Sebastián Ruiz, el padre del teniente Sebastián Ruiz Galván fallecido en accidente de helicóptero el 19 de marzo de 2014, no ha podido acceder este martes al acto en el que se homenajeaba al operativo de rescate de su hijo y los que murieron en un siniestro similar año y medio después. Lo organizaba ABC y el BBVA en Sevilla, en la cuarta edición de los premios Sabino Fernández Campo, que conceden ambas entidades “para galardonar, en el ámbito militar y de la Defensa, actuaciones destacadas desempeñadas por personas o unidades militares en el ejercicio de su deber, con reversión manifiesta a la sociedad”.
Los premios entregados este martes en Sevilla, con la presencia del ministro Morenés, solo reconocían a los que trabajaron en el operativo de rescate lanzado tras el siniestro del helicóptero del 802 Escuadrón del Ejército del Aire, por un accidente sufrido el 22 de octubre pasado al estrellarse a 520 kilómetros de Gran Canaria.
Sebastián, que vive en Chiclana de la Frontera (Cádiz), acudió este martes a la Capitanía de Defensa, donde se celebraba el acto, con la firme decisión de saludar a los que también rescataron “lo que quedaba del cuerpo de mi hijo”, pero no ha podido acceder al acto: “Me han dicho que no estaba invitado. Homenajean a los que rescataron el cadáver de mi hijo y no me dejan entrar, como si fuese alguien que fuese a reventar el acto, y sólo les quería agradecer el trabajo que hicieron para que pudiese enterrar a mi hijo”.
Mientras en el interior del auditorio se celebraba el acto, el padre del militar fallecido ha conversado durante más de una hora con eldiario.es/andalucia, para dejar claro, en primer lugar que “no venía a reventar nada, solo a estar en el acto de los que salvaron el cadáver de mi hijo”, y ha asegurado no entender “las pegas para que no pueda entrar el único familiar de los fallecidos que ha querido o podido estar en el acto”.
Lo explica mientras se comunica vía whatsap con el padre del sargento Jhon Ander Ojeda Alemán, que tuvo la suerte de salvarse en el accidente de 2014, pero falleció en 2015. Sebastián Ruiz habla en todo momento con orgullo del estamento militar, y de la profesión y destino que eligió su hijo. Cuenta que como tuvo la mejor nota de su promoción pudo elegir, “entre la comodidad de un destino tranquilo en Madrid o salvar gente allí dónde fuese necesario, y él eligió lo segundo”. Su sueldo, por cierto, era bastante modesto para alguien que se jugaba la vida en un helicóptero, pero era lo que su hijo eligió. Y ahí se dejó la vida
Sin referencias al suceso
Mientras Sebastián permanecía en la puerta de Capitanía sin poder acceder, dentro se celebraba un acto de algo más de una hora de duración. El acceso no era complicado, aunque con previa invitación y confirmación por escrito. Un solo control de seguridad para recoger nombres y apellidos, sin pedir DNI ni nada similar era suficiente para entrar. La presencia policial, de paisano, era discreta. Más llamativo, aunque lógica, era la presencia de militares armados en un edificio castrense.
Dentro, no han habido referencias al suceso de 2014, solo al de 2015. “Es como si ese accidente no hubiese existido. No quieren hablar de él”, lamenta Sebastián. Frases como “los familiares fueron un ejemplo de entereza y sacrificio” o “este es un premio dedicado a las víctimas y sus familias” se escucharon desde el escenario, con el recuerdo al capitán José Morales Rodríguez, el teniente Saúl López Quesada y el sargento Jhon Ander Ojeda Alemán, los fallecidos en 2015. Había unas 50 sillas vacías en el patio de butacas. El único anfiteatro del auditorio estaba vacío, solo ocupados por la quincena de músicos militares que abrieron y cerraron el acto.
“La única explicación que me han dado es que no estaba invitado. Era tan fácil como decirme que pasara, que saludase a la gente que me ayudó a enterrar a mi hijo e irme”, lamenta el padre del sargento fallecido. El acto terminaba poco antes de las 22:00 horas. Mientras los invitados pasaban al cocktail preparado para la ocasión, Sebastián los veía desde la calle, a unos 50 metros, y se dirigió al aparcamiento del recinto, mientras dos de los policías de servicio se despedían de él respetuosamente y le deseaban suerte.