio advierte que tendrá que garantizarse que la explotación no contribuye a expandir la invasión. “La ley lo permite y hay que hacer algo”, defiende López. En lugar de devolver el alga al mar, “los pescadores podrían recibir un dinero por tonelada de alga”. Hay varios usos potenciales: los bioplásticos, la alimentación animal y la cosmética. Hay una empresa interesada en fabricar cordones de zapatos y un proyecto liderado por LifeBioencapsulation (vinculada a la Universidad de Almería) que investiga el uso como pienso para peces y estimulante agrícola.

Para evitar que los bañistas se encuentren de frente con el invasor, Paco Franco estudia la posibilidad de colocar barreras de contención. Otras opciones son aplicar succionadores o introducir especies que contengan el alga. La Junta de Andalucía anunció esta semana que hay en marcha un análisis preliminar del potencial de erizos de mar y peces herbívoros para controlar las poblaciones de Rugulopteryx Okamurae. Pero esta solución encierra un alto riesgo ecológico. “Ojo con eso. Estaríamos forzando una cadena trófica. No puedes saber lo que va a pasar. Además, por el principio de precaución son experimentos muy difíciles de aprobar”, advierte el catedrático de Ecología.

Ecosistemas debilitados, un factor favorecedor para una “cascada de invasiones”

Hay quien mantiene la esperanza en la capacidad del ecosistema para autorregularse. Esta parece ser una de las esperanzas del ministerio. “Se espera que el propio ecosistema ejerzan de barrera frente a una mayor expansión”, señala una fuente oficial. “Hay gestores que creen que no hay nada que hacer”, lamenta Félix López: “Esperan que el ecosistema reaccione y lo depure. Esto puede ocurrir en 50 años, pero en ese plazo puede estar en todo el Mediterráneo”.

Es probable que haya necesitado un tiempo para adaptarse, pero ahora nada frena a la Rugulopteryx okamurae, que lo mismo se planta sobre algas autóctonas, erizos de mar o neumáticos. El polizón que llegó en un Nostromo mercante es el bárbaro a las puertas del Mediterráneo. Extramuros ya no hay nada que hacer. “No nos vamos a librar de ella en los sitios en los que está muy extendida a no ser que venga otra y la reemplace o cambien las condiciones ambientales”, anticipa Altamirano.

La científica, que coordina la primera red de expertos en algas marinas invasoras en España, advierte: ni es la primera invasión ni será la última. “El Estrecho soporta invasiones de algas desde hace veinte años. Los ecosistemas están alterados por invasiones previas, y si quitamos especies, se vuelven más vulnerables a las invasiones biológicas”, de modo que una invasión favorece la invasión posterior. Estamos en viviendo “una cascada de invasiones”, advierte la bióloga, que insiste: solo con políticas de prevención evitaremos que el problema afecte a todo el Mediterráneo.

Si la Rugulopteryx okamurae se ha convertido en un problema de primer orden es por su brutal impacto sobre la pesca o el turismo, pero cuando las redes levantan alga parduzca y las playas parecen una alfombra marrón, significa que ya es demasiado tarde. 

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