Inmaculada Manzano, de 49 años, se ha dedicado siempre a los negocios, pero desde 2010 está sin trabajo. No es una buena noticia pero la disponibilidad de tiempo le ha ofrecido la oportunidad de convertirse en voluntaria. Lleva tres años en la Asociación contra el Cáncer y es su primera experiencia.
El padre de Inmaculada tuvo cáncer. El contacto con la enfermedad y las largas jornadas en el hospital le llevaron a conocer a muchos voluntarios de la asociación, con los que asegura que tanto ella como su padre estaban contentísimos con el trato recibido. “Ese cafelito en la radioterapia para él era muy importante, le animaba”.
Le resultó curioso el trabajo que desempeñaban en el hospital, pues afirma que “no conoces la labor de los voluntarios hasta que no pasas por eso”. Recordaba Inma que “ese cafelito, su sonrisa, la charla, que si el fútbol, que si el Sevilla, que si el Betis…” eran para su padre casi un ritual con los voluntarios.
El momento en que su padre se fue, el buen trato de los voluntarios de la asociación con él dejó poso en Inmaculada. “Y aunque en un primer momento lo hice como muestra de agradecimiento, poco a poco me fui enganchando”. Realizó los cursos preparatorios y entró en la rueda del voluntariado.
Charlar de todo... menos de la enfermedad
La rutina de Inmaculada junto a sus compañeras es dar una vuelta por las consultas, ofrecer un café o algún caramelo (una manera de poder comenzar a charlar con la persona). Visitar radioterapia, y dar una vuelta por las habitaciones de la rimera y quinta planta para acompañar a las personas. “La función es charlar… de todo menos de la enfermedad”. “Nosotros somos ese punto que los médicos o las enfermeras no pueden llevar debido a su rutina de trabajo”, aunque “todos tengan sensibilidad con la causa”, añadía.
Una experiencia que empezó como agradecimiento, lo que le aporta, asegura Inmaculada, es conocer a los pacientes y sus familiares (aunque eviten no involucrarse mucho en sus historias particulares) y así, muchos días se va con la satisfacción de sentir que algo bueno ha hecho por estas personas.
“Aquí únicamente acompañamos al paciente o al familiar. En el hospital no se suple el trabajo de nadie. El que viene aquí, viene con la intención y las ganas de ser voluntario”. Somos muy respetuosos con los trabajadores del centro. Hay un punto entre los trabajadores y los voluntarios que está cambiando, no se pisan las funciones unos a otros, hay muy buena relación y eso beneficia al conjunto“.
Al comentario de la impresión de ver a tanta gente en la planta de oncología, responde: “Ojalá viniéramos un día aquí y no viniera nadie, pero desgraciadamente no se ha dado el caso. Hay días más tranquilos otros menos…”. Es muy importante hablar por separado con el paciente y los familiares, para que estos encuentren en el voluntario, una vía de escape o desahogo, explica.
La puerta cerrada
A Inma, la puerta cerrada de una habitación todavía le impone. El hecho de llamar a una habitación y entrar en el espacio personal de un paciente siempre es difícil; incluso te encuentras a quien no quiere ni siquiera que entres. Son momentos muy delicados en los que la persona hay días que está mejor y otras peor.
La voluntaria hace hincapié en cambiar los hábitos de alimentación, pues mucho de los casos de cáncer vienen ocasionados por una mala alimentación. “A raíz de estar en la asociación, he conocido muchas recetas de los pacientes. Cuidan mucho su alimentación e idean unas recetas riquísimas que jamás se me hubieran ocurrido”, otra cosa positiva que considera Inmaculada importante.
“Este tiempo tienes que buscarlo para ti, y ofréceselo a otras personas”. Inma acude todos los martes de cada semana de 2 a 4 horas. La asociación no permite más horas para no crear vínculos tan fuertes que puedan afectar demasiado al voluntario.
“No me veo eternamente aquí” pero, hoy por hoy, Inmaculada reitera que la motivación que le lleva a continuar es la labor tan correcta y bonita que se está haciendo.