Estuvimos en la feria del libro de poesía de Soria, repetimos, atrae su inanidad, nadie lee poesía en estas mesetas... ni en ninguna; escudos de piedra inaccesibles a la erosión, pedregadas de siglos. Y a principios de agosto se produce el milagro poético.
La feria poética es inexplicable, un milagro que se inventó y mimó Jesús Bárez, fallecido en febrero y presente en todos los corazones. Llevó Soria a Colliure, la música, el agua y la poesía, la docencia y la cultura. En la Alameda de Cervantes, La Dehesa, se celebra a principios de agosto cada año, desde hace catorce, la feria Expoesía, un reducto imposible de vínculos poéticos y humanidades en medio del ajetreo del mundo que aquí cesa.
En el centro de las casetas de las editoriales (hay lista de espera para ocupar una) se alza un templete de la Banda de Música de Soria que ha crecido en torno a un árbol, desde 1600 hubo un olmo, luego un roble... ahora es un castaño de indias de flor rosa traído de Alemania a sus treinta y un años.
Zaragoza viene a Soria como Madrid y otras ciudades, sus editores, editores de poesía: lo invendible, lo imposible, se hace euros y personas felices durante estos días.
El templete del Árbol de la Música, retirado, almacenado, repuesto, restaurado, hay páginas que cuentan su historia, estaba cerrado el año pasado, y este... pero se puede subir, sólo había que pedirlo, trajeron las llaves, abrieron los candados de las verjas... (el vídeo da fe de esta ascensión prepoética). El templete y su árbol estaban forrados de carteles y apenas se aprecia el grácil vuelo y la escalera de caracol.
Quizá se podría organizar para que durante Expoesía subieran los poetas de uno en una y recitaran desde arriba con un micro... Sería mundial.