La Torre del Agua de la Expo en Zaragoza se va a abrir para un acto en junio. Es una gran noticia. El icono hueco e inútil ha pasado muchos años sin uso, aunque el skyline de la inmortal se beneficia de su garbo. Y también viene bien tener cosas, objetos, edificios que no sirven para nada. Hay muchos, pero más vale que estén semiolvidados sin uso que derribados con la bola o la dinamita, como la central de Andorra la brava, que espera sus millones a ver si son verdad o se van desmigajando por el camino. Obtener y gestionar tanto dinero es carísimo, y hay que hacer muchos papeles, como se ve en otros negociados diversos.
La Torre del Agua, con lo airosa y pincha que es (torre de Babel, espiral del ADN...), necesita un uso práctico porque el uso teórico, visual, paisajístico, simbólico, ya lo ha tenido desde aquellos fastos del año 2008 y el vecindario, cuando tiene tiempo, siempre quiere disfrutar lo presuntamente emblemático común.
El uso más lógico para un edificio es hacer pisos y comercios, miniapartamentos y tiendas y oficinas. Se libera del remoto glamour inútil de los monumentos fantasma –¡y de los gastos!– y se abre el acceso a la vida, siempre tan animada. Además, esta Torre ni siquiera ha tenido fantasma: hubiera triunfado con el arrastrar de cadenas y la sombra al trasluz… pero todo requiere su esfuerzo y mantener un duende no está al alcance de una administración local o regional.
Con un poco de pladur, una empresa cuñada, unas tuberías y cuatro martillazos se puede dejar una torre de micropisos y oficinas superchula. Y si no, se deja igual otros quince años, que el tiempo corre a su favor, y en cuanto se incline un ápice, zas, se le hace una Torre Nueva.
Ahora que por fin los cacahuetes, edificios de los pabellones de la Expo, han superado su cuarentena psicológica y van a servir por fin para viviendas (¡y comercios!), ya no habrá orgullo ni prejuicios para dilatar más reconversión la Torre del Agua en un trozo fascinante y alquilable en la Cuarta Ciudad de España.